Contrato de Mentiras

Capítulo 5 – La presentación

Nunca imaginé que un vestido de seda podría sentirse tan incómodo. Ajustado en los lugares equivocados, demasiado escote, y lo peor de todo: los ojos de Dante en mí, como si acabara de descubrir que sé usar tacones.

—Estás… bien —dice, después de mirarme durante lo que se sintió como media vida.

—Gracias por esa ola de entusiasmo —respondo, clavando la vista en el espejo retrovisor mientras acomodo un mechón rebelde.

Subimos al auto que nos llevará al evento de la fundación Baizen, uno de los compromisos más importantes del calendario social. Yo debería estar tranquila. Al fin y al cabo, soy solo un peón en su juego. Pero mientras el auto avanza por las calles iluminadas de la ciudad, me doy cuenta de que mis manos no dejan de temblar.

—Recuerda lo que practicamos —dice Dante mientras revisa su reloj—. Sonreír, contacto visual, nada de sarcasmos.

—No soy una máquina, Baizen.

—Por suerte, no. Una máquina no se vería tan bien en ese vestido.

Lo miro de reojo. ¿Eso fue un cumplido? ¿O solo una estrategia para que actúe mejor en público? Con él nunca se sabe. Y eso me irrita más de lo que debería.

Llegamos al salón. Todo es lujo: mármol en el piso, candelabros gigantes y recepcionistas con sonrisas calculadas. Apenas cruzamos la entrada, todos los ojos se posan sobre nosotros. Algunas caras son de sorpresa, otras de incredulidad. Todos conocen a Dante. Pero yo soy la nueva pieza en el tablero.

—¿Listos para mentirle al mundo? —murmuro mientras me aferro a su brazo.

—Lo hacemos todos los días. Hoy solo es más elegante.

Su mano sobre la mía es firme. Demasiado. Como si, por primera vez, él también necesitara seguridad.

Durante la velada, me presenta como su prometida. Me observa mientras finjo reír, mientras hablo de viajes que nunca hice y futuros que no existen. Es todo tan ridículo que empiezo a disfrutarlo un poco. Al menos hasta que aparece ella.

—Jasmine, te presento a Marlene —dice Dante, con un tono que intenta sonar neutral. Pero no lo logra.

La mujer frente a mí es perfecta. Alta, rubia, con una sonrisa que podría vender seguros a un tiburón.

—Así que tú eres la futura señora Baizen —dice, dándome un beso en la mejilla—. Qué sorpresa.

—Sí, para mí también —respondo con la mejor sonrisa falsa que tengo en el arsenal.

Dante aprieta ligeramente mi mano, y por primera vez esta noche, el calor que sube por mi brazo no es solo de vergüenza.

Después de lo que parecen horas, salimos al balcón. La ciudad brilla bajo nosotros, indiferente a nuestros secretos.

—¿Quién era ella? —pregunto sin mirarlo.

—Mi ex. Quería el apellido Baizen, pero no lidiar conmigo.

—Y ahora lo tengo yo, sin quererlo. Interesante giro.

Silencio. El tipo de silencio que no se llena con palabras, sino con miradas largas y respiraciones contenidas.

—Lo hiciste bien —dice al fin—. Mejor de lo que imaginé.

—No te acostumbres —le respondo.

Pero por dentro, algo en mí empieza a romper la muralla.

Tal vez no sea solo un contrato.

Tal vez esto sea más peligroso de lo que firmé.




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