🐾 Notas confidenciales de Garbanzo, gato con experiencia emocional
Los humanos creen que dominan el mundo, pero no pueden con una puerta cerrada ni con un corazón desordenado.
Ella firma papeles para no sentir, y él cocina con la misma intensidad con la que otros se enamoran.
Yo solo observo, maúllo… y empujo el destino con la patita cuando nadie mira.
Spoiler: esto no terminará con una cláusula. Terminará con besos.

Auria amanecía envuelta en esa luz cálida que hacía brillar las ventanas del distrito jurídico.
En el piso 10, Valeria Rivas cerraba los ojos frente al espejo, repasando mentalmente el horario del día: reunión en CulinArt, revisión de contrato, grabación de prueba del concurso El Sabor del Mundo.
Y, claro, la tarea más difícil de todas: fingir que no existía un chef con sonrisa peligrosa y manos capaces de convertir cualquier cosa en tentación.
Abajo, un maullido la devolvió a la realidad.
Garbanzo estaba sentado junto a su transportadora, con expresión de “¿vamos o qué?”.
Tenía el pelaje naranja perfectamente cepillado y un pequeño moño negro que Rocío le había puesto “para que combine con la seriedad del caso”.
Valeria se agachó.
—Podrías quedarte en casa por una vez.
Garbanzo la miró con esa mezcla de desprecio y ternura felina que decía claramente ni loco, humana.
Ella suspiró.
—Está bien, pero si vuelves a caminar sobre los documentos, te demando.
El gato ronroneó, satisfecho.
🐾 Pensamiento de Garbanzo:
Demandarme… qué palabra más fea.
No sabe que soy su única defensa contra los impulsos románticos.
Y el chef está peligrosamente cerca de reincidir.
En el taxi, Valeria recordó por qué nunca viajaba sin él.
Tres años atrás, después de un caso mediático agotador, había encontrado a Garbanzo bajo la lluvia, en una caja de cartón con la etiqueta “gratis”.
Tenía una oreja doblada, un ojo demasiado curioso y una arrogancia impropia de su tamaño.
Cuando lo levantó, la miró con tal descaro que casi escuchó la sentencia: “Vas a necesitarme más de lo que crees.”
Y tenía razón.
Desde ese día, él se convirtió en su sombra.
Al principio lo dejaba en casa, hasta que un ataque de ansiedad durante una audiencia importante cambió todo: El gato, según el guardia del juzgado, se escapó del apartamento, cruzó media calle y apareció en la sala de audiencias, caminando directamente hacia ella, maullando con autoridad.
El juez, entre divertido y confundido, permitió que se quedara “mientras no objete”.
Y así, Garbanzo se convirtió en el primer gato en asistir a una audiencia legal en Valdaria.
Desde entonces, Valeria no lo dejó atrás ni un solo día.
Había días en que el bufete se volvía un campo de batalla emocional; noches en las que los contratos y el silencio pesaban demasiado.
Garbanzo era el único que lograba arrancarle un suspiro o una carcajada.
Desde entonces, lo llevaba a todos lados, oficialmente “por apoyo emocional”.
Extraoficialmente, porque sin él se sentía vacía.
En el set de grabación, los técnicos ajustaban luces y los aromas de cocina flotaban en el aire.
Julián Moretti probaba una salsa mientras sonreía al verlos entrar.
—Llegaron mis dos pesadillas favoritas: la abogada y su supervisor felino.
—Garbanzo es observador, no supervisor —respondió Valeria, dejando la transportadora sobre la mesa—.
—Sí, claro —bromeó él—. Observa, juzga y ronronea cuando me ve sonreírle a su dueña.
—Porque detecta las amenazas.
Garbanzo, con perfecta sincronía, maulló como si firmara la declaración.
🐾 Pensamiento de Garbanzo:
Exacto, humano.
Sonrisa peligrosa, mirada persistente y manos capaces de alterar la presión arterial.
Eres un riesgo laboral con delantal.
El director anunció que grabarían una escena de práctica para el programa.
Valeria debía acompañar al chef para explicar el contrato a cámara, mientras Julián preparaba un platillo de demostración.
—¿Lista? —preguntó él.
—Soy abogada, no actriz.
—Yo solo necesito que lea con ese tono de “prohibido”. A la audiencia le encantará.
—A la audiencia le gusta el drama.
—Por eso usted y yo funcionamos tan bien.
El equipo soltó una risa colectiva. Valeria respiró hondo.
No lo admitía, pero había algo en la voz de Julián que la desarmaba. Tenía ese timbre bajo, suave, que hacía que hasta una cláusula sonara como una promesa.
Mientras hablaba frente a cámara, Julián decoraba un postre con precisión artística.