Era guapísimo. Mar se aproximó a él y lo saludó con mucha familiaridad, se abrazaron. Miré mis botas, esperando a que el encuentro terminara. Escuché que alguien se aclaraba la garganta y alcé la cabeza. Él me observaba de una forma muy intensa, demasiado. Y guapísimo le quedaba corto, era atractivo y demasiado, todo un ser sacado de una película de fantasía. Era moreno, media cabeza más alta que yo, su cabello era negro como la noche, y con rulos que caían a los lados de su rostro con sensualidad. Acomodé un mechón rebelde detrás mi oreja, claramente turbada, asombrada. Mi amiga me indicó que me acercara. Hice así, caminé tratando de hacerlo normal. Se preguntaran ¿qué nunca había estado cerca de chicos, hombres? Pues sí, y bastante. Pero nunca uno como él que tenía enfrente, no con uno que me observara de aquella forma. Comúnmente estaba rodeada de chicos, pero ni una pizca de parecido a él.
—Daniel o como yo le digo Danny... —Fruncí el ceño, al recordad que él era el chico por el cual mi amiga pasaba pegada al móvil y se había sonrojado. Pase saliva con dificultad—... ella es mi mejor amiga, Sughey. —Asentí con la cabeza y extendí mi mano, él inmediatamente pasó la suya por su jean y la estrechó con la mía. Lo cual me pareció gracioso, no lo demostré. Su tacto era duro, manos de un hombre que ha trabajado duro. Y sobre eso, mi palma cosquilleaba. Las separamos después de un corto tiempo y nos sonreímos. Tenía una sonrisa de comercial, como chico de calendario, de esos no aptos para todo público.
—Un placer, Daniel... —dije. El aludido sonrió con mayor amplitud al escucharme decir su nombre. ¿Qué ocurría?
—El mío señorita... Sughey. —De su boca se escuchaba más que perfecto. Asentí con la cabeza y retrocedí un paso, comprendiendo el rumbo por donde iban mis pensamientos. Volví a ver a mi amiga, que nos observaba con confusión, le sonreí para que relajara su expresión, lo logré—. Con su permiso, iré a hacer lo que el patrón me encomendó —dijo, le sonrió con confianza a mi amiga y luego me propició una dulce a mí. Me hice a un lado para que pasara y su aroma bailó cerca de mi cuando lo hizo. Olía a colonia, madera y... campo.
La comida estaba deliciosa, y pronto mi apetito quedo satisfecho. La familia de Mar era agradable, igual que sus padres. Sin duda mi amiga contaba con una gran bendición, familias así eran pocas las que existían. Luego de conversar sobre trivialidades, salimos. Nos darían un tour por toda la hacienda. Pues Mar, como su familia quería que conociera cada rincón de aquel magnifico y hermoso sitio.
Llegamos hasta un establo repleto de caballos, yeguas y al final se encontraba Daniel, conversando con un hombre ya mayor. Mariana comenzó a arreglar su cabello y me causó diversión, me recriminó con su mirada. Pase mi mano por encima de su hombro y la atraje hacia mí, lo hacía con tanta facilidad debido a nuestras estaturas tan disparejas. El hombre lo alertó sobre nuestra presencia. Se acercaron y nos saludaron, y ahí me entere que era su padre y capataz mayor de la hacienda.
— ¿Listas para el tour? —preguntó Daniel, cuando su padre se fue.
—Claro, ¿verdad amiga? —cuestionó Mar, enredando su brazo con el mío. Ambos fijaron sus ojos en mí. Ladeé la cabeza, tratando de ignorar lo nerviosa que su mirada chocolate provocaba en mí.
—Por supuesto —respondí, aferrando con mayor fuerza el brazo de mi amiga.
Salimos por una puerta trasera, pues ahí nos estaban esperando las yeguas destinadas a darnos aquel tour. Mar era una experta, tantos años yendo a aquel lugar que no necesitaba ayuda para subir a aquellos enormes e intimidantes animales. Le di una mirada suplicante y brevemente me explicó como subir. Y ahí iba yo. Posé una mano sobre la silla de montar e intenté subir: fracaso. Bufé e intenté hacerlo de nuevo, cuando unas fuertes manos se posaron sobre el animal, giré mi rostro en busca del dueño.
— ¿Le ayudo? —cuestionó, pidiéndome permiso para tocarme. Es decir, para ayudarme a subir. Asentí, ocultando mi rostro, pues sentía que me ruborizaba, no sucedía con normalidad pero temía que pasara. Intenté prestar toda mi atención en el animal y no en el hecho de las manos de aquel joven sobre mi cadera, impulsándome a subir. Y suspiré mentalmente cuando me encontré arriba. ¡Uf!
—No fue tan difícil, ¿verdad? —cuestionó Mar. Ladeé la cabeza y le sonreí para tranquilizarla.
— ¿Todo bien? —preguntó Daniel, mirando esporádicamente a Mar y luego centrando su atención en mí. Asentí con la cabeza, pestañando un par de veces, mientras bajaba la cabeza y acariciaba la enorme cabeza de la yegua su color era como la miel, y aunado a los rayos del sol se apreciaba más a un color dorado—, bien entonces comencemos... —Retrocedió y se montó a un caballo imponente. No hizo un ademán para que lo siguiéramos y sin demora hicimos así.
Era un tipo agradable, gracioso, respetuoso y caballeroso. Y ni hablar de todo lo que sabía de las tierras de aquel lugar. Cualquier duda que podíamos poseer —sobre todo yo—, era aclarada de inmediato y con datos extras. Y no me aburría de escucharlo. Me fascinaba la naturaleza, la fauna y que él supiera tanto me dejaba pasmada, asombrada. Pero no era la única; mi mejor amiga estaba coladísima por él, se notaba mucho. Y aunque a mí me resultaba atractivo, no demostraba interés alguno. Además, había ido a aquel lugar para relajarme, para alejarme de mis problemas, preocupaciones y no en busca de: un amor de verano. Como decía en un comienzo: eso se le daba mejor a Mar y pues a mí... como que no. Hubo un momento en el que Daniel se alejó, pues quería saber si podíamos ir a los cafetales. Estaban en época de corte, por lo que posiblemente podíamos ir a echar un vistazo y quien quitaba experimentar cosas nuevas. Por lo que, esperábamos que llegará nos quedamos cerca de aprisco con una maravillosa vista; el sol pegaba con fuerza y perlaba nuestras frentes, y por más que nos abanicáramos con nuestras manos el calor era potente. Saqué mi cámara, como durante toda la excursión había hecho y tome una fotografía a aquella magistral vista, captando a lo lejos: las montañas iluminadas a un costado por la luz, develando los sembradíos de caña de azúcar, lo verde y brillante que se podría apreciar la vegetación, teniendo de fondo el horizonte un cielo claro y despejado.