Contrato con un Multimillonario

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Me quedo de piedra, sintiendo que el desconocido está listo para llevar a cabo la amenaza ahora mismo. Aquí mismo. En medio del aparcamiento, donde en cualquier momento puede aparecer la gente. Si este tipo de repente decide coger algo, entonces lo cogerá. Nada puede hacerle cambiar de idea. Es absolutamente descorazonador.

––Bambi, ––está disfrutando del apodo idiota de nuevo.

––Loco, ––siseo, deshaciéndome de mi entumecimiento y de nuevo tratando de liberarme. –– ¡Maníaco!

–– O simplemente Gleb Alexandrovich.

¿Qué? ¿De verdad cree que le voy a llamar así? Nunca. Aunque vale la pena recordar su nombre para la policía. Sin embargo, dudo que sea real.

Estoy tratando de arañarle la cara, pero este bastardo agarra mis muñecas con una mano y las pasa por encima de mi cabeza, las golpea contra la superficie de metal y sonríe ampliamente.

––Eres la caña, ––dice. –– Continua.

–– ¿De qué está hablando?

Me retuerzo desesperadamente, moviéndome debajo de su cuerpo musculoso con la esperanza de escabullirme y liberarme.

––Flexible, ––concluye el extraño. –– Mueves bien las caderas.

Mierda.

Me quedo petrificada.

Le gusta mi resistencia. Incluso escaparse ahora es peligroso. Pero tampoco puedo estar sin hacer nada.

Maldita sea, ¿tal vez se escapó de la prisión? Por eso, tan hambriento, se abalanza sobre la primera chica que encuentra.

—Déjeme ir —digo, e intento con todas mis fuerzas que no me tiemble la voz. Encuentre a alguien que disfrute con este tipo de atención.

Me mira a los ojos un largo rato. Su mirada es como una radiografía, atraviesa, llega a la esencia oculta.

El extraño me suelta. Drásticamente. Se aparta y da un paso atrás, permitiendo que me deslice fuera del capó.

Pero el hombre no se va.

–– Así estas contenta.

––No, –– contesto enfadada.

––Simplemente no lo sabes todavía.

Me levanta y me lanza sobre su hombro. Lo hace todo tan rápido que no tengo tiempo de resistirme, solo suelto un llanto ahogado.

–– ¡Esta usted enfermo! –– Grito y golpeo con mis puños su ancha espalda, pero con el mismo éxito que puedes tener al embestir contra la cerca de hierro. –– ¡Suélteme! ¡Suélteme! ¡Deje de arrastrarme!

––De eso nada, ––se ríe. –– Acabo de empezar.

¿Empezó? ¿Qué "empezó"?

El desconocido me mete en su coche, prácticamente me tira en el asiento delantero y me abrocha con el cinturón de seguridad. La puerta se cierra de golpe, cortando mi camino a la salvación. Mientras trato de pasar y saltar en la dirección opuesta, el hombre ya está en el asiento del conductor y el auto arrancado, en menos de un par de segundos esta conduciendo a una velocidad vertiginosa.

Miro a todos lados en mi alrededor pensando en cómo escapar de aquí. ¿Saltar del coche a toda velocidad? Mala idea. ¿Arrancarle un ojo al desconocido? Una opción cuestionable mientras este conduciendo.

Su estilo de conducción es el mismo que su estilo de comunicación. Bárbaro. Incluso da miedo ver cómo el todoterreno avanza adelantando a un coche tras otro.

Clavo mis dedos en el cinturón de seguridad.

––¿Quién le dio el carnet de conducir?

–– Nadie.

–– ¿Como?

Me giro y lo miro con horror. El hombre solo arquea una ceja irónicamente, actuando como si fuera bastante normal conducir sin permiso.

––Reduzca la velocidad, ––murmuro. –– Por favor. Cambiemos. Yo conduciré...

––Respira, –– dice. –– Conduzco desde que tenía doce años. Ni un solo accidente.

Abro la boca para soltarle todo lo que pienso sobre su manera de conducir, cuando suena mi móvil.

Danil.

Trato de contestar con dedos temblorosos, pero el desconocido me quita el teléfono de las manos en el último momento.

––Tu novio, ––dice, mirando la pantalla.

No pregunta. Afirma.

–– Necesito urgentemente... –– empiezo y paro.

El hombre baja la ventanilla y tira el teléfono.

–– ¿Qué quiere? –– No puedo soportarlo. –– ¿Por qué me secuestro?

–– ¿Secuestro? ––Parece estar sorprendido. –– Te llevaré a una cita.

–– ¿De qué cita está hablando?

–– Nuestra.

 

––Destruyo mi teléfono del trabajo y los contactos importantes están guardados allí, ––suelto y entiendo que mis nervios finalmente se están rindiendo. ¿Qué maldita cita? ¡Frene ahora mismo! Déjeme salir de aquí.

El hombre no reacciona en absoluto y me estremezco como si me quemara.

Trabajo. Necesito terminar el proyecto urgentemente. Los documentos importantes se quedaron en mi coche, cualquiera puede robarlos. El cristal está roto. El coche está abierto.

Tengo que explicarle la situación. Pedírselo tranquilamente y de buena manera.

Miro al desconocido y entiendo que no funcionara nada de eso. Es inútil. Es un bastardo descarado y engreído, no le importan mis problemas. Quiso hacerlo y me cogió, me arrastró como un hombre de las cavernas. ¿Cómo convencer a este tipo?

––Una cita es cuando ambos quieren ir a un encuentro, ––comienzo.

––Tú quieres, ––dice en un tono sereno.

–– ¿Y no lo sé?

–– Exactamente.

Estallo. Tengo que inhalar y exhalar para calmarme un poco y no lanzarse así a él con los puños. De todos modos, ya conduce fatal, solo faltaba tener un accidente.

–– ¿Por qué no nos vemos en otro momento? ––Trato de sonar lo más dulce y sincera posible. –– Tengo mucho que hacer hoy. Si tan solo pudiéramos quedar el próximo fin de semana...

–– Es mucho tiempo.

–– Entonces un día entre semana.

–– No vendrás.

Bueno, por supuesto. Ahora estoy por decir cualquier tontería, solo para salir de aqui. No soporto las mentiras, pero ¿qué opciones tengo? El desconocido pilla el truco inmediatamente. No funcionará.

Se vuelve hacia mí y mira de tal manera que es imposible apartar la mirada. El color de sus ojos es fascinante, es difícil creer que tal tonalidad exista en la naturaleza. Azul muy profundo e intenso. ¿Quizás son lentes? ¿O la iluminación?




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