En todo lo que restó de semana, Signe trabajó poco y durmió menos. No le importaba porque estaba habituada a padecer largos episodios de insomnio. Y ya había llegado el domingo. El tiempo se mofó de ella demostrándole que transcurría rápido, más de lo habitual. Antes, según recordaba, tardaba en amanecer, todo lo contrario al ahora, porque amanecía y anochecía en un pestañeo.
Se encontró a Lauri en el pasillo al momento de salir de su habitación y la miró con el ceño profundo. Estaba vestida con su braga habitual de mezclilla, un suéter de lana y unos viejos converse negros. ¿Se había despertado tan temprano para hacer jardinería?
Revisó su reloj de muñeca y se cercioró de que eran las siete y quince de la mañana.
—¿De verdad, Lauri?
La joven le sonrió y asintió.
—A las plantas les gusta ser mimadas temprano, cuando abren sus capullos y reciben el día. Venía a tocar tu puerta, pero veo que estás despierta desde más temprano, como siempre. ¿Me ayudarás esta vez?
Reprimió un suspiro agotado, porque sí, sentía que le había pasado un tren encima.
—Está bien. ¿Hoy qué les harás?
—Les daré abono —le contestó sonriente—. Te espero en el jardín delantero. Y gracias por las semillas. —Esbozó una nueva sonrisa, esta vez alegre—. Las plantaré en cuanto la primavera nos visite.
Le regresó el gesto y la vio encaminarse a la escalera.
Sabía de primera mano que dicho pasatiempo no le permitía pensar de más a Lauri. No sobrepensaba y se encargaba de tener bien cuidadas a sus plantas, que solo se permitían ser tocadas por ella. Si alguien más les acariciaba siquiera la punta de un pétalo o una hoja, se secaban. Signe había comprobado esto cuando Lauri cayó enferma el año pasado. Desde entonces, le ayudaba a pagar los implementos que necesitara, como la pequeña pala o el abono. No se atrevía a tocarlas por temor a que se marchitaran, más al saber que eran las niñas preciadas de su hermana menor.
Se llenó los pulmones y regresó a su habitación para cambiarse. Se ensuciaría de tierra y sudaría por el esfuerzo a pesar de la fría mañana que se presentaba dicho día. Se colocó un suéter celeste pálido y un pantalón de pijama felpudo que había asignado para ser ayudante de jardinería. Se recogió el cabello como pudo, aunque desistió y prefirió marchar a la habitación que compartían Lauri y Kalle. Allí lo halló entretenido en la tableta que le había comprado hacía seis meses y le pidió que le trenzara el pelo. Sin quejas ni muecas, el preadolescente se lo peinó y le comentó que había amanecido más terco. Le agradeció en cuanto le avisó que estaba listo y le besó la frente como despedida. Kalle le sonrió y volvió a prestarle atención a la pantalla de la tableta, donde veía otra serie animada japonesa.
Revisó el dormitorio de Eevi para comprobar que seguía perdida en el mundo de los sueños y la cubrió mejor con la pesada cobija de lana. Asintió para sí y trotó la escalera. Se acercó a la cocina para beberse el té mañanero que solía preparar Lauri si se despertaba primero y lo bebió en tres sorbos. El sabor de la lavanda se le quedó en la lengua por unos largos minutos. Lavó la taza y se encaminó al jardín delantero. Lauri ya estaba arrodillada frente a los crisantemos azulados. Eran flores que resistían muy bien el invierno. Le asintió cuando alzó la mirada y se dirigió al pequeño bulto de abono, que movió a unos pasos de la joven.
—La maleza es su peor enemigo —le comentó Lauri, y refunfuñó algo más que no logró oír—. Incluso con estas temperaturas se atreve a crecer alrededor de mis niñas.
Signe rio y se acuclilló a su lado.
—Están muy bonitas —susurró.
Lauri la miró y le sonrió entusiasmada.
—Pronto Eevi me pedirá algunas para armar bonitos jarrones.
—¿Ya les echó el ojo?
—¡Si supieras! —Se rio y le extendió la mano para que le pasara el palote.
Signe tanteó el césped hasta dar con él y se lo pasó.
—Atrás plantaré las peonias y haré el pequeño huerto que te comenté. ¿Lo recuerdas? —Le asintió para que prosiguiera—. Necesito más material. Te haré una lista. Claro, no necesito todo pronto, porque empezaré a construir el huerto el próximo año, cuando ya estemos en primavera. Es un buen tiempo para ponerme en ello por la semana de descanso que nos darán en esa temporada.
—Imagino que harás todos los trabajos y talleres en un solo día para tener más libertad.
—Obvio —le replicó concentrada en remover la maleza y la tierra debajo de ella—. Kalle me aseguró que hará lo mismo para ayudarme.
—Procura que no toque los brotes.
Lauri rio y la observó con la cabeza ladeada.
—A él lo quieren.
Signe puso los ojos en blanco y resopló.
—Claro, y yo no —masculló.
Rieron y continuaron en silencio.
Lauri tenía mucha paciencia para manejar con tanta delicadeza los capullos semiabiertos de las otras flores que requerían su atención para perfilarlas y alejarles la maleza. Se concentraba tanto que olvidaba que su hermana mayor estaba allí para ayudarla, y en cuanto se percataba de su presencia, la miraba con disculpa y le pedía que pasara abono o empacara la maleza en bolsas negras dispuestas para eso. Signe, entretanto, miraba todo lo que hacía sin decir nada. No había que hablar, solo disfrutar el momento, en donde sus pensamientos no estaban allí para atormentarla. Sacó una buena cantidad de abono y lo puso donde Lauri le pidió sin tocar los tallos de sus amadas plantas.