Lucien Carter, un chico que jamás había pensado en las personas más allá de los personajes de Charles Dickens; Carter, por el apellido de soltera de su madre, y hermano pequeño Axel.
Sostiene una pelota entre sus manos, pensando qué podría hacer con ella. Una simple pelota podría hacer algo más que rebotar.
A tres metros de él, sentado sobre su cama, se encontraba una foto de Charles Dickens, que según su hermano pequeño fue a imprimir cuando fue a la tienda a comprar lo que en un momento le había pedido su madre... Está pegada con cinta y muy mal acomodada, pero aun así Lucien amaba cómo Axel entendía su amor por Charles Dickens.
Lucien dirige su vista de aquella pelota a la gran foto de su autor favorito.
—Eres alguien muy importante para mí; tú me das paz cuando mi interior es un completo caos. Gracias —sonríe con suficiencia, viendo por última vez esa foto de Charles Dickens, que detona misterio con su particular barba y bigote, traje meticulosamente arreglado.
Lucien hace rebotar la pelota y la atrapa al segundo, haciendo sonidos sordos sobre el piso.
Teniendo la colección de los libros de Charles Dickens sobre su librero, se pregunta por qué su madre jamás les platicó de su padre, y si lo hacía, solo decía cosas malas de él: «Te pareces mucho a él, ¿sabes?» Para la imaginación de Lucien, es un hombre muy arrogante, de apariencia esbelta, con grandes ojos cafés como él, un cabello dorado como el de su hermano y esa sonrisa contagiosa que solo Axel podría poseer.
Toma una de las tantas copias que tiene de Grandes esperanzas, de distintas editoriales, y la toma entre sus manos, comenzando a leer, porque no es capaz de pensar en otras personas o cosas que no sean Charles Dickens, Pip o Estella; sabe que son las únicas personas capaces de hacerle sentir bien.
Cuando baja las escaleras, su madre está preparando unos huevos. Lucien sonríe al ver a Axel tomar Cuento de Navidad, de Charles Dickens, toma su taza de café y le sonríe al pequeño de rizos dorados.
—¿Estás leyendo un cuento de Navidad? —pregunta Lucien mientras toma un sorbo de su café.
Axel sonríe y asiente.
—Me hiciste quererlo.
—Ni siquiera sabes leer, enano.
—Puedo aprender —Axel saca su lengua, como típico de un niño que aún no conoce el mundo real. Lucien ríe y vuelve a tomar su taza de café.
Cuando da el último trago de su café amargo, se acerca Axel y aún lo ve leer. Sus ojos color avellana siguen cada letra, incluyendo aquellos labios rosados que pronunciaban cosas que ni Lucien era capaz de entender.
Mira a su madre un momento, se limpia el sudor que cae sobre su frente con el dorso de su mano, suspira y voltea a verlos con ojos cansados de soportar tanto peso; se le nota en sus hombros tensos.
—Madre... —habla Lucien, preocupado, intentando acercarse a ella, pero ella pone una mano frente a él, impidiendo que se mueva aún más.
—Ustedes almuercen; yo iré a descansar. Mañana iremos de compras al supermercado, no hay nada.
Lucien se queda viéndola mientras pasa las escaleras y, en unos segundos, desaparece de su vista. Jamás la entendió; es un ser muy impredecible, o también es como solía llamarlo a él: «Eres alguien impredecible; no sé tus gustos, lo que quieres en tu vida y lo que quieres ser».
Su mirada se dirigió un breve instante hacia su hermano pequeño, quien, con gran entusiasmo, dejó el libro al lado de él mientras se relamía los labios.
—¿Por qué a mamá no le gusta la Navidad? —preguntó, mirándolo con gran curiosidad.
Lucien suspira y se encoje de hombros; por supuesto que sabía, sabía por qué a su madre no le gustaba la Navidad, pero Axel era muy pequeño como para entender las complejidades de la vida.
Axel hace una mueca, se levanta de la silla y se sirve del almuerzo que hizo su madre, tomando la cucharilla con su palma encima, haciéndole caer un poco de la comida.
—Campeón, estás tirando la comida —Lucien suelta una pequeña risa y se posa al lado de él, a comparación de su hermano pequeño, quien apenas y si le llegaba a las caderas.
Una vez que se sentaron a comer en el gran comedor de madera, algo nuevo para su gusto, cuando Lucien acomoda la silla para tomar el primer bocado, ve cómo Axel toma la cuchara con su mano ladeada y así come su primer bocado, haciendo que caiga un poco de la comida al piso.
Lucien sonríe, encontrando un poco adorable ese momento.
—Ya casi es tu cumpleaños, ¿qué quieres de regalo?
Axel sonríe con suficiencia.
—Un libro —responde sin rodeos.
—¿Un libro? —pregunta Lucien, sorprendido—. ¿De qué autor?
—Charles Dickens.
—Enano, no porque sea mi escritor favorito quiere decir que sea el tuyo.
—Pero me gusta —responde con una sonrisa.
Lucien pone los ojos en blanco y asiente.
—Está bien.
—¿Podemos ver Grandes esperanzas? —pregunta Axel, dando el último bocado de su almuerzo.
Lucien sonríe.
—Por supuesto, enano.
Lucien toma su mano y ambos se dirigen hacia la sala con la gran tele. Nota cómo Axel se acomoda entre el sofá, quedando sus pies flotando sobre el suelo. El pequeño toma el control y comienza a buscar la película; aún no sabe por qué un niño de casi cinco años lo entiende mejor que muchas personas.
Voltea un momento hacia las escaleras, sintiendo un gran nudo en su garganta por querer preguntarle a su madre qué es lo que sucede, pero sabe que solo recibirá respuestas llenas de frialdad y distancia.
Cuando la película comienza y en la luz tenue de la pantalla se ve a Pip corriendo en el cementerio, no es capaz de poner atención, a pesar de que la ha visto millones de veces y conoce la historia al derecho y al revés, tanto en el libro como en la película.
Sonríe un poco, porque Axel parece disfrutarla. Mueve sus pies adelante y hacia atrás con gran atención en la película, cuando el hombre toma a Pip y le hace miles de preguntas, mientras Pip le responde asustado.