Contrato con un Multimillonario

=2=

Salgo del coche en estado de pánico, ni siquiera sé cómo me las arreglo para quitar el bloqueo, empujo la puerta y corro. Tengo la mente en blanco, no siento mi cuerpo.

¡Correr!

Tan lejos como sea posible.

Eso es lo único en lo que estoy pensando ahora mismo.

Unos fuertes brazos se envuelven alrededor de mi cintura, me encierran en una trampa caliente, me dan la vuelta y me empujan contra mi propio coche.

Trago saliva convulsivamente, caigo en la cuenta de que no me ha dado tiempo de alejarme mucho.

El extraño sonríe. Descaradamente. Desenvuelto. ¿Y este bastardo enfermo todavía me pareció inteligente durante un par de minutos? Mi madre tiene razón cuando dice que no tengo ni idea sobre la naturaleza humana.

–– ¿Cómo te llamas, belleza?

––Déjeme ir, –– siseo y lucho desesperadamente. ––No me voy a presentar.

Chispas peligrosas brillan en sus ojos. No predicen nada bueno. No hay ni un alma en el aparcamiento. Nadie a quien pedir ayuda. Y nadie me ayudaría. Por el miedo de interferir. Mirarían y pasarían de largo.

¿Quién se la jugaría con un psicópata? Se ve claramente. Por sus formas y su terrible coche.

––¿Quieres que te nombre yo mismo?

–– ¡Por supuesto que no!

–– Entonces contesta.

–– ¿Está usted loco?

Pregunto y entiendo lo estúpida que suena mi pregunta a la luz del comportamiento de este neandertal. Se ve decente, sí, pero en realidad es un maníaco chiflado.

––Quíteme las manos de encima, ––murmuro y trato frenéticamente de apartarlo. –– Deje de aplastarme.

–– La culpa es tuya.

–– Usted aparco en el lugar equivocado. Creó un problema. Le propuse una solución, y empezó a hacer cosas obscenas...

Me tropiezo.

¿Por qué está mirando mis labios de esa manera? Y de nuevo pasa por la figura. Ahora no sólo devora con los ojos, sino que también toca, como si fuera de su propiedad.

Literalmente salto al sentir sus dedos calientes en mi trasero como si tocara la corriente eléctrica o me echara agua hirviendo encima.

Grito.

Es estúpido, pero no se me ocurre nada mejor. Estoy chillando, pidiendo ayuda, y el extraño ni siquiera levanta una ceja. Me agarra por debajo del culo y me pone sobre el capó de mi coche. Abre mis piernas con un empujón. Se acomoda entre mis muslos.

Pelear es inútil. El hombre es mucho más fuerte. Y aunque le estoy pegando con los puños, no tiene sentido, no reacciona de ninguna manera. No se estremece, no pone mala cara. Es poco probable que este tipo loco note mi resistencia.

De repente veo un grupo de jóvenes. Cinco o seis. Grandes, de hombros anchos. Obviamente deportistas, o simplemente culturistas. Hablan, se ríen.

–– ¡Ayuda! –– grito desesperadamente. –– ¡Por favor ayuda!

El extraño se ríe. No ve a la gente detrás, y por eso no entiende que ahora tendrá que dejarme ir.

––Pero hombre, ¿qué está haciendo? – reacciona uno de los chicos.

–– ¡Quítate de la chica!

– Amigo, no te diste cuenta de que ella no estaba de acuerdo.

No veo una pizca de sorpresa en su rostro. Tampoco de preocupación. No parece importarle si hay testigos o no.

Se da la vuelta, mira a los jóvenes y...

–– ¡Vámonos chicos! – el que antes levanto la voz se retira de inmediato.

–– No entiendo.

––Te lo explicaré más tarde, ––le da una palmadita a su amigo en el hombro. – ¡Vamos!

––Espera, pero ¿cómo vamos a dejarla?

––Olvídalo, –– se une otro chico. –– ¿Qué diablos estás haciendo de todos modos?

¿No reconoces el coche?

Se marchan, se suben a su vehículo y salen apresuradamente del aparcamiento.

Trago con tanta fuerza que me duele la garganta.

Maldita sea, este es mi final, seguro.

–– ¿Pensaste que te ayudarían?

El desconocido tira de mis caderas, me acerca a él y me intimida con su mirada.

––Nadie toca lo mío.

Me muero de su enorme descaro.

––No soy suya, –– suelto con dificultad saliendo del shock.

–– ¿De quién entonces? – burlonamente arquea una ceja. –– Mi Bambi.

–– ¿Qué clase de nombre estúpido es ese? – contesto retorciendome.

––Ese es tu nuevo nombre, ––anuncia el con calma. Acostúmbrate, guapa.

–– No lo pienso hacer.

–– Tendrás que hacerlo.

Se inclina hacia adelante, obligándome a echarme contra el capó en un intento de evitar un contacto aún más cercano.

––Realmente eres como un cervatillo. Así son tus ojos. Buenos. Inocentes. Me pregunto como serán cuando te haga mía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.