Contrato bajo el muérdago

Capítulo 3 – El contrato bajo el muérdago

CLARA

La palabra “contrato” no debería sonar tan sexy.

Y sin embargo, ahí estoy, frente a mi computadora, intentando convencerme de que no estoy considerando seriamente firmar un acuerdo con un actor británico arrogante que cree que la vida es una comedia romántica... protagonizada por él.

—Clara, estás loca —me susurro en español mientras abro otro correo—. Completamente loca.

Han pasado tres días desde el beso viral. Tres días desde que el internet decidió que “la productora mexicana y el actor británico” son la pareja del año.

Tres días desde que Elliot Blake se coló en mis pesadillas, mis redes y mi reputación profesional.

Y hoy, como si el universo quisiera probar mi paciencia, él entra a mi oficina con un suéter navideño ridículamente caro y una sonrisa tan peligrosa como un incendio en pleno diciembre.

—Buenas tardes, señorita Ramírez. —Deja caer una carpeta roja sobre mi escritorio—. Mi propuesta.

Lo miro como si acabara de traerme un anillo de compromiso.

—Por favor, dime que eso es una orden de restricción y no lo que parece.

—Lamentablemente, no. —Cruza los brazos y me observa con esa expresión de “sé que te intrigo aunque lo niegues”.— Es un contrato. Ficticio, por supuesto.

—¿Por supuesto? —alzo una ceja—. ¿Y qué tipo de ficción involucra cláusulas, honorarios y la palabra exclusividad subrayada tres veces?

—La que podría salvarte a ti y a mí del caos mediático —responde, con ese tono de voz grave que usa cuando quiere parecer razonable—. Fingimos que estamos saliendo. Solo por un mes. Hasta después de Año Nuevo.

Me río. No porque sea gracioso, sino porque es tan absurdo que mi cerebro no encuentra otra reacción posible.

—¿Y qué gano yo con fingir ser la novia de un hombre que probablemente ensaya sus sonrisas frente al espejo?

Él se inclina hacia adelante, y por un segundo, olvido cómo respirar.

—Credibilidad. Silenciar rumores. Promoción para tu nuevo documental navideño. Y, bueno... —hace una pausa, bajando la voz— un poco de diversión.

Me odia que tenga razón. Pero lo odio más porque, de algún modo, me tienta.

Y así, sin darme cuenta, estoy leyendo las condiciones como si fueran los Diez Mandamientos del desastre romántico.

1. No enamorarse.

2. No dormir en la misma cama.

3. No besarse fuera de eventos públicos.

4. No celos.

5. No improvisar.

Ah, y mi favorita:

6. No olvidarse de que todo esto es un trato temporal.

—No enamorarse —repito en voz alta, saboreando la ironía—. Qué conveniente.

—Hay que establecer límites claros —responde él con un guiño—. No querrás enamorarte de mí antes de Año Nuevo.

—Créeme, eso no está ni en mi lista de pendientes ni en mi lista de deseos.

Él sonríe. Un poco demasiado.

Y esa sonrisa me deja más nerviosa que cualquier cláusula.

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ELLIOT

Clara Ramírez es un peligro.

No el tipo de peligro que te dispara o te demanda, sino el tipo que te desarma con una mirada y te hace olvidar por qué juraste no involucrarte con nadie.

Pensé que esta idea del contrato sería sencilla: fingir un romance, ganar tiempo, calmar a la prensa.

Pero verla ahí, con su cabello suelto, los labios fruncidos mientras lee cada línea del documento como si estuviera analizando un guion… me hace pensar que tal vez estoy firmando algo mucho más complicado.

—Tu cláusula tres me parece una ofensa a los buenos modales británicos —le digo, sirviéndome una copa de vino en mi apartamento esa noche—. ¿“No besarse fuera de eventos públicos”?

—No necesito que practiques tus métodos de actuación conmigo —responde, cruzada de brazos frente a la chimenea encendida—.

—Vamos, Clara. —Sonrío—. Solo estoy diciendo que la química es importante.

—Esto no es una película.

—¿Y si lo fuera?

Ella suspira y me lanza una mirada que debería ser letal.

—Entonces sería la típica historia donde el tipo encantador arruina la vida emocional de la protagonista antes de que suenen las campanas de Año Nuevo.

—¿Y tú qué serías?

—La protagonista que aprende a no confiar en los actores británicos con sonrisas perfectas.

Me río, pero dentro de mí algo se sacude. No esperaba que me gustara tanto escucharla hablar.

Ni que la idea de pasar un mes entero fingiendo que es mía me resultara tan peligrosa.

Cuando terminamos de revisar el contrato, ella lo firma con determinación.

Yo también.

Y justo cuando vamos a brindar, algo cae sobre nosotros.

Un ramito verde. Pequeño. Colgando del marco de la puerta.

Ella lo nota y levanta la vista.

—¿Es en serio? ¿Un muérdago?

—Pura coincidencia. —Miento descaradamente.

—Claro. Seguro lo plantó el espíritu de la Navidad para que sigamos el cliché completo.

—Tal vez deberíamos respetar la tradición —le digo con una sonrisa lenta.

—Tal vez deberías respetar tu contrato. —Da un paso atrás.

Pero no lo suficientemente lejos.

Estamos tan cerca que puedo sentir el aroma a canela de su perfume, el calor de su piel, y el leve temblor de su respiración.

Por un instante, el silencio lo dice todo.

Ella aparta la mirada, finge revisar su reloj.

—En una semana vuelo a México. Si vas a seguir fingiendo, tendrás que aprender a comer pozole y sobrevivir a mi familia.

—Acepto el reto —respondo.

Ella sonríe apenas, y ese gesto diminuto me desarma más que cualquier beso.

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CLARA

Cuando salgo de su departamento, el aire de Londres se siente más frío que nunca.

Pero dentro de mí, algo arde.

No sé si es el enojo, la adrenalina o la absurda emoción de saber que en una semana ese hombre y yo estaremos atrapados en el mismo país, fingiendo ser una pareja perfecta bajo el mismo cielo de luces navideñas.



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En el texto hay: humor, extranjeros, navidad y romace

Editado: 01.12.2025

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