Se había habituado a la sangre, a su aroma después de coagularse, aunque era rápida al momento de pasar por ese proceso, porque a los pocos minutos el olor ferroso se dispersaba en el sitio. Y esta experiencia se la ganó en esa morgue, donde trabajó muy poco tiempo, pero recibió buenos conocimientos para sus próximos trabajos como encargada de la limpieza. No obstante, no era fácil limpiar tanta, hacer como si no se hubiera derramado en una alfombra cara, por ejemplo.
Se retiró los guantes y se limpió la frente con el antebrazo. Había tardado alrededor de hora y media limpiando el desastre que ese monstruo dejó a su paso. Él la miraba sentado en el minibar cerca de la habitación, donde halló los cuerpos fríos y tiesos de las mujeres que por lo menos disfrutaron un poco antes de morir según las expresiones ahora congeladas que vislumbró en sus rostros. No se encargó de ellas, menos mal. Alistair se apresuró a desempañar su labor en silencio, sin mirarla siquiera, y cuando terminó, salió del apartamento con tres bolsas grandes en las manos. Signe no tuvo que suponer qué contenían y decidió fingir ceguera.
No se sorprendía por tener el corazón endurecido, gélido, en situaciones como esa. Después de todo, las personas ya estaban muertas, no había mucho qué hacer. Quejarse resultaría en una estupidez y demostrar un exceso de empatía no serviría de mucho. Para sobrevivir debía ser así, inexpresiva, y eso le encantaba a Bastian. En cuanto analizó su reacción en esa oficina, él se maravilló. Pasó del miedo al profesionalismo frío en un pestañeo. Necesitaba más «trabajadores» así, imperturbables.
Guardó sus implementos en el carrito que le dispuso Alistair no bien llegó y esperó a que Bastian le ordenara algo más con las manos apretadas entre sí. No lo observó, solo mantuvo la mirada puesta en la pared frente a ella. Estaba decorada con arte expresionista. No le interesaba, si era honesta, pero la ayudaba a no sentirse presionada bajo la mirada oscura del depredador que ahora se acercaba. Respiró profundo y lo miró de soslayo. Él se inclinó para rozar su mejilla con la nariz y aspiró. Signe se enterró las uñas en las palmas esta vez para no estremecerse.
—Hueles mucho mejor —le susurró antes de apartarse—. También has hecho un excelente trabajo. Felicidades.
Apretó los dientes.
—Ha sido un placer, señor…
—Bastian o maestro. Como mejor prefieras.
Se aclaró la garganta y asintió.
—¿Necesita algo más?
Él ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa cálida, cosa que la sorprendió.
—Compañía. Me aburro después de alimentarme. —La sostuvo de la mano y la condujo al minibar para que se sentara a su lado—. ¿Cómo está Eevi?
El rostro se le drenó de color y el aliento se le atascó. Que quisiera saber de su hermanita le helaba la sangre y la instaba a asir, por ejemplo, el picahielo cerca de la cubitera que tenía un champán caro para clavárselo en medio de las cejas y deshacerse de la «responsabilidad» de soportarlo y «trabajar» para él. Se recompuso cuando volvió a agarrarle la mano y se infundió fuerzas para contestarle con propiedad.
—Sus clases de violín han ido de maravilla. —No le mentiría porque ya sabía muy bien que la había investigado. Es más, la vigilaba—. Pronto tendrá un recital, y está entusiasmada porque será el primer violín.
—Es una niña talentosa, sin duda. —Pasó los dedos por el dorso de su mano, y Signe hizo todo lo posible para no temblar—. Tengo entendido que tu otro hermano, ¿Kalle?, es un prodigio de las matemáticas. ¿Ya está mejor?
Se tensó un poco y calmó su ansiedad.
Le preguntaba sobre sus hermanos para demostrarle que no tenía salida y que debía correr cada vez que él requiriera de sus habilidades. Era una buena forma para introducirla cada vez más en su jaula dorada.
—El resfriado le dejó las secuelas usuales: tos con flema, un poco de congestión nasal… Está feliz de volver a clases —contestó de forma mecánica, y el sudor volvió a instalarse en su frente. Parecía que estaba bajo el foco de una habitación cerrada con dos detectives mirándola sin siquiera parpadear.
—Ya veo. —Ahora entrelazó sus dedos y le besó la muñeca, justo donde el corazón le latía desbocado—. ¿Y Lauri?
—Contenta con su jardín —musitó.
Bastian pasó la lengua por la vena palpitante y se deleitó con su reacción. La miró por el rabillo del ojo a medida que ascendía hasta el interior de su codo, donde le plantó un beso.
Signe no se atrevió siquiera a mover un músculo. Sabía que jugaba con ella, que medía sus reacciones. Si seguía mostrándose indiferente, quizá la dejaría en paz. Sin embargo, había caído en esa equivocación como la presa perfecta, porque a Bastian le gustaba que se mostraran impasibles. Por lo mismo, la jaló a su pecho y refugió el rostro en su cuello pálido, delicado. Signe no tardó en apretar las manos en sus hombros y congelarse cuando lo sintió respirar en la zona. Apartó el cabello trenzado y condujo la nariz por todo su hombro ahora descubierto, ya que le bajó la camisa para acceder mejor a él.
—¿Y tú cómo te sientes?
Sentir su aliento gélido la estremeció. No pudo contenerlo, y él se deleitó con el temblor repentino que cruzó su cuerpo.
—Mucho mejor. Gracias.