Contrato de sangre

Capítulo XVII

Había luchado contra la necesidad de beber la sangre, ya que su fatiga había aumentado y la somnolencia le dificultaba cumplir con sus labores de limpieza como se suponía que debía cumplirlas, con toda la prioridad y rapidez posible. Sin embargo, por más que la ansiedad le susurrara al oído que sacara el corcho del frasco y pusiera la boquilla entre sus labios, desistió de la idea y se enfocó en lo más importante por el momento: hallar información que pudiera conducirla por el camino correcto para darle fin a su relación, si es que se podía llamar así, con Bastian.

Era tanta su obsesión que incluso investigó la procedencia de su nombre, aunque dudaba que fuera el que le dieron desde el nacimiento o cuando fue concebido. Según había leído —además de haber excluido diversas fuentes—, su origen era griego. Significaba «el que es venerado y admirado». Su significado propició que dicho nombre fuera muy utilizado entre las clases más nobles de la sociedad. Y en la actualidad, así como inicios de la Edad Media, tal parecía, era un nombre muy popular en Francia y también tenía bastante uso en Alemania. A partir de allí, empezó a hilar toda la información recabada, de modo que buscó fuentes francesas y alemanas, y esto la llevó a conocer 4chan, un sitio web anónimo que se mostraba como un tablón de imágenes. Claro, después de tantos desvíos y de haber hecho explotar a Chrome con tantas pestañas y ventanas abiertas. No se asoció fácilmente con 4chan porque el internet la aturdía, así que le llevó tiempo entender su funcionamiento, y en cuanto logró moverse por allí sin complicaciones, encontró más datos relevantes, con fotos y pruebas incluidas. Había un tal Bastian que azotó un pueblo pequeño de Alemania en el Medioevo. En ese entonces, Alemania estaba sometida bajo el reinado de las dinastías merovingia y carolingia, y esto era valioso para alcanzar la conclusión pensada. Según el usuario que siguió su historia a partir de relatos «banales» y observaciones en diarios o documentos aparentemente perdidos, se nombraba mucho la excentricidad de esta persona apodada como el «catador primigenio», aunque estaban errados porque no era el único de su «especie». Le llamaban el «excéntrico de la villa», «devorador de furcias», «admirador oscuro» y, la más importante, «visitante foráneo». Este último le señaló el hilo que ahora la conduciría a hechos acontecidos en Normandía, región poblada en su origen por pueblos celtas. Por lo que se documentó para llegar al meollo del asunto, y como citaba, «… a partir del principio del siglo VIII, varias invasiones sucesivas de piratas vikingos, en su mayoría daneses, saquearon y arrasaron la región, llegando a sitiar París a mediados del siglo IX», había caído en el punto final que tanto anhelaba.

Esto fue demasiado importante porque la ayudó a concluir que el Bastian que conocían Alistair y ella misma provenía de tierras lejanas. Un vikingo, un danés —lo más probable—. Con esta fuente, buscó folclore nórdico. Y fue cuando conoció relatos, eddas poéticas, que relataban cuentos de corte terrorífico y sanguinario. En ese instante, cuando sus ojos le pedían descanso, se cruzó con el rito y creencia blót. Un sacrificio que los paganos nórdicos ofrecían a sus dioses y a la naturaleza. Por lo general, consistía en animales, más que todo cerdos y caballos, pero se llegó a un punto en donde se prefirió a una persona, un pobre diablo. Y algo salió mal. Esto dio paso a la creencia firme de que surgieron seres que se alimentaban de sangre porque el ritual, el sacrificio en sí, había sobrepasado los límites impuestos por los dioses, que, ofendidos, decidieron arremeter contra el pueblo que cometió tal fatalidad y castigarlo de la peor forma.

Cerró la pantalla del portátil y se echó en la cama cuando tanta información le hizo doler la cabeza. Aun así, había transitado el camino idóneo. Bastian, o como se llamara en realidad, había caminado la tierra por tantísimos años. Era un ser superior, tan engorroso de vencer, como en los videojuegos que le pedía Kalle para Navidad. Se cubrió el rostro con la angustia más difícil de tragar y se echó a reír. Había gastado varias madrugadas investigando y documentándose para deshacerse de ese monstruo, y, como resultado, comprobó que sería casi imposible someterlo al descanso eterno, más allá de la frontera de los vivos, en específico, ese donde en realidad no se descansaba, sino que se veía abrumado por torturas y dolores para y por siempre. No obstante, no podía resignarse. Si su procedencia era tan lejana, es decir, que había sido «transmutado» en un lugar que quizá ahora era inexistencia, había la probabilidad pequeña de que algo, un objeto por más ínfimo que fuera, hubiera sobrevivido al transcurrir agitado del tiempo, y esto le daba esperanzas. Mínimas, sí, pero se aferraría a ellas como nunca. Se levantó de un salto y verificó la hora. Pronto serían las cinco de la madrugada. No importaba, porque sabía que Alistair no pegaba el ojo en ese horario. Aunque se arriesgaba, buscó su contacto en el iPhone, que seguía pareciendo nuevo porque poco lo usaba, y le envió un mensaje de texto. Esperó con agónica impaciencia, mientras daba vueltas en su sitio, y casi gritó cuando recibió respuesta tres minutos después.

Alistair se tardaría casi veinte minutos en llegar.

Asintió para sí y empezó a recopilar de nuevo todo lo que leyó y memorizó. No tenía impresora, por lo que creó un documento en PDF que luego pasó a su teléfono, el cual todavía conservaba la pantalla rota porque en todo ese tiempo aquello se le había olvidado. Se dio ánimos, se frotó los ojos, recitó lo leído en voz baja, volvió a caminar en círculos, todo esto para que esos veinte minutos se difuminaran más rápido.

Y pronto Alistair le avisó que estaba en el jardín trasero.




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