Contrato de sangre

Capítulo VIII

Era obstinada cuando le parecía necesario, como ese día, cuando debía estar pendiente de Eevi. Era la preparación de su recital. Bueno, esas dos semanas serían para ello, pero ese día en específico tenía que asistir porque así se lo había prometido. Eevi le rogó de antemano que estuviera presente, ya que improvisaría para mejorar la melodía.

Le contestó a Bastian que no podría ser posible su asistencia para limpiar su nuevo desastre y comprometió a Alistair sin avisarle, aunque tenía la leve sospecha de que él no le reprocharía nada. Observó la pantalla del teléfono caro y esperó. La respuesta que llegó siete minutos después la erizó al instante. El mensaje, al parecer, era calmado, pero sabía leer entre líneas. Claramente, el monstruo estaba disgustado, y la haría pagar. ¿Cuándo? En su debido momento. Sabía muy bien que Bastian prepararía las represalias y se regodearía. Se suponía que ella debía estar dispuesta a cualquier hora, cualquier día, cualquier jornada, y era obvio que no habría una ocasión «placentera» más adelante.

Cerró los ojos con fuerza por unos segundos, apagó la pantalla y se fijó en Lauri. La adolescente leía una enciclopedia de biología. La recompensa que caería sobre sus hombros quizá la afligiría por varios días, pero también sabía que sería impuesta solo en ella, no en sus hermanos. Bastian no se atrevería a tanto por desobedecerlo de ese modo, ¿o sí? Sus cejas se juntaron. No, no sería capaz. ¿Una inasistencia la tomaría como una traición, por ejemplo, hasta el punto de infligirle heridas que perduraran en su alma por un buen tiempo?

Casi saltó cuando llegó una nueva notificación y se apresuró a encender otra vez el dichoso aparato. La frente se le perló de sudor, pero el alivio fue tan grato que todo pensamiento pesimista se esfumó de su cabeza ahora calmada. Alistair le prometía que no habría consecuencias muy fuertes, tal vez una reprimenda donde su orgullo sería herido, así como su dignidad. Asimismo, le informó que no se preocupara, que estuviera atenta los próximos días y que, por favor, no se comprometiera con otras labores para no ganarse más el enfado de su «señor». Le envió un sticker como respuesta y se perdió por un minuto en sus pensamiento turbulentos.

«¿En serio es para tanto?».

Dejó el teléfono en la mesa y se dirigió a la cocina.

Que Bastian tomara todo a pecho le revelaba que también era un inmaduro.

Empacó las galletitas de avena en la lonchera de Eevi junto a su termo de té de vainilla. Tan pequeña y bebía tés como una anciana caprichosa. Luego se dispuso a guardar la lonchera en su mochila con forma de gatito y volvió a la sala para dejarla en el sofá. Kalle bajó la escalera y se sentó en la mesa con una mueca concentrada mientras encendía el portátil para repasar algunos talleres que debía entregar pronto. Lo miró por unos segundos y después ancló la mirada en Lauri, que seguía inmersa en su lectura.

Media hora después, o quizá un poco más, cuando ya cabeceaba, Signe suspiró al oír a Eevi bajar la escalera corriendo y le señaló la mochila cuando pasó a su lado. Sostenía el estuche de su violín como si fuera una joya de mucha importancia. Dejó la comodidad de la silla mecedora y se encaminó al recibidor para ponerse la gabardina y esperarla con toda la calma posible.

La pequeña se le acercó, agarró su mano y la arrastró a la puerta. Levantó la vista para despedirse de sus hermanos y se dejó conducir por Eevi. Ya más allá de la verja, la ayudó a colgarse el estuche y le apretó las mejillas encantada.

—Hoy será un gran día —exclamó Eevi, y sostuvo su mano de nuevo para que la siguiera.

Signe se echó a reír y la siguió igual de alegre. No obstante, su alegría se diluyó cuando llegaron a la academia y vio a Bastian acompaño por Alistair, ambos apoyados en un auto lujoso. La expresión de Alistair le avisó lo que ocurriría.

Su corazón pareció estremecerse y el tiempo se ralentizó en cuanto Bastian posó su mirada en la pequeña de coletas juguetonas que le agarraba la mano mientras le decía algo con todo el jubilo que podía reunir una niña de su edad.

«No, no la mires».

Actuó por instinto, como una madre que protegía a sus crías con garras y colmillos.

La detuvo para girarla, rodearla con sus brazos y alzarla. Eevi se tensó y luego rio, feliz de ser cargada por su hermana mayor, inocente, sin saber que lo hacía para protegerla. Se apretó contra ella y escondió el rostro en su cuello. Signe aceleró el paso y se introdujo en la academia oyendo la risa de Bastian, que ahora la seguía detrás. Entretanto, Eevi levantó la cabeza y observó a Alistair, el cual le ofreció una sonrisa amistosa, que devolvió. Después se interesó en el hombre a su lado. Bastian le asintió como saludo sin dejar de sonreír y desenganchó la rosa que adornaba el bolsillo frontal de su saco. Se la tendió a muy pocos centímetros de la espalda de Signe, quien no lo sintió aproximarse, y Eevi la recibió sonrojada por la atención tan bonita. Claro, según ella.

Signe giró la cabeza cuando sintió la presencia del monstruo a sus espaldas y casi tropezó al no verlos. Se habían ido.

«Así que esta es su forma de perturbarme y amonestarme, demostrándome que, no importa hasta dónde vaya, sabrá encontrarme», pensó angustiada.

Bajó a Eevi, se arrodilló frente a ella y la revisó. Su ritmo cardíaco volvió a ser el mismo de siempre y el color golpeó su rostro otra vez. Apretó los delicados y suaves hombros mientras suspiraba ahora calmada. Sus ojos, por último, cayeron en la rosa carmesí que sostenía Eevi con tanto entusiasmo. Palideció y miró sobre su hombro, asegurándose de que realmente se había marchado.




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