Contrato de sangre

Capítulo V

Contempló la taza de café con nada de interés y luego se forzó a mirar al hombre sentado frente a ella. Se sentía enferma, mareada y cansada, pero aun así sabía que tomó la decisión correcta al no dejarlo plantado. Si quería desempeñarse como Bastian demandaba, debía acatar aunque estuviera muriéndose.

—Es un placer conocerla por fin y como se debe, señorita Signe.

Apretó los labios y dejó de agarrar la taza.

—Solo Signe.

Él arqueó una ceja y asintió.

—Bueno, Signe —miró a su alrededor, y ella aprovechó para detallarlo mejor—, estoy enterado del trato al que llegaste con mi señor, así que estoy aquí no solo para entregarte el teléfono, que espero que ya hayas configurado, sino también para darte esto. —Sacó del bolsillo lateral de su gabardina un frasco minúsculo, quizá del tamaño de su dedo meñique.

Apreció su contenido con el estómago revuelto. Era la sangre de esa bestia. Era más carmesí y oscura que la sangre habitual, o eso le parecía. Comprimió la mandíbula para cesar la indigestión que le había llegado a la boca, la cual producía más saliva, preparándose para vomitar. Con un poco de cuidado, agarró el frasco y lo contempló pensativa. Antes había pensado que era una buena forma para recuperarse rápido en ciertos intervalos de tiempo y así poder ahorrar más porque su mente estaba incitada por el pánico, y ahora no hacía más que rumiar que era una mala idea, que no sabía qué más se tragaría… Quiso reírse y sacudir la cabeza. Bastian seguramente no contraía ningún tipo de enfermedad.

Y, como había visto en una película, sacó el pequeño corcho y quiso verter la sangre en su café. El hombre la detuvo al instante con expresión severa. Le sujetó la mano con tanta fuerza que dejó marcados sus dedos. Signe lo miró con el ceño profundo y arrebató su mano de la suya mientras siseaba de dolor. Claro, tuvo cuidado de no derramar el contenido sobre la mesa de impoluto mantel beis.

—No puede diluirla con nada, señor… —se corrigió por la mirada desdeñosa que ella le ofreció—: Signe.

—¿Debo beberla así? —susurró estupefacta, y apretó los labios segundos después porque sentía el vómito cerca.

—Por supuesto que sí.

Pestañeó efusivamente y volvió a asentir. Asió el frasco y respiró hondo. Si se lo bebía de tirón, no tendría tiempo para pensar ni mucho menos para expulsar el escaso contenido de su estómago, y así lo hizo. Apresó la boquilla del frasco entre sus labios y dejó fluir la sangre con los ojos cerrados. Sintió cómo se deslizó por su garganta y se inclinó para presionar las manos contra su abdomen. Su boca se cerró como un candado y su estómago, para su sorpresa, recibió de buena gana la sangre. Las náuseas menguaron y el mareo pareció remitir. Asombrada, levantó la mirada y se irguió.

—¿Así de rápido actúa?

El sujeto le sonrió como si tratara con un animalito indefenso.

—Respira y aguarda.

Cerró los ojos de nuevo y se concentró en las nuevas sensaciones. La debilidad se había marchado, así como la irritación tras sus párpados, porque no dormir como se debía secaba los ojos más rápido de lo habitual. Inhaló aire y se llenó los pulmones, percatándose de que incluso al expandirlos de tal manera no le dolía, lo que era normal en su condición. Había sentido los indicios de un resfriado en su garganta y nariz, que ya se congestionaba, los cuales ahora eran nulos en su organismo.

Soltó la risa y lo observó.

—Puede llegar a ser adictivo —bromeó, y se silenció cuando la expresión del contrario se ensombreció.

—Es así. Por lo mismo, es ideal que las dosis sean cada quince días, aunque mi señor prefirió que sea semanal por su afección. A partir de mañana su cuerpo empezará a generar la cantidad adecuada de hemoglobina y habrá ausencia de anemia. Sin embargo, para que se mantenga así, sana, deberá beber la sangre a la hora en que acaba de beberla el día en que se cumpla la fecha límite. —Alzó el antebrazo, se descubrió la muñeca y ojeó su reloj de corte clásico—. A las cuatro y quince de la tarde, el próximo viernes, deberá beberla. Se la traeré con una hora de antelación.

No le contestó. La realidad la golpeó mientras él le explicaba los pormenores. Ahora se sentía sucia. La euforia fue reemplazada por el remordimiento de saber que prácticamente vendía su vida e integridad a un monstruo que seguro se «apiadó» de ella por puro capricho, porque el que es poderoso tiende a ser caprichoso, y si no se le da lo que demanda, hará estragos a su paso. Su madre se lo había enseñado de tal forma cuando era mucho más joven, pues fue mimada de más por su padre y hacía berrinches si no le daban lo que ella quería. Volvió a apretar el abdomen y le rehuyó a su mirada azulada, al parecer entristecida.

No obstante, trajo a colación que debía hacer esto por sus hermanos. Bastian había llegado a su hogar con ese objetivo: conducirla a su jaula. Si no aceptara todo esto, la vida de sus hermanos pendería de un hilo, y se negaba a que eso siquiera pudiera ocurrir en sus pensamientos más descabellados. Se inundó de fortalezas y ánimos que antes no creía tener, inhaló y exhaló para espantar al nerviosismo, y lo escrutó sin dejarse mancillar más.

—¿Ya está mejor?

—Sí. —Carraspeó y decidió echarles un vistazo a las otras mesas, que permanecían vacías—. Supongo que nos trataremos más de ahora en adelante, así que te agradeceré que me digas tu nombre para no dirigirme a ti como «oye», «hombre», «señor»… Es más cómodo sabiendo tu nombre.




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