Alistair se cercioró de que Bastian se había marchado y le hizo un gesto para que entrara al baño. Debía ducharse para deshacerse de la sangre que la cubría. Se sentía ya seca, en algunas zonas pegajosa, y el asco no tardó en visitarla, pero se vio visto ennegrecido cuando miró a Valery tiesa en el suelo. Respiró hondo, relajó los puños y desvió la mirada. No podría gastarle mente a esa situación. Si debía mantener la frialdad, tenía que ser indiferente, como se había vuelto desde que conoció a esa bestia sedienta de sangre.
Cerró la puerta y se apoyó en ella para cubrirse el rostro con las palmas trémulas. No lloraría, solo se refugiaría por un momento en el silencio de la estancia. Lo necesitaba. Esperó cinco minutos y después se descubrió para despojarse de la ropa y encaminarse a la ducha. El agua fría recorrió todo su cuerpo. Prefería que estuviera en esa temperatura para golpearse más contra su desdichada realidad. Era necesario para enfrentar las adversidades que pronto la atosigarían. Eso sí, se talló las partes donde Bastian la acarició y besó, queriendo eliminar cada huella en su piel, y, al parecer, lo logró cuando la piel se le enrojeció.
A pesar de que se aferraba al desinterés y la poca importancia, una que otra lágrima se le escapó. Por mucho que se esforzara a no pensar en lo ocurrido, era inevitable que su dolor se viera reflejado en ese líquido salado. Las lágrimas se diluyeron con el agua y pronto se unieron a la que se deslizaba por el desagüe. Era un ritual de limpieza, así comenzó a pensarlo la primera vez que la besó. La marca mental, ardiente y tenaz, no se iría, por supuesto, pero le era suficiente con deshacerse de la física.
Sitió sus pensamientos en las jugadas que haría en su partida de monopolio cuando llegara a casa y les avisara a sus hermanos que se prepararan. Aún había la posibilidad de llegar a tiempo para compartir con ellos. La sola idea la instó a finalizar la ducha. Se cubrió con un albornoz que halló colgado en la puerta y salió para buscar a Alistair, que la esperaba cerca de la habitación con una muda de ropa. La miró con disculpa al tendérsela y le sonrió para animarla.
—Es de Valery. Perdón, es lo único que hallé. Y no podré entregarte tu ropa porque lo mejor es deshacernos de ella, si me entiendes.
El nudo en su garganta le atoró el paso del aire por unos segundos.
Vestiría la ropa de una muerta.
«Pero será por poco tiempo», se aseguró.
Contempló la camiseta de manga larga con un unicornio estampado y el pantalón de chándal. Se notaba que Valery pretendía marcharse cómoda.
—Lavé tus zapatillas. Están un poco semihúmedas.
Lo miró con agradecimiento.
—No pasa nada. Las lavaré de nuevo en cuanto llegue a casa.
Alistair asintió.
Le ofreció una sonrisa de labios pegados y se dirigió de nuevo al baño para vestirse. El perfume en las prendas era dulzón, hasta el punto de causarle un leve mareo. Arrugó la nariz y lo ignoró todo lo que pudo a medida que regresaba con Alistair. Él la observó de soslayo y la condujo a la puerta principal. No ignoraron el cadáver ni el olor a sangre seca, coagulada. Signe hizo todo lo posible para darle un visto en el momento en que se dispuso a salir de la cabaña. Suficiente tenía con vestir su ropa. Sería un claro recordatorio de todo lo ocurrido, aparte de las huellas que dejó Bastian en parte de su pecho, porque el desgraciado se atrevió a dejarle marcas rojizas y violáceas. Apretó los dientes y sacudió la cabeza para no enfocarse en ello. Cuando todo llegara a su fin o cuando no tuviera otras preocupaciones, se enfocaría en rumiar el rencor y en sanar.
Alistair la dirigió a la parte trasera de la cabaña, en donde los aguardaba otro vehículo. Era menos lujoso que el que condujo Bastian, pero aun así era fácil de apreciar. Le abrió la puerta del copiloto y se detuvo un momento para dirigirle una mirada serena. Signe se quedó quieta a pocos pasos de él. Lo miraba vacilante, como si no deseara regresar a su hogar, y la entendía. Fue difícil ver cómo Bastian le arrebataba el aliento a Alistair y cómo después se aprovechó de su estado aletargado, si es que se le podía llamar así. Titubeó y a lo último se acercó para rodearla en un abrazo reconfortante, donde ella se refugió con un suspiro ahogado. Su pecho y brazos eran cálidos. Le transmitían esa tranquilidad que su alma afligida clama a pesar de que intentaba fingir ser fuerte. Presionó el rostro contra su pecho y se permitió olerlo. Era un aroma suave, cítrico, con un leve rastro floral, suficiente para alejarle de la nariz el perfume dulzón de Valery.
Entretanto, Alistair se sorprendió porque su relación avanzaba a pasos precipitados. Antes no se hubiera permitido siquiera consolarla con unas cuantas palabras. Muy en su interior admitía que se habían precipitado, pero no importaba. Lo único relevante en su situación es que se hacían compañía y se apoyaban. Muy poco, claro. Sin embargo, ese tipo de apoyo silencioso, compartido con ojeadas momentáneas, repentinas, era suficiente para aliviar la carga que reposaba sobre sus hombros. Se encargaba de desaparecer los cadáveres que Bastian dejaba a su paso, y aquello dejaba marcas imborrables en su ser atormentado. Además, se alimentaba de algunas víctimas que él le permitía «disfrutar». Era imposible resistirse al hambre y a la ansiedad por beber sangre cuando su inútil intento de reprimirlas se resquebrajaba. Era parte de su instinto buscar ese alimento preciado y apremiar a su necesidad para que pudiera rellenarla. Se había acostumbrado, era obvio, pero el resquemor que esto dejaba en su consciencia lo volvía melancólico, comportamiento que Bastian notaba y no dudaba en gozar de él. Era una criatura aberrante, carente de compasión, buscando el dolor ajeno para sentirse satisfecha. Cuánto lo odiaba. Podía servirle lealmente, pero muy en el fondo lo despreciaba tanto que a veces se imaginaba arrancándole la cabeza o sacándole el corazón, aunque sabía muy bien que esto era imposible si considera el hilo que los ataba, porque tenían una conexión de amo y sirviente, de creador y esbirro.