Contrato de sangre

Capítulo XI

Se había tomado toda la mañana para investigar más sobre el vampirismo. Según lo que había leído, los vampiros se caracterizaban por no poder caminar bajo la luz del sol, todo lo contrario en Bastian y Alistair. Ambos disfrutaban de él. Eso significaba que, al parecer, la información en internet no podría ser tan certera, de modo que ahondó más hasta llegar a Reddit, donde la gente solía postear sus experiencias, y halló información interesante, que sí tenía que ver con ese monstruo y su sirviente. Recopiló los relatos más importantes en un documento de Word y los repasó para después buscar más documentación que le certificara aún más lo que relataban dichas personas que aseguraban haber tenido contacto con los llamados «catadores», como le dijo Alistair. No se llamaban a sí mismo vampiros, sino de esa forma. Bastian era un «catador» excepcional, por lo que había deducido. Debía ser más viejo que los ancianos que veía por ahí. Claro, sumando sus edades.

Se detuvo cuando ya había llegado la tarde y reflexionó todo lo leído.

Tal parecía que no tenían debilidades evidentes, que pudieran ayudarla a deshacerse más rápido de Bastian. El ajo, las cruces, la iglesia, todo ello no era relevante. Bebía sangre, no envejecía, procuraba alimentarse constantemente para prevalecer joven, caminaba bajo el sol, parecía ser una persona «normal», tenía sus riquezas, aparentaba ser un erudito… Era un enemigo formidable, sin duda. Sin embargo, en su búsqueda también encontró un blog intrigante. En él se hablaba de personas que se habían dedicado a cazarlos por años. Su origen era desconocido, pero se daban algunas pistas, como que había documentación que evidenciaba sus movimientos en la época de las Cruzadas, por ejemplo. Anotó esto en una vieja libreta para que no se le olvidara. Se lo consultaría a Alistair después. No le preguntaría por mensajes de texto porque resultaría estúpido, ya que Bastian lo monitoreaba. Obtuvo esta conclusión al percatarse de que Alistair solía contestarle con monosílabas o emoticones, como si ella no fuera importante, y por eso mismo prefería visitarla directamente, hablarle en el jardín trasero. No obstante, también estaba segura de que Bastian sabía cada movimiento que ejecutaba. Entonces, ¿aprovechaba ciertos lapsos de tiempo para escaparse de su escrutinio y así poder conversar con ella?

Apretó la libreta contra su pecho y miró la ventana ceñuda.

Le propondría a Alistair mejor verse en otro sitio. No quería que sus malas decisiones salpicaran a sus hermanos. Asimismo, deseaba que todo ese meollo ocurriera lejos de ellos. Prefería que se mantuvieran ignorantes, enfocados en sus estudios y habilidades. No debían saber en lo que se había metido por husmear de más. Haría todo lo que estuviera en su poder para que estuvieran al margen. Por lo que notó también, Eevi no reconoció a Bastian el día de su recital, aquel donde improvisaría, y aquello significaba que Bastian tuvo que haber manipulado su mente adormilada. Era una locura, aunque posible si tenía en cuenta todo lo leído.

Se levantó para prepararse y guardó la libreta en un compartimiento secreto en su suelo. Tenía que levantar una tabla de madera debajo de su cama, que movía, y ponerla allí. Ese compartimiento se lo elaboró su padre cuando ella tenía ocho años. Le había dicho que todos debían tener sus secretos bien guardados a modo de broma, porque ella, en su inocencia y exceso de emoción, concluyó que debía tener un lugar dónde guardar eso que no quería que ellos supieran al ver una película de James Bond, y su padre, ni corto ni perezoso, la ayudó con dicha tarea. Esbozó una sonrisa de añoranza y ternura en cuanto puso la tabla en su lugar. Su padre solía estar allí para ella incluso en los caprichos, y su madre no reprochaba nada porque, al fin y al cabo, no los afectaba.

Se colocó la gabardina, que esta vez no dejó en el guardarropa del recibidor, y buscó unos guantes de lana que tejió su madre como regalo de cumpleaños. Eran grises, con rayas azuladas. Los cuidaba tanto que parecían nuevos. Se los puso con la mirada anclada otra vez en la ventana y se dirigió al pasillo después de sacudir la cabeza. Tenía prioridades más importantes, como ir a comprar las semillas que le había pedido Lauri. Era su día libre. Cada dos semanas se tomaba dos días libres, y a regañadientes, pues su supervisor la había amenazado con no contratarla más si no descansaba. Se frotó debajo de los ojos a medida que bajaba la escalera. Le ardían, y estaba segura de que las ojeras se habían oscurecido más. No importaba igual.

Pronto llegaría Lauri junto a Kalle, y ambos recogerían a Eevi antes de las cuatro. Decidió escribir una nota y pegarla al comedor. En ella les decía que regresaría antes del anochecer y que, si así lo querían, esta vez podrían pedir alguna comida rápido. Dejó algunos billetes y monedas al lado de la nota, y se dispuso a salir.

Se abrigo mucho más cuando cruzó la verja. Le encantaba el frío, pero esta vez deseaba que la primavera llegara rápido. Ya sentía los dedos y la nariz congelados. Se frotó las manos y aceleró el paso. El vivero estaba a las afueras de la ciudad. Agradeció que su casa estuviera cerca, por lo que no debía gastar en transporte. Se concentró en sus pasos. Su mente voló de nuevo a todo lo que investigó. Había sido una investigación fructífera. Si ahondaba más, quizá­…

—¿Por qué tanta prisa?

Se detuvo al instante porque sus extremidades se tornaron rígidas.

Como pudo, giró el rostro hacia el depredador que ahora la veía como la presa perfecta para él y lo escrutó con un nudo ahogándola poco a poco. Era como una serpiente que se le enroscaba en la garganta para verla sufrir lentamente.




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