Kalle la recibió diciéndole que esa noche cenarían lasaña, su plato favorito, el cual prepararía con ayuda de Lauri. Solo le sonrió y le agradeció porque sabía muy bien el esfuerzo que le implicaría al preadolescente meterse en la cocina. Él le sonrió y no dijo más al percibirla distante. Eevi dormitaba en su habitación y Lauri veía una serie en el portátil. La saludó desarreglándole el cabello y subió al segundo piso impulsada por la necesidad de derrumbarse en su cama. Cerró la puerta de su recámara, dejó caer la mochila y se sentó en el filo del colchón con la mirada perdida. Entonces, como un impulso inquietante, se abofeteó. El ramalazo de dolor la regresó al presente.
Había actuado en automático todo ese tiempo, incluso en presencia de Alistair cuando la llevó a casa. No se despidió, simplemente salió del vehículo y caminó ida para atravesar la verja y verse envuelta por su lugar segura.
Se cubrió el rostro y ahogó en sus palmas un grito acorralado, como el de un ratón que se ha visto sofocado por la mirada de la serpiente a punto de devorarlo. Echó la espalda en la cama y se giró para hacerse un ovillo. Empezó a respirar con irregularidad cuando la realidad se apoderó de su consciencia. Lo había golpeado. Fue un impulso, un instinto de apretar el puño con tanta fuerza y estrellarlo en su pómulo derecho. A pesar del temor que le congelaba los latidos por ciertos intervalos de segundos, era imposible no sentirse satisfecha. Hacía bastante deseaba dejar la marca de su puño estampada en su rostro de depredador atractivo. Cuánto se lo merecía. Se regodeó por unos minutos y después se dejó cobijar por el miedo. ¿Y ahora qué? ¿Irrumpiría en su hogar y le arrebataría lo que más quería? Sus hermanos no debían pagar por su error.
Se descubrió la cara y sacó el iPhone del bolsillo trasero izquierdo de su pantalón. Encendió la pantalla, la desbloqueó y se dirigió a los mensajes de texto. Sí, Bastian tenía comportamientos de anciano. No manejaba WhatsApp.
«Mejor», pensó.
Tecleó un mensaje rápido y lo envió sin pestañear.
Esperó la contestación. Los minutos que transcurrieron se le hicieron agónicos. Y cuando recibió la respuesta por fin pudo respirar como se debía.
El emoticón de me gusta era suficiente, ¿no? Significa que su arranque de ira estaba en el olvido.
Se levantó al oír golpes en su ventana, que mantenía cerrada. Se tragó el temor y se acercó a ella con pasos cautelosos. Se asomó sin delatarse y notó que el cristal era golpeado por guijarros. Su ceño se hundió. Cuando estaba a punto de abrir la ventana, saltó al oír una notificación y se giró para observar la pantalla del teléfono. Dubitativa, volvió a la cama y lo agarró. Era Alistair. Le pedía que saliera, además de disculparse por lanzar piedrecillas como todo un adolescente inmaduro. Esto le provocó una sonrisa.
Apagó el aparato por completo y se dirigió al pasillo. Bajó la escalera como si nada hubiera ocurrido y les echó un vistazo a sus hermanos. Recién se percató de que Lauri aún no se había cambiado el uniforme escolar y de que Eevi aún no despertaba de su siesta. Mientras tanto, Kalle se apoderaba del televisor para ver una serie animada japonesa. Asintió para sí y, sin que ellos se dieran cuenta de su presencia, salió de la casa. La rodeó para llegar al jardín trasero y saludó a Alistair con una mueca amistosa.
—Todo está bien —le dijo él al ver su intención de hablar—. Mi señ… Bastian aprecia gestos como ese, que demuestran el verdadero valor de la persona. Que te atrevieras a golpearlo le demostró que no eres temerosa por completo, y eso lo satisface. Es irónico. Todo en él lo es.
Asintió como si la cabeza le pesara.
—No sé si alegrarme —susurró.
—Ha sido un grave error también.
Alzó la mirada y palideció.
Por una parte, agradecía su honestidad. Era necesaria para que recuperara su magullada valía, ya que ese golpe, cuando estuvo hecho, le arrebató hasta los deseos de comprarse un capricho: un monopolio de su serie favorita, donde una familia con dragones quería matarse entre sí. No obstante, por otra parte, hubiera deseado seguir ahogándose en la ignorancia y trabajar bajo el yugo del autodesprecio, pues ese golpe quizá le hubiera dado a cambio tristezas y añoranzas. Ahora, con esas palabras, certificaba que el resultado había sido mucho peor. El interés de Bastian por ella había incrementado tanto que seguramente no se despojaría de ella tan fácil.
—Signe.
Pestañeó y se fijó en él. Había sido inevitable el sumergirse en sus pensamientos.
—Soy toda una contradicción —admitió en voz baja, y Alistair la miró con el entrecejo fruncido—. Me sentía tan bien hace unas horas por ese golpe, incluso pensaba en que no me importarían las represalias, pero al llegar aquí y ver a mis hermanos, qué tan felices son con lo poco que puedo darles, entendí a qué punto de estupidez llegué. Debo… —apretó los labios y respiró profundo para alejar ahora las lágrimas de frustración— controlarme y asegurarles un futuro, otras opciones si llego a faltar, si… —La garganta se le cerró—. No, no permitiré que eso suceda —mascullo, y esto hizo retroceder a las lágrimas.
Alistair esbozó una sonrisa complacida. Los ojos se le fruncieron un poco en las esquinas, dándole una apariencia más joven, como la edad que aparentaba.
—Estoy dispuesto a ayudarte a librarte de este peso. Si no hubiera visto tu templanza cuando lo encaraste, me hubiera resignado, dejándote a tu suerte. —Se acercó solo un poco, no lo suficiente para que ella se sintiera intimidada o asfixiada con su presencia—. Hace mucho en mi mente rondaba la idea de deshacerse de este lazo que me ata a Bastian. —Entrecerró los ojos—. No la había contemplado hasta el momento porque había aceptado la vida que él me ofreció a regañadientes, pero ahora es diferente. Podré impulsarme y darle fin a esto. Este empujón me ha servido, y te lo agradezco. La venda cayó de mis ojos y me dejó observar lo que tengo por delante. No gastaré más mi tiempo de vida en él.