Contrato con un Multimillonario

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Estudio los ficheros que envió Volkov y dejo de entender qué objetivo persigue el hombre con todo esto. Viene una lista enorme de terrenos. Las parcelas están ubicadas por todo el país y pocas de ellas están en venta, algunos edificios incluso están en uso.

¿Qué sentido tiene? ¿Tiene intención de llevar a cabo la toma de posesión mediante el asalto a la propiedad? Los edificios marcados pertenecen a diferentes personas, distintas empresas. Se utilizan para diferentes fines. Aquí falta lógica.

Stop. Volkov y la lógica son dos conceptos mutuamente excluyentes. Parece que tomó una lista de lugares al azar y me la envió solo para distraerme.

¿Qué es esta reunión a medianoche?

Froto las sienes intentando aliviar el dolor de cabeza provocado por la tensión, levanto la vista de la pantalla y le envió un mensaje a Dan. Entiendo que mi novio está ocupado, no quiero distraerlo con una llamada.

Aquí también logra entrar Volkov, confundiendo la situación. Aunque la versión de que él es culpable de todo parece una paranoia, no encuentro otra explicación. Hay demasiadas coincidencias.

Miro mi reloj. El tiempo vuela. Se acerca la hora de la verdad. De camino a la sala de conferencias, pienso en que sorpresa me espera allí.

Gleb Alexandrovich es capaz de cualquier cosa.

¿Hará cómplices a sus propios guardaespaldas? ¿Les obligara actuar como si fuesen socios comerciales?

Empujo la enorme puerta y me doy cuenta de que no me sorprendería en absoluto si detrás de ella se escondiera una enorme piscina o una sauna. Me pongo nerviosa solo de pensarlo, dentro de mi saltan chispas de tensión. Por otro lado, aquí está, la libertad. Una vez que Volkov vuelva a cruzar la línea, romperé el contrato. El mismo Aidarov me dejó la oportunidad de dar este paso, sería un pecado no usarlo.

Tonterías.

Me detengo en la puerta. Soy consciente de que definitivamente no estoy lista para el giro de los acontecimientos. Parpadeo con asombro, como si tratara de disipar la niebla.

Las luces están apagadas y se muestra una película en blanco y negro en la pantalla. De fondo suena una ligera melodía. Grandes sillones de cuero están por todas partes. Hay muchos espectadores aquí. Da la impresión...

––Sí, este es el festival de cine francés, ––el susurro de Volkov golpea la parte posterior de mi cabeza, sus fuertes brazos se envuelven alrededor de mi cintura y me arrastran hacia un lado, obligándome a ocupar un asiento vacío. –– ¿Te diste cuenta del anuncio abajo?

Vi un par de carteles, iba con el piloto automático puesto y casi de inmediato los olvidé, pero maldita sea, ¿habla en serio?

–– ¿Que está pasando aquí? ––murmuro.

–– Lo he dicho.

–– ¿Dónde es la reunión prometida?

–– Bueno, ––estira pensativo. –– Aquí. De alguna manera. El chico con el que necesitamos hablar está en la primera fila. En pleno centro.

El hombre se sienta a mi lado, indica la dirección con un movimiento de cabeza, hace mirar al objetivo elegido.

–– ¿Chico? –– Entrecierro los ojos. –– ¿Estás bromeando?

–– Acaba de cumplir noventa y siete años, pero créeme, de mí y de mi gente huye como un jovencito.

–– ¿Por qué entonces terminó en tu hotel?

– Su anhelo por el cine francés es más fuerte. Pero, además, el señor Lesnevsky no tiene ni idea de que el hotel me pertenece.

–– ¿Ocultaste la compra?

–– Lo hice en el último momento, ––dice con calma. –– La información no se ha extendido aún.

–– Si este Lesnevsky no quiere tener nada en común contigo, ¿de qué tipo de comunicación podemos hablar?

–– ¿Parezco alguien que se dé por vencido?

Volkov arquea una ceja expresivamente.

Curiosamente resulta que no solo me persiguen a mí, sino también a este anciano. Alguien realmente no tolera el rechazo, y no importa de quién. Las dificultades le estimulan, encienden la mecha.

Lesnevski. Este apellido me resulta familiar. ¿Dónde y cuándo podría oírlo?

–– Probé diferentes esquemas, ––continúa Volkov en voz baja. –– Nada funciona. El anciano es más terco que una mula. Presionarlo es inútil.

–– ¿Y cuál es el problema?

–– Convéncele de aceptar el trato.

La propuesta suena tan fantástica que dejo escapar una exclamación de sorpresa, por lo que instantáneamente recibo un susurro condenatorio de todos lados.

–– Silencio, ––dice Volkov en mi oído. ––Déjales ver la película.

El bastardo se aprovecha de la situación y casi me toca con los labios, me abrasa con su caliente aliento. Le envío una mirada asesina.

–– Lesnevsky tuvo la cadena de hoteles “Grand”, ––continúa Volkov imperturbable, bajando la voz. –– Durante la crisis, el quebró y no quiso cooperar con los bandidos. Fue fiel a sus principios y al final lo perdió casi todo.

–– ¿Qué quieres?

– Derechos de su marca.

Antes “Grand” sonaba por todo el país como nuestra respuesta a los americanos “Milton” y “Harriot”, la mejor cadena hotelera, entonces no existía nada más cool. Luego cambió el gobierno, vino la crisis. El propietario no supo negociar y quebró.

Entiendo por qué el apellido Lesnevsky me resultaba familiar. Todavía se le recordaba a menudo y se le ponía como ejemplo en las conferencias. Un símbolo del éxito brillante y fracaso aplastante.

Ante mis ojos aparece la lista de ubicaciones: llega la perspicacia. En cada uno de esos lugares antes había un hotel de la cadena “Grand”. Tanto en mi ciudad como en un par de sitios que visitamos hoy, y en esos archivos que luego me llegaron por correo también había una lista de edificios cerrados.

Volkov supo desde el principio lo que estaba tratando de lograr. Simplemente se callaba y observaba. Tiene intención de restaurar la antigua red hotelera.

Pero, ¿por qué necesita meterse en estos problemas innecesarios? A lo largo de los años las cosas cambiaron.




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