Continuación de un romance

Capítulo 4

Después del día que Ingrid conoció a Fernando, Arcelia le comentó a Ingrid que iría a visitar a su hijo por unos cuantos días. Cuando se lo dijo, Ingrid estaba entusiasmada, pero Arcelia le aseguró que en cuanto volviera deberían comenzar a planear el viaje a la aldea.

Ingrid se sentía más sola que de costumbre debido a las sorpresas que se llevaba cuando visitaba a su abuela, a veces no estaba, y otras veces estaba Fernando ahí, impidiendo que ella pudiera charlar ampliamente con ella.

Antes de que hubiera más tiempo que perder, Ingrid llamó a la niñera una noche en que Darío llegó a casa con absoluta preocupación. Pensaba que la empresa debía ir de mal en peor, y supuso que Darío estaba teniendo problemas financieros.

Después de buscar unos minutos en su agenda, encontró el número de la niñera en una página amarillenta. Un día Ingrid dejó caer un chorro de té sobre un par de páginas, lo que hizo que el contenido de varias de ellas se borrara sustancialmente. Ingrid llamó al número que estaba escrito, interpretando los últimos tres dígitos que se habían vuelto borrosos. Cuando respondieron al otro lado del teléfono, se oyó una voz masculina con un acento de vejez. Ingrid preguntó por la niñera pero aquella voz le explicó que se había equivocado de número.

Ingrid se disculpó y cortó la llamada. Al tiempo que se decepcionaba de no saber de memoria el número de alguien tan importante como la niñera con la que compartió una de las mejores épocas de su vida. Pero no se había quedado sin recursos; al día siguiente, después que Darío fue a trabajar, ella se dispuso a ir a la casa dónde ocurrió el campamento de verano para buscarla. Tenía en mente charlar con ella y saber cómo iba su vida. Y en el momento que la niñera le confesara que estaba cansada de hacerlo todo ella sola, Ingrid le propondría volver a trabajar con ella.

Incluso más que el incentivo monetario, Ingrid abrigaba la emoción pura de regresar a hacer lo que amaba.

Ingrid quiso ir a visitar a la abuela y contarle que regresaría a cuidar niños, pero decidió aquietar ese impulso y esperar a que ya fuera un hecho.

Ingrid tomó el autobús a las diez y quince de la mañana, llevando con ella nada más que un bolso de mano. En el trayecto se preguntó si la niñera estaría en casa, y en que tendría que regresar sin éxito si no lograba encontrarla. Ingrid tomó el último asiento de la ventanilla, y al cabo de unos segundos una mujer pasó junto a ella cargando una pesada bolsa de mercado sin que Ingrid se diera cuenta. Ella se fijó siempre en el paisaje del trayecto. Las casas, las personas y hasta los perros tenían aspectos felices, alegres en su simple existencia. Ingrid ya se había olvidado del aspecto que tenía el exterior, con sus colores vívidos y el estrépito que te impide tomar una siesta. No tenía nada de malo dedicar su vida a estar en casa, pero aquella vida no era su vida. Su vida estaba afuera, trabajando con la niñera, jugando junto con los niños, cocinando en equipo con sus amigas, bailar música animada sin tener que descifrar la letra de las canciones. El trayecto se sintió un poco más extenso de lo normal, quizá porque Ingrid ansiaba llegar cuánto antes.

Una vez que el autobús se detuvo e Ingrid bajó de él, caminó un par de cuadras pequeñas antes de ponerse de pie frente a la tienda de abarrotes en la cual recordaba que siempre había un reloj de números rojos tras el cristal de una ventana. Ingrid analizó la tienda antes de ver el reloj; nada había cambiado. El reloj marcaba las once y dos minutos de la mañana. Ingrid sintió un escalofrío de nerviosismo recorrerle el cuerpo. Revisó si en su bolso tenía algún dulce que la distrajera de sus pensamientos, pero al notar que estaba relativamente vacío, siguió caminando. Metros más adelante se contuvo al ver su destino a diez pasos de distancia. El pasto del jardín estaba crecido, como si estuviera descuidado o lo hubieran olvidado, aunque seguía siendo de un color tan verde como lo recordaba. Los alrededores estaban quietos y silenciosos, no había señal de algún niño a la vista. Ingrid supuso que todos debían estar adentro, quizá deberían estar viendo televisión o almorzando sin correr de un lado a otro. Cruzó el jardín con cautela y al estar frente a la puerta, tocó con calma. Puso atención a los ruidos que provenían del interior; no había indicio de niños ahí dentro.

La madre de la niñera abrió la puerta, y en cuanto vió a Ingrid, se sorprendió con emociones mezcladas. Se alegraba profundamente de verla, pero su aspecto la alarmó. Ingrid le pareció más lánguida y con la piel opaca, y a decir verdad, sus ojos ya no expresaban fortunio.

—¡Dios mío! —exclamó antes de jalar a Ingrid hacia ella para abrazarla con todas sus fuerzas. Después la apartó y le acarició la cara con una ternura que hizo que Ingrid se conmoviera hasta casi llorar. Después de todo no esperaba aquel recibimiento. No sabes cuán importante fuiste para alguien hasta que vuelves a verlo después de mucho tiempo.

La anciana volvió a abrazar a Ingrid.

—¿Cómo está? —preguntó Ingrid verdaderamente feliz.

La anciana la hizo pasar. La invitó a sentarse en el comedor y desapareció por unos minutos.

Ingrid analizó la casa y se extrañó ante la ausencia de todos los que había visto convivir ahí.

La anciana volvió con un plato extendido que contenía verduras y un filete de pollo.

Ingrid intentó rechazarlo, pero la anciana insistió. Ingrid comenzó a comer cuando la anciana se sentó a su lado, observándola con evidente amor. Ingrid degustó los condimentos del fielte de pollo perfectamente asado, con un toque de jugo de naranja que se desprendía del filete cuando lo cortaba con el tenedor. Ingrid cerró los ojos cuando se llevó el primer bocado; era la comida más sabrosa que había probado en mucho tiempo. Y no estaba menospreciando su propio sazón, sino que los alimentos que cocinan las mujeres mayores suelen ser de los mejores en todo el mundo. Ingrid recordó los mejores momentos de su vida, incluyendo el que estaba viviendo como uno de ellos. Una ráfaga de memorias del pasado que compartía con aquel lugar y aquella mujer le atravesó el aliento. Entonces se preguntó si debería sentirse culpable por haber abandonado su vida, pero con remordimiento recordó que había dejado de ser quien era para dejar que Darío persiguiera sus sueños, y aquella era una idea utópica; suena hermoso dejar tus sueños para hacer que la persona que amas cumpla los suyos, pues su felicidad es tu felicidad, pero aquel mensaje llevado a cabo en la realidad era una herida eternamente abierta en el alma, y más que sentirse satisfecha con esa decisión, sentía que el amor, lejos de ser la fortaleza del corazón, era una astilla clavada en la punta de los pies.



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En el texto hay: misterio drama

Editado: 28.03.2024

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