Contrato bajo el muérdago

Capítulo 7 – La cena con su agente (y su mentira oficial).

Narrado por Clara

Había pasado media hora frente al espejo tratando de convencerme de que esto no era una cita.

No.

Era trabajo. Una actuación. Un contrato.

Solo que el vestido rojo que llevaba gritaba todo menos “estrictamente profesional”.

—Sonríe —me dijo mi reflejo—, pero no demasiado. Recuerda que lo odias un poco.

Llegué al restaurante más elegante de Londres, donde hasta las servilletas parecían tener acento británico. Afuera había flashes, reporteros, y una fila de curiosos intentando ver “a la pareja del momento”.

La “pareja” éramos nosotros.

Y lo peor era que ya no se sentía tan falso.

Elliot me esperaba en la entrada. Traje negro, corbata ajustada, una sonrisa ensayada tan perfecta que dolía verla.

—Llegas tarde —dijo.

—Quería asegurarme de que mi sarcasmo estuviera a la altura del evento.

Me ofreció su brazo, y aunque rodé los ojos, lo tomé.

Era parte del contrato, ¿no?

Cuando entramos, todos se giraron a mirarnos.

Su agente, un hombre calvo de sonrisa profesional, se levantó enseguida.

—¡Ah, por fin! La pareja más comentada del mes.

—Encantada —dije con mi sonrisa más televisiva.

—Clara, ¿verdad? —preguntó la publicista—. Elliot no deja de hablar de ti.

Casi me atraganto con mi propia respiración.

Él ni siquiera pestañeó.

—Es que tiene un talento… particular —dijo con ese tono que me hacía querer lanzarle el panecillo más cercano.

Nos sentamos. La mesa parecía un campo minado de copas, cubiertos y miradas analíticas.

Yo intentaba no parecer nerviosa, pero entre los camareros impecables y el periodista que grababa cada palabra con su mente, era imposible.

—Entonces, Clara —dijo la publicista—, ¿cómo comenzó todo entre ustedes?

—Ah… —empecé, buscando aire—. Fue algo… inesperado.

—Un accidente, realmente —intervino Elliot—. Ella me tiró café encima.

—Y él me gritó. Fue amor a primera insolencia.

Las risas estallaron alrededor.

Yo sonreí, triunfante.

Elliot me lanzó una mirada lateral, entre fastidiado y divertido.

Por dentro, algo en mí disfrutó demasiado ese juego.

A medida que la cena avanzaba, la actuación se volvió más natural.

Él me servía vino, yo reía a destiempo, nuestras manos se rozaban como si todo estuviera ensayado.

Pero no lo estaba.

Nada de eso lo estaba.

En un momento, el periodista nos pidió una foto.

—Un beso en la mejilla, algo tierno.

Elliot se inclinó hacia mí.

Su perfume. Su voz apenas un susurro.

—¿Lista, productora?

—Hazlo rápido —respondí.

Sus labios rozaron mi mejilla. Fue apenas un segundo… pero el restaurante desapareció.

Solo quedamos nosotros y el eco de ese contacto.

El flash de la cámara rompió el instante.

La mentira había quedado inmortalizada.

---

Elliot

Mentir siempre fue parte de mi carrera.

Pero mentir con ella se sentía distinto.

Más peligroso.

Más real.

Durante la cena, noté algo en Clara que no había visto antes.

Bajo la seguridad y las bromas, había una vulnerabilidad que la hacía aún más fascinante.

Cuando se reía, el mundo parecía menos frío.

Mi agente hablaba de futuros contratos, películas, giras…

Yo solo podía pensar en que, por primera vez, alguien no intentaba impresionar a Elliot Kingsley, el actor.

Clara discutía conmigo, me contradecía, me hacía reír.

Era insoportable. Y completamente adictiva.

La cena terminó con aplausos y promesas de futuras entrevistas.

Pensé que ahí acabaría todo.

Pero mi agente, en su infinita sabiduría, decidió arruinarlo.

—Vamos a mi casa, haremos un brindis más informal —dijo.

Y así, lo elegante se transformó en un caos doméstico.

---

Clara

La casa del agente era una mezcla de mansión y museo.

Había copas, luces y música navideña.

Yo intentaba mantener el papel, pero con cada brindis, Elliot se relajaba un poco más… y yo también.

—¿Siempre eres así de encantador en fiestas? —le pregunté, apoyada en la barra.

—Depende del público —respondió—. Contigo, tiendo a perder el control.

Rodé los ojos, aunque mi corazón se aceleró.

—¿Eso lo practicas frente al espejo?

—Solo si tú estás en el reflejo.

Lo odiaba.

Y, al mismo tiempo… no.

De pronto, su agente levantó una copa.

—¡Por la pareja más inesperada del año!

Todos aplaudieron.

Elliot me miró y levantó su copa también.

—Por la mentira más convincente que hemos contado.

Reímos. Pero en ese segundo, algo en su mirada cambió.

No había sarcasmo, ni distancia.

Solo una ternura silenciosa que me desarmó por completo.

Entonces, alguien gritó desde el fondo:

—¡Muérdago!

Levanté la vista.

Una ramita colgaba justo encima de nosotros.

El universo tenía un sentido del humor retorcido.

—Ni lo pienses —dije.

—Demasiado tarde.

Elliot se inclinó.

No fue un beso completo, apenas un roce, un suspiro compartido entre risas y nervios.

Pero fue suficiente.

Suficiente para que todo el mundo aplaudiera.

Y suficiente para que mi corazón hiciera un salto ridículo en el pecho.

---

Elliot

No debía haberlo hecho.

Ni por el show, ni por el contrato.

Pero en ese instante, con las luces doradas y su risa temblando en el aire, la línea entre verdad y actuación se borró.

Cuando nos apartamos, ella evitó mirarme.

Y yo fingí no notar cómo le temblaban las manos.

Mi agente se acercó, satisfecho.

—Eso fue perfecto. Las fotos van a romper internet.

Perfecto.

Claro.

Solo que por primera vez, lo que sentía no tenía nada de actuación.

---

Clara

Cuando salimos de la casa, el aire de Londres estaba helado.



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En el texto hay: humor, extranjeros, navidad y romace

Editado: 01.12.2025

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