Contrato de sangre

Capítulo XIX

Había visto a Eevi hacer caminos con las fichas de dominó, que luego derribaba para soltar risitas infantiles y alegres. Así había sentido que cayó todo lo que había forjado hasta el momento. Y claro que Bastian notó cómo su rostro se drenó de color en cuanto le preguntó sobre el paradero de su mano derecha.

—¿Y bien? —gruñó.

Empezó a mover la cabeza y tragó como pudo. La garganta se le había secado tan rápido.

—¡¿Dónde está, Signe?! —Volvió a acercarse, aprisionándola entre sus brazos—. ¡Dime!

—¡No lo sé! —exclamó con fuerza, y se abrazó para protegerse—. De verdad no lo sé —musitó con la voz estrangulada, y no le rehuyó a su mirada.

Por más temerosa que estuviera en ese instante, no le daría el privilegio de apreciar sus flaquezas. Además, cualquier atisbo de duda suplantaría su contestación con la verdad, y estaba segura de que él enloquecería.

Le sostuvo la mirada y la asió de la mandíbula con tanta brusquedad que el ramalazo de dolor la aturdió un poco. Midió la certeza en sus ojos y la soltó hosco pero sin apartarse. No le daría esa dicha. Y luego empezó a reírse. La risa que surgía de lo más profundo de su pecho asustaba aún más a Signe, que lo contemplaba con los ojos abiertos hasta más no poder. ¿Qué clase de monstruo era Bastian? ¿Cómo era capaz de pasar de la crueldad a la diversión en menos de cinco minutos? O eso le pareció.

No se estremeció cuando se inclinó para ocultar la cara entre su hombro y cuello, donde aspiró y se relajó. Su aroma, aunque no era del todo atractivo, lo arrullaba y apaciguaba la marea de emociones vertiginosas, negativas, que rugía en su interior. La agarró de las manos y las puso sobre su cabeza para tener más facilidad en el momento de mover la nariz y dejarla recorrer su clavícula cubierta y, por último, el inicio de su seno izquierdo, que mordió. El ardor y el escozor se extendió por toda la zona. Abrió la boca en un grito silencioso y se removió para que no le clavara más los colmillos, en vano, porque ejerció más presión y la sangre se escurrió, manchando su camiseta lila. La sintió deslizarse a lo largo de la redondez de su seno hasta morir en su cadera, donde se diluyó en la pretina de su pantalón. Dejó escapar un quejido y a lo último se permitió sollozar. Dejó caer la cabeza y lo sintió beber su sangre con deleite. Pestañeó, enfocando la vista, pues ya le fallaba, y se dejó caer de rodillas en cuanto la soltó. Le había drenado las fuerzas, todo lo que la mantuviera en pie de guerra.

Bastian se limpió las comisuras de sus labios y suspiró sin dejar de observarla.

—Tu sangre está enferma. Su olor, por supuesto, ya me había advertido que la producción de hemoglobina en ella es escasa. Eso me conduce a la conclusión de que no has bebido mi sangre hace… ¿una semana? —Se acuclilló y apoyó los antebrazos en sus rodillas—. ¿Un poco más? ¿Menos?

Signe presionó los labios y lo escrutó débil. La expresión satisfecha en su rostro quiso conducirla a vomitar, pero solo pudo tener arcadas, que contuvo como pudo.

—¿A razón de qué, mi liliácea?

Frenó las lágrimas que se habían acumulado tras sus párpados y no dejó de mirarlo. Esa flor era la favorita de su madre. Que lo supiera significaba que había investigado incluso en los escombros de su pasado. Fue imposible retener el recuerdo de sus brazos cobijándola cada vez que tenía pesadillas, de sus palabras para calmar su temor, de sus sonrisas, que le brindaban luz a su oscuridad, sus miradas enternecidas y amorosas cuando las fijaba en su padre. Y ahora pasó a rememorarlo, cómo la alzaba para cargarla y apretarla contra su pecho, cómo le incrementaba los caprichos y le besaba las mejillas, feliz de tener una hija como ella, su primera niña, que siempre cuidaría, incluso más allá del mundo terrenal. Una lágrima se le escapó. Bastian la atrapó con el dedo índice y la lamió con su interés fijo en ella.

—Entonces te diste cuenta de la dependencia que genera mi sangre —comentó sonriente, y sacudió la cabeza, divertido—. Qué valiente y audaz, mi querida Signe.

Apartó la cabeza cuando intentó acariciarle el cabello.

Esto lo divirtió todavía más.

—¿Muy somnolienta? ¿Te llevo a la cama?

Trató de mantener los párpados separados, pero ya no tenía las fuerzas para permitírselo. Se escurrió aún más en la pared, y Bastian no tardó en alzarla entre sus brazos, besándole la cima de la cabeza y susurrándole que podía dormir sin temores o preocupaciones. Qué malnacido, porque sabía muy bien que eso sería complicado para la joven con el cuerpo laxo que sostenía como un objeto preciado. Se movió suave para no perturbarla más y abrió la puerta de su dormitorio de un puntapié. La acomodó en el amplio colchón, maniobró la almohada para que le fuera cómoda y se acostó a su lado. Se había quedado dormida en el lapso que le tomó conducirla hasta allí. Detalló las ojeras, que se habían oscurecido más, y su piel nívea manchada por pecas tenues, que le daban esa característica aniñada que al principio se le pareció fuera de lugar. Se estiró y le besó la frente fría. La anemia se presentaba con renovado vigor en ella. Sonrió para sí, se incorporó y descubrió su muñeca derecha. La mordió sin contemplación y la extendió sobre sus labios entreabiertos. Su sangre cayó en ellos. Esperó hasta que estuvo seguro de que la dosis era la adecuada para que su organismo empezara a sanar. Apretó la muñeca sin despegar la vista de sus facciones, que volvían a retomar el color, y ladeó una nueva sonrisa.




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