Contrato de sangre

Capítulo VII

A Lauri le encantaba que su hermana mayor la buscara para que le peinara el cabello. Sentía que gestos como ese fortalecían aún más la amistad que ambas hilaban cada vez que podían compartir tiempo. Le pidió que se sentara entre sus piernas, en el suelo, con ella sentada en la cama, de este modo se le facilitaría trenzarlo. Su color le encantaba. Era rubio rojizo, mientras que el suyo y el de sus otros hermanos, Eevi y Kalle, habían sido besados por el sol, ya que ostentaban un pelo rubio trigo, como el de su madre. La única que se parecía por completo a su padre era Signe. Pasó los dedos entre los mechones para desenredarlo y se contentó a medida que formaba la trenza holandesa, que le quedaba estupenda.

Sabía muy bien que Signe aún no se cortaba el cabello porque le gustaba esos momentos de paz que le ofrecía cada vez que se lo peinaba. Además, fungía como modelo para Eevi, pues ella también aprendía a trenzar. Con Kalle no era necesario darse como tributo, porque el pequeño tenía buena memoria y solo le bastaba con ver algún tutorial en YouTube para crear una trenza hermosa.

Buscó la liga a su lado y ató el final de la trenza con una sonrisa satisfecha. De tanto hacerla ya era imposible que se viera desorganizada. Le palmeó el hombro para que se pusiera en pie y se apresuró a ir a su cómoda para buscar un buen perfume. A su hermana mayor no le gustaba emplear alguno porque su olfato era sensible, aunque Lauri se empeñaba en obligarla porque, así como le había enseñado su madre de pequeña, debía oler «presentable». Le roció una pequeña cantidad en la nuca y en las muñecas. El aroma cítrico muy suave se dispersó por la habitación y dejó una estela alegra. Signe le hizo una mueca burlona y le revolvió el cabello antes de dirigirse al pasillo, donde se encontró a Kalle.

Lauri suspiró, dejó el perfume en su lugar y se acostó en la cama con una sonrisa infantil. Tendría la casa solo por algunas horas, y aprovecharía esto al máximo para estudiar.

Entretanto, Signe apuró a Kalle para que se pusiera el abrigo. Debían ir al supermercado para comprar los alimentos de la semana. Kalle le sacó la lengua cuando lo ayudó a abotonarse el abrigo y después le agradeció en un suave susurro. El frío de afuera podría afectarlo, por lo que Signe se encargó de cubrirlo todo lo posible. Abrió la puerta y le permitió salir primero. Se revisó para cerciorarse de que llevaba la billetera y las llaves, y se encaminó fuera de la verja con Kalle a sus espaldas.

—Me parece que en la lista faltó poner las galletas de avena que a Eevi le gustan —le comentó dando saltos.

Signe arrugó el entrecejo y sacó el papel doblado del bolsillo lateral izquierdo de su gabardina.

—Sí, olvidé anotarlas —masculló, y guardó el papel de nuevo—. Recuérdame ponerlas en el carrito cuando estemos allá.

Kalle se rio y decidió ponerse a su lado para agarrarla de la mano.

A todos les gustaba sostenérsela.

—¿Hoy no trabajas?

Signe suspiró y lo miró.

—Parece ser que no, pero sabes que, si me llaman, saldré corriendo. Si es así, porfa, cuida bien a Eevi. Está más hiperactiva de lo usual. Y Lauri no tendrá tiempo para jugar con ella porque se está preparando para los exámenes venideros.

—No hay problema. Me gusta armar rompecabezas con Ev.

Signe esbozó una sonrisa tierna y le apretó la mano como agradecimiento.

Apretaron el paso a tres calles del supermercado, pero Signe casi se detuvo al ver un cabello familiar. Entrecerró los ojos y reemplazó el disgusto por una expresión ignorante. Alistair los seguía. Estaba segura de que la vigilaría hasta en la tumba. Ya estaba a punto de llegar a su límite de paciencia porque no era necesario que la siguiera cada vez que tuviera oportunidad. Al teléfono que le dieron bien pudieron ponerle un GPS, por ejemplo.

«Como que los pisotea la tecnología», pensó irritada, y bufó.

Le señaló a Kalle el carrito para que se distrajera un poco y se giró rápidamente hacia Alistair, que se detuvo al verse descubierto. Se recompuso con una sonrisa calmada y se acercó como si fueran amigos de toda la vida. Vestía un gabán casi negro, como el resto de su ropa pulcra. No prescindía de los trajes de tres pies, así como su «maestro».

Kalle levantó la mirada para asegurarse de que su hermana estaba cerca, pero cuando la notó con un desconocido para él decidió entrar al supermercado y empezar a lanzar en el carrito lo que dictaba la lista para darles espacio, y Signe agradeció esto, pues no quería que conociera a Alistair, siquiera que estuviera a pocos pasos de él. Lo encaró de nuevo y se cruzó de brazos, no para mostrarse enfadada, sino por el viento gélido que los azotó. Alistair no se inmutó.

«Claro, porque también es un monstruo», concluyó sin asombrarse.

Sabía que eran vampiros. Había investigado lo suficiente con ayuda de san Google. Además, en la actualidad, ya no era asombroso saber que existían seres como ellos. Parecía ser un tema aburrido.

Alistair le hizo un gesto para que lo siguiera en el interior del supermercado.

—Ponle un GPS a ese aparato y deja de seguirme —le espetó, y buscó a Kalle.

Lo halló en el puesto de cereales, pensando cuál elegir. Cada semana probaban uno nuevo, y las estanterías de ese sector estaban llenísimas de diferentes variedades y marcas.




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