No apartó la mirada de él en ningún momento, así como tampoco de la escalera, temerosa de que alguno de sus hermanos bajara. Temía que por tal interrupción el hombre sentado frente a ella se irritara y, lo más probable, enloqueciera, si tenía en cuenta cómo su presencia la abrumaba.
Esperó a que hablara con las manos fuertemente apretadas contra su regazo en un intento inútil de no temblar, porque sus brazos se sacudían y sus labios se habían tornado trémulos desde que él la invitó a sentarse como si fuera el dueño de su casa. Lo escrutó. Su atractivo le parecía peculiar. Entendía que atrajera a sus presas fácilmente, que muchos cayeran en sus fauces, pero, si se profundizaba, se hallaba algo fuera de lugar, que no encajaba con su belleza anormal. Había leído que las aves tienden a atraer por su hermosura, por sus bellos colores en el plumaje, y le fue difícil no compararlo con una. Parecía elaborar una danza para llamar el interés, para que no apartaran la mirada de él. Desde el primer instante, supo que era mejor correr, estar lejos. No se equivocó cuando su primer pensamiento fue que su encanto era extraño, no desde el aspecto físico… Desvió la mirada. No sabía cómo explicarlo.
Entonces se imaginó como el ratón que había sido atraído por el queso en la trampa. En este caso, su magnetismo era el queso. Por otro lado, él mismo sería la trampa. Necesitaba un buen disfraz, una piel que lo hiciera pasar desapercibido, ¿y qué mejor que un atractivo como el suyo?
Desconfió, claro. Signe era desconfiada hasta la médula, y esto la había conducido por el camino idóneo porque no se dejó perturbar.
Se concentró en sus ojos oscuros, que no se apartaban de los suyos, y luego en su piel nívea. Repasó su barba cuidada, perfectamente cortada. Pasó ahora a detallar sus otras facciones; su nariz, sus labios, sus cejas. Su ceño se frunció. A pesar de que no era ciega, de que podía admitir que era guapo con todas las letras, no le gustaba.
—¿Ha sido suficiente?
Pestañeó para salir de sus cavilaciones.
—Eres el perfecto depredador —se le escapó, y no se avergonzó segundos después, aunque un poco de miedo se instaló en su pecho cuando lo vio sonreír.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta. Muy pocos lo hacen —reveló, y la examinó con una mirada lánguida—. Quiero que trabajes para mí. Tu trabajo en esa oficina fue excepcional. No titubeaste, fuiste al punto, y eso es de admirar.
Apretó los labios y absorbió una bocanada de aire para infundirse valor. Debía ser precavida. Sus hermanos dormían arriba, sin saber lo que ocurría en la primera planta, y tenía que esforzarse lo suficiente para que siguieran así. Kalle tenía un oído agudo y Eevi era inquieta, por lo que se despertaba cada cierto tiempo. Y ni hablar de Lauri, que se despertaría a las seis en punto para prepararse e ir a la escuela.
Se apresuró a mirar su reloj de muñeca para comprobar la hora. Faltaba poco para que la joven se despertara y bajara para prepararse el desayuno. El sudor le corrió por las sienes. Debía apresurar ese desagradable encuentro. Movió los dedos entrelazados y no vaciló al mirarlo de frente, dándole a entender que tomara rapidez en lo que quería decirle u obligarla.
«Lo que sea que se le pase por la cabeza necesito que lo haga ya», pensó un poco agitada.
Su corazón había incrementado sus latidos.
Él notó su nerviosismo y no dudó en regocijarse al reacomodarse en el sofá.
—Me percaté de que tu sangre está enferma y de que esto la mayoría de las veces te impide cumplir con tu trabajo de aseadora como es debido, así que pensé en un modo de ayudarte.
Signe ahora lo observó incrédula.
—¿Ayudarme…?
—Como habrás intuido, no soy humano. Estoy lejos de serlo, de hecho. —Se inclinó para verla directamente a los ojos—. Si te doy una cantidad muy mínima de mi sangre, que tiene unas propiedades extraordinarias de regeneración, podrás sentirte bien por un determinado tiempo, quizá una semana. Serán unas cuantas gotas, nada que te haga ser como yo, si es lo que estás pensando —se apresuró a aclararle—. A cambio, trabajarás para mí. No, estarás dispuesta para mí en todo lo que pueda pedir en cualquier horario. ¿De madrugada? Correrás a resolverme. ¿Con una gran tormenta? Tendrás que vértelas para contentarme.
A Signe la garganta se le secó.
—¿En todo lo que puedas pedir? —musitó.
Él ensanchó su sonrisa.
—No serás mi alimento, a no ser que sea necesario. Mayoritariamente, dispondrás de tu tiempo en limpiar los desastres que deje cuando esté alimentándome. Vi que eres diestra limpiando sangre; no dejaste rastro de ella. En resumidas cuentas, te encargarás de la limpieza, incluso de tratar miembros.
Signe se mareó. Había aprendido a limpiar cualquier tipo de suciedad, incluida la sangre coagulada, en la morgue a treinta minutos de su ciudad. Ese había sido su primer trabajo como aseadora, y había sido buen pago, claro estaba. El médico forense encargado en esa jornada le enseñó lo suficiente para que no dejara ni una estela de sangre, lo que le vendría bien al monstruo frente a ella. Tragó como pudo y respiró lento para apacentar su ansiedad.
—No es necesario que me des…
—Sí es necesario —la interrumpió—. Necesito que estés muy bien de salud para que te desempeñes al cien por ciento. También te dispondré una buena suma de dinero. Seguro te servirá para contentar a tus hermanitos. Por lo que veo, y por lo que me dijo Eevi —se estremeció al oírlo pronunciar su nombre con tanta soltura—, son solo ustedes cuatro. ¿Qué mejor que una entrada de dinero extra? Aparte de sentirte reanimada. —Se rio con esto. Era algún chiste oscuro que Signe no supo capturar—. Y no estás en la disposición de negarte.