Caminamos por las calles adoquinadas, el clima era agradable, pues el calor ya estaba siendo remplazado por tenues brizas refrescantes. Por todos lados había ventas de comida, dulces, ropa y recuerdos artesanales. Quise comprar unos, para así nunca olvidarme de aquellos maravillosos días. Me animé por un portarretrato tallado en madera y pintado con distintos y vivos colores. Compré un pequeño bolso hecho de añil, que seguramente sería mi compañero es las siguientes aventuras que tenía planeado vivir. Pues aquel viaje cimentó en mis deseos de ya no seguir en la monotonía, de ya no seguir haciendo lo que mi padre esperaba. Viajaría, conocería muchos sitios, disfrutaría de mi carrera, haciendo lo que amaba: tomar fotos, capturar con el lente de mi cámara todos los hermosos instantes que podía vivir o más bien viviría.
Tiempo después llegamos hasta donde una banda tocaba música en vivo; las personas danzaban, reían y se divertían. Los observé sintiéndome de pronto presa de una emoción, felicidad y valentía impresionante. Pues hice algo que nunca creí haría. Tomé la mano de Mar y nos interné en medio de aquellos cuerpos que se movían de aquí para allá, al son de la música. Ambas reímos, y nos movíamos como creíamos se bailaban esas tonada cargadas de energía y vitalidad. Los chicos pronto se acercaron y nos mostraron pasos de baile que se adecuaban más. Ni hablar, nos estábamos divirtiendo, me estaba divirtiendo como ya mucho tiempo atrás no hacía. Cerré mis ojos y moví mis manos, mi cadera y pies como si tuvieran mente propia, y de un momento a otro sentí que tomaban mi cintura, de una forma tan familiar. Abrí los ojos y Daniel estaba a mis espaldas, su rostro estaba apoyado en mi hombro y su respiración chocaba contra mi pómulo. Busqué con mis ojos a mi amiga y estaba mucho más ocupada que yo, bailaba con Fran y tal parecía que no existía nadie más a su alrededor. Me sentí feliz por ella. Recordé que tenía un polizonte a mis espaldas, apoyé una de mis manos sobre las suyas enlazadas sobre mi vientre. Y me deje llevar por él, por su cercanía y por el calor que nuestros cuerpos desprendían al contacto físico. Así me ocurría con él, mi cuerpo se abandonaba sin consultarme y eso comenzaba a darme lo mismo, sin duda alguna me sentía cómoda con él a mi lado.
Me hizo dar una voltereta y la risa brotó de mis labios como una canción; quedamos frente a frente y torpemente pase alrededor de su cuello mis manos, las suyas bajaron a mi cadera y nuestros pasos eran guiados por Daniel. Busqué sus ojos y me encantaba ver lo que ellos proyectaban: mi imagen, acompañada de su tan peculiar brillo. Le encantaba, lo sabía con solo mirar sus ojos, su sonrisa o su forma de ser conmigo, claro y que me lo decía a cada momento de esa noche. Pero lo más importante era que yo también lo sentía y aunque me empecinara en negarlo él ya lo sabía. Nuestros cuerpos muchas veces hablan más por si solos, más que las palabras que podemos pronunciar. Una mirada puede gritar el más profundo odio, rencor u enojo, pero también el deseo más arrebatador, el amor más fuerte y el deseo casi latente.
Apoyó su frente sobre la mía y cerró los ojos, relamía sus labios y su respiración era pesada y pausada. ¿Qué ocurría?
— ¿Pasa algo? —cuestioné un poco afligida, ¿qué si le estaba dando algún ataque? Negó con la cabeza y abrió los ojos. Sus pupilas estaban claramente dilatadas.
—Nada... —susurró, lo miré incrédula. E hice el amago de irme, me aferró con mayor fuerza—... muero por besarte, eso es lo que pasa —dijo quedito, acercando sus labios a los míos y rozándolos por un segundo. Mi corazón brincó y mi vientre comenzó a estrujarse. Cerré los ojos, siendo nuevamente presa por un deseo descomunal—. Tranquila, no lo haré. —Asentí con la cabeza y así seguimos bailando un par de canciones más, pero era consiente que Daniel hacia un esfuerzo sobrehumano para no besarme, y pues yo no se lo ponía nada fácil. Quería y a la vez no que lo hiciera. Bailamos juntos, con nuestras respiraciones un poco inconstantes por el deseo que sentíamos, pero no era ni el lugar ni el momento para aquel arrebatador suceso.
Llegamos a la hacienda "La amada", pasando de la media noche. Y pese a que Mar intentaba tranquilizarme diciendo que no tendríamos problemas por la hora, mi parte aprensiva estaba haciendo de las suyas. Bajamos de la camioneta y Fran junto a Mar se adelantaron hacia la casa, en lo que yo bajaba los recuerdos que había comprado para mi familia. Daniel me espero, estaba apoyado en un cerco y desde ahí era consciente de su mirada clavada en mi espalda. Cerré la puerta y antes de girar la mano de Daniel se posó sobre la puerta del vehículo, obstaculizando el que pudiera irme, giré sobre mis pies dudando si era buena idea hacerlo. No lo fue. El viento movía su melena azabache, y sus labios brillaban debido a la humedad, sus ojos estaban oscurecidos y su respiración cálida chocaba contra mis labios.
—Permíteme ayudarte con esto... —dijo, acercándose a mí, inclinándose hasta quitarme la bolsa que llevaba mis regalos. Sonreí en forma de agradecimiento e intenté irme, lo impidió—... ¿puedo decirte algo sin que te molestes? —Ladeé la cabeza.