Contrato bajo el muérdago

Capítulo 6 – Contrato bajo condiciones absurdas.

Narrado por Clara

Dicen que cuando haces un trato con el diablo, al menos te ofrece vino.

Elliot Kingsley me ofreció café… y una lista de reglas absurdas.

Una semana. Siete días para prepararnos antes de nuestro debut como “pareja oficial”.

En teoría, solo debía aprender a sonreír sin parecer que lo odiaba. En la práctica… sobrevivirlo ya era un reto digno de un reality show.

Estábamos en su oficina. Minimalista, impecable, llena de tonos fríos.

Una decoración tan calculada que hasta el aire parecía tener un presupuesto.

—Regla número uno —leyó él, sin levantar la vista—: nada de discusiones frente a terceros.

—¿Y si me provocas?

—Lo haré. Pero sonreirás.

—Eres un psicópata con traje —murmuré.

—Y tú una productora con problemas de impulsividad. Buen equilibrio.

Me crucé de brazos.

—¿Puedo ver esa lista o piensas leerla como si fuera la Constitución británica?

Él me pasó el documento. Estaba numerado. Por secciones. En negritas.

—¿Treinta y siete reglas? —le grité—. ¡Ni mis exámenes finales tenían tanto contenido!

Elliot, con una tranquilidad criminal, se ajustó el reloj.

—Cada relación funcional necesita límites claros.

—Esto no es una relación, es un guion de comedia romántica escrito por un abogado aburrido.

Me senté, resoplando, y empecé a leer:

> “Regla 12: en eventos públicos se deberá mantener contacto físico mínimo de 10 segundos cada media hora.”

—¿Qué demonios significa esto? ¿Quieres que te toque con cronómetro?

—La coherencia es importante —dijo, sin inmutarse.

> “Regla 15: los apodos cariñosos deben acordarse previamente para evitar incoherencias.”

—¿Apodos? No pienso llamarte mi amor.

—Perfecto. Prefiero querido o cariño.

—Voy a vomitar.

Elliot sonrió con los labios apenas curvados.

Esa sonrisa arrogante. Esa sonrisa que decía ya caíste en mi juego.

“Regla 20: si alguno de los dos siente algo fuera del acuerdo, deberá notificarlo inmediatamente.” —leí en voz alta y me detuve—. ¿Qué clase de locura legal es esta?

—Una cláusula emocional. Previene… malentendidos.

Lo miré, incapaz de evitar reírme.

—Entonces, si me enamoro de ti, ¿tengo que enviarte un correo con copia al abogado?

—No te enamorarás de mí —dijo con absoluta seguridad.

—Ah, qué alivio. Pensé que estabas preocupado.

Tomé mi pluma y taché un par de frases.

—Regla adicional —dije—: puedo insultarte cuando sea necesario.

—Eso anula la regla uno.

—Llamarlo “terapia verbal”.

Su mirada se suavizó un poco, aunque fingió que no.

—Anotado.

Hubo un silencio raro después.

No incómodo, no hostil.

Raro. Como si ambos fuéramos conscientes de que estábamos cruzando una línea invisible.

---

Elliot

Nunca había firmado un contrato tan peligroso.

Y no por las cláusulas legales, sino porque cada palabra suya ponía en riesgo mi autocontrol.

Clara tenía esa energía caótica que desarmaba mi mundo perfectamente estructurado.

Yo había vivido años rodeado de protocolos, cámaras y falsas sonrisas. Ella… simplemente decía lo que pensaba. Sin filtro, sin cálculo.

Y eso, diablos, me fascinaba más de lo que debía.

—¿Siempre eres así de mandona? —pregunté, mientras ella escribía notas sobre el contrato como si fuera una estudiante rebelde.

—¿Y tú siempre eres así de insoportable? —me devolvió, sin mirar.

Quise reír. No lo hice. No todavía.

Mi reputación dependía de mantener la distancia.

Pero había algo hipnótico en cómo movía las manos al hablar, en cómo su cabello caía desordenado cuando se exasperaba.

Me recordaba que estaba vivo.

—Te enviaré la agenda de eventos —dije, intentando sonar profesional—. La cena con mi agente es en el Savoy. Código formal.

—Perfecto. Yo tengo un vestido que te hará cuestionar todas tus reglas.

La miré, y por un instante, perdí la compostura.

No sé si fue el tono en su voz o esa chispa en sus ojos, pero me descubrí imaginando cosas que nada tenían que ver con contratos.

Desvié la mirada.

—Recuerda, esto es temporal.

—Tranquilo, señor Grinch. No me pienso enamorar del británico sin alma.

Su ligereza me descolocó. No estaba acostumbrado a que me hablaran así.

En mi mundo, todos elegían las palabras con miedo. Ella las lanzaba como confeti.

---

Clara

Dos días después, estábamos en un estudio fotográfico.

Elliot había organizado una sesión para “normalizar” nuestra historia en redes.

Traducción: sonreír fingiendo amor para que los fans dejaran de odiarlo.

Llevaba un suéter rojo y un gorro navideño que, honestamente, parecía un insulto a su dignidad británica.

Yo no podía con la risa.

—No te rías —susurró entre dientes.

—¡Pareces el duende más caro del Polo Norte!

—Estoy haciendo esto por estrategia.

—Claro, Santa Claus de Oxford.

El fotógrafo nos pidió acercarnos más. Elliot colocó su mano en mi cintura con cuidado, como si tocarme fuera parte del protocolo.

Su perfume —una mezcla entre madera y arrogancia— me nubló el juicio por un segundo.

Y justo entonces, lo escuché murmurar:

—Relájate. Nadie muerde aquí.

—Eso dices tú.

La cámara parpadeó. Flash. Flash.

Entre cada destello, algo cambió.

Su sonrisa se volvió real.

La mía, también.

El fotógrafo bajó la cámara.

—Perfecto. Se ven… auténticos.

Elliot y yo nos miramos.

Auténticos.

Esa palabra pesó más que cualquier cláusula del contrato.

---

Elliot

Esa noche revisé las fotos.

No podía dejar de ver una en particular: ella riendo, con la nariz ligeramente arrugada, mis manos aún en su cintura.

Era demasiado natural. Demasiado peligrosa.



#3224 en Novela romántica
#1042 en Otros
#383 en Humor

En el texto hay: humor, extranjeros, navidad y romace

Editado: 01.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.