Narrado por Clara
La fama tiene un olor.
Y huele a café frío, a ansiedad y a notificaciones que no paran de sonar.
Desde que aquel beso accidental se volvió viral, mi celular no ha dejado de vibrar.
Cada red social, cada blog, cada página de chismes británica tiene una versión distinta de lo que pasó entre “la productora mexicana y el actor más deseado de Londres”.
Algunos dicen que somos novios secretos.
Otros aseguran que soy su “misteriosa musa latina”.
Y mi favorito: que me contrató para fingir amor mientras huía de un corazón roto.
Ironía nivel Dios.
Apoyo la frente sobre mi escritorio y respiro hondo.
La oficina huele a canela y frustración.
—Clara, otra entrevista —me dice Emma, mi asistente, asomándose con una sonrisa nerviosa—. Quieren saber si confirmas la relación con Elliot Blake.
—Diles que confirmo que el mundo se volvió loco.
Ella suelta una risita, pero sé que está tan estresada como yo.
Desde que firmé ese contrato absurdo, mi vida se volvió un guion fuera de control.
Y, como si el universo quisiera burlarse, suena mi celular con el nombre que más me da migraña: Elliot Blake.
—¿Qué quieres, Blake? —respondo, fingiendo calma.
—Encantador saludo —su voz suena divertida, como siempre—. Solo llamaba para avisarte que tenemos nuestra primera aparición pública esta noche.
—¿Qué? ¡No! Dijimos que sería después del viaje a México.
—Cambio de planes. La prensa nos vio saliendo del estudio y… bueno, mi agente cree que debemos “alimentar la narrativa”.
—¿La narrativa? —repito con ironía—. Esto no es una serie de Netflix.
—Exacto. Pero tiene mejor presupuesto.
Cuelga antes de que pueda insultarlo correctamente.
Respiro, miro mi reflejo en la pantalla y me pregunto por qué accedí a fingir ser la novia de un hombre que cree que el sarcasmo es una forma de comunicación romántica.
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Esa noche, Londres parece una postal: luces doradas, nieve cayendo como si alguien la hubiera programado para aumentar mi ansiedad, y una alfombra roja frente al teatro donde se estrena su nueva película.
Cuando bajo del auto, los flashes me ciegan.
Y ahí está él: Elliot Blake, en un esmoquin negro que parece hecho a la medida del pecado.
Su sonrisa es tan impecable que me molesta.
Me tiende la mano como si fuéramos los protagonistas de una historia de amor.
Y aunque quiero rodar los ojos, la tomo.
—Recuerda el contrato, Ramírez —murmura entre dientes mientras posamos para las cámaras—. “Aparentar afecto público.”
—Sí, pero el contrato no especifica que debas lucir tan… —me muerdo la lengua.
—¿Tan qué?
—Tan irritantemente perfecto.
Su risa suena justo al lado de mi oído.
Y por un segundo, olvido que estamos actuando.
Nos toman decenas de fotos. Me pregunta si estoy bien, pero su tono tiene algo diferente: no es burla. Es… sincero.
Y eso me desconcierta más que todos los flashes juntos.
Dentro del teatro, todo brilla. Literalmente. Las luces, los trajes, la hipocresía.
Nos sientan juntos, y yo hago lo imposible por mantener la sonrisa mientras los periodistas murmuran a nuestro alrededor.
—Mira el lado positivo —dice él mientras me ofrece una copa de champaña—. Al menos te ves deslumbrante mientras el mundo especula sobre nosotros.
—Eres insoportable.
—Y tú, encantadora cuando te enfadas.
Me dan ganas de tirarle la copa encima… otra vez.
Pero entonces, una cámara se acerca.
Él toma mi mano.
Y yo, sin pensarlo, entrelazo los dedos con los suyos.
Por contrato. Por obligación. Por pura actuación.
Eso intento repetirme mientras mi corazón decide ignorar la cláusula número uno.
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Narrado por Elliot
Ella no lo sabe, pero tiembla un poco cuando las cámaras se acercan.
No de miedo, sino de ira contenida.
Y aun así, sostiene mi mano con una firmeza que me deja sin aire.
Clara Ramírez no interpreta papeles, los destruye.
Y esta noche, la veo convertirse en una estrella sin darse cuenta.
Su risa es auténtica, incluso cuando me lanza indirectas disfrazadas de cumplidos.
Y la forma en que aprieta mi mano cuando alguien menciona el beso viral…
Dios, si esto fuera actuación, merecería un Óscar.
Cuando termina el evento, ella intenta escaparse por la puerta lateral.
Yo la sigo, porque por alguna razón, no quiero que se vaya aún.
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El aire es helado.
Clara se quita los tacones y suspira.
—No me hables, Blake. Estoy procesando el trauma.
—¿De la prensa o de mí?
—Ambos.
Me río. No puedo evitarlo.
Ella gira para enfrentarse a mí, y en ese instante, el muérdago del maldito destino vuelve a aparecer.
Colgando del toldo del teatro, justo sobre nosotros.
—Si vuelves a mencionar ese muérdago, te juro que te lo hago tragar. —Su voz suena entre molesta y divertida.
—Trato justo. Pero, por si acaso… —me acerco apenas, lo suficiente para ver cómo se le eriza la piel—. Solo digo que la tradición exige…
—Ni se te ocurra.—…documentar cada beso para el contrato.
—Elliot.
Su tono es una advertencia, pero sus ojos dicen otra cosa.
Y si no fuera por el maldito contrato, probablemente haría algo que arruinaría todo.
En cambio, sonrío.
—Tranquila, Ramírez. No romperé una cláusula… todavía.
Ella se ríe, agotada, divertida, viva.
Y por primera vez, pienso que no sé quién está fingiendo más: ella o yo.
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Narrado por Clara
Llego a mi departamento pasada la medianoche.
Mi teléfono vibra con cientos de notificaciones:
📸 “Elliot Blake y Clara Ramírez, la pareja del invierno.”
💋 “¿Amor real o truco publicitario?”
🎄 “El beso que derritió la nieve de Londres.”
Apago el móvil y dejo caer la cabeza en la almohada.