Contrato con cláusula de abrazos

Capítulo 2 — “Cláusula 1: Términos de Tentación”

El día de la firma amaneció como si el cielo de Valdaria hubiera decidido coquetear con el sol: una luz dorada rozaba las terrazas de Auria y el aire olía a café recién molido y promesas mal disimuladas.

En el estudio principal de CulinArt, los preparativos para la presentación oficial de El Sabor del Mundo iban a toda prisa: cámaras calibradas, flores en los mesones, y un chef con nervios disfrazados de serenidad.

Julián Moretti se ajustó las mangas de su chaqueta negra y sonrió al espejo, pero no por narcisismo.

Era defensa.

Si uno sonreía lo suficiente, nadie notaba que estaba a punto de firmar un contrato para no enamorarse de la abogada más tentadoramente imperturbable del país.

La puerta del camerino se abrió.

—El equipo de producción pregunta si trajiste tu encanto o si lo dejaste en casa —anunció Rocío, entrando con una carpeta—. Y Valeria ya llegó. Está con el director legal revisando los términos.

—Ah, perfecto, mi jueza favorita —bromeó Julián—. ¿Sigue con esa cara de que va a demandar al amor por improductivo?

—Más o menos —rió Rocío—. Aunque debo admitir que hoy tiene un brillo diferente. Debe ser la luz, o el karma.

*****

En el set, Valeria revisaba los papeles con la concentración de una cirujana. Llevaba su cabello suelto, cayendo sobre los hombros con un movimiento casi estudiado.

El traje gris claro contrastaba con el tono cálido del atardecer que se colaba por los ventanales. A su lado, Garbanzo, en su transportadora, la observaba como un consejero sabio.

—No me mires así —le susurró ella al gato—. No es mi culpa que los hombres con mandil y ego televisivo sean mi nuevo caso.

Garbanzo bostezó, con esa calma de quien ha firmado contratos peores por una lata de atún.

Rocío apareció con una sonrisa de victoria.

—Listo. Julián está preparado. La prensa está afuera y los patrocinadores esperan el momento de la firma para la foto oficial.

—Excelente. —Valeria cerró la carpeta—. Mientras él no improvise, todo saldrá bien.

—¿Tú conoces a Julián Moretti, verdad? —preguntó Rocío, divertida.

—Lamentablemente, sí. —Valeria suspiró—. Lo conocí ayer, y ya siento que necesito una cláusula para evitar los dolores de cabeza.

*****
El chef entró al set en ese momento, con la seguridad de quien sabe que todos lo miran… excepto ella.

Su mirada se cruzó con la de Valeria, y durante un instante, el bullicio desapareció.

Ella fue la primera en romper el contacto visual.

—Firmaremos aquí —dijo, señalando la mesa.

—¿Siempre es tan romántica cuando inicia un acuerdo? —preguntó él.

—Solo cuando presiento que el cliente no lo cumplirá.

Garbanzo maulló desde su transportadora, como si opinara a favor de Valeria.

Julián se agachó un poco, mirándolo.

—¿Y este testigo peludo?

—Garbanzo. Observador neutral.

—Tiene la mirada de quien ya planea unirnos.

—Tiene hambre. Lo cual explica por qué me recuerda a usted.

Él soltó una carcajada genuina, baja y cálida.

—Le juro que voy a seguir las reglas, abogada.

—Le juro que tengo una cláusula para cuando no lo haga.

*****

El director del canal levantó la voz:

—¡Listos! Grabando la presentación.

Los focos se encendieron. El público invitado, los jueces del concurso y la prensa se alinearon.

Una reportera anunció:

—Hoy se firma el contrato más curioso del año: el famoso “acuerdo de no-enamoramiento” entre el chef Julián Moretti y su abogada, Valeria Rivas.

Valeria se enderezó, profesional.

—El contrato tiene como finalidad establecer límites éticos y emocionales durante la participación del señor Moretti en el concurso El Sabor del Mundo.

Julián intervino:

—O como me gusta llamarlo, una receta para no meter el corazón en la olla.

Risas.

Los flashes captaron el momento justo en que ambos se inclinaban a firmar.

Valeria firmó primero, trazo firme y elegante.

Julián después, con su caligrafía rebelde y un toque de firma alzada.

—Hecho —dijo ella.

—Hecho —repitió él, y luego bajó la voz—. Ahora que está firmado, ¿puedo invitarla a un café?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque el contrato no tiene cláusula de café.

—Puedo hacer un anexo.

—Ni lo sueñe, Moretti.

*****

Pero el universo no suele leer cláusulas.
Al terminar la firma, uno de los asistentes tropezó con la mesa de degustación y derramó un tazón de crema pastelera justo hacia ellos.




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