Contrato de sangre

Capítulo XX

Cocinar se la daba bien. De hecho, era la mejor de los cuatro. Por ello había tomado la decisión de encargarse de la cocina cada vez que tenía oportunidad. Además, su cabeza dejaba de maquinar y la tranquilidad la cobijaba. Ahora preparaba pasta con queso ricota acompañada de ensalada de col y pepinillos. A Eevi no le gustaban, pero los toleraba si picaba el pepinillo en trozos pequeños, que no pudiera capturar fácilmente con la vista. Cortó zanahoria en julianas, ya que a Kalle le encantaban, y empezó a calentar un poco de agua en la tetera para hacer té de frutos rojos, que luego pondría a enfriar en el refrigerador. Se limpió las manos en el delantal manchado de harina de trigo, que empleó para hacer la pastal. Sí, le agradaba más que fuera casera.

Se giró al oír a Kalle entrar en la estancia. La miró por unos segundos y luego se sentó en el comedor. Apoyó los codos en la superficie de madera e hizo una mueca.

—¿Sabes a qué hora llegará?

Lauri suspiró y se giró para agarrar la tetera y depositarla en el mesón.

—Puede llegar hasta tarde. Le dejaré su cena refrigerada. Luego la calentará en el microondas. Sabes cómo es.

Kalle bufó y compartió una mirada con Eevi, que se había acercado para sentarse en su regazo. Entornó los ojos y se echó un poco hacia atrás en la silla para que ella pudiera lograr su cometido. Tenía los ojos llorosos y las mejillas teñidas de carmesí. Había llorado porque pretendía sorprender a su hermana mayor con unas galletas de avena un poco quemadas pero deliciosas, pero, cuando Lauri le dijo que no podría disfrutarlas en las próximas horas, desató las lágrimas e hizo una pataleta. Con Lauri no surtía efecto, pero con Kalle sí, y por eso mismo se apretó contra él y le ofreció una ojeada ofuscada a su otra hermana mayor. Lauri la ignoró y empezó a mezclar los ingredientes para el té de frutos rojos.

—Ha estado trabajando mucho.

Dejó de remover el té y se volvió para observarlo.

—Más de lo habitual, sí. —Apretó los labios y vertió el té en una jarra de cristal que soportaba el calor—. Lo más probable es que se esté esforzando de más para que esta Navidad sea mejor que la anterior.

A Eevi le brillaron los ojos y se limpió las mejillas humedad.

—¿De verdad? —exclamó feliz, fuera de su protagónico quejica.

Lauri asintió y le sonrió. Después sacó los cubos de hielo, que ya había preparado, y los echó en el té. Se diluyeron rápido, pero ayudaron a enfriarlo lo suficiente para guardar la jarra en el refrigerador.

Sabía que había mentido a medias. Tenía el conocimiento pleno de que su hermana mayor no se esforzaba aún más por sus regalos de Navidad, ya que le había comentado que empezaba a ahorrar para ellos a partir de enero. No le cuadraba, pero, si quería mantener tranquila a la pequeña de los tres, era mejor soltar mentiras que verdades. Kalle también intuyó su proceder, y por eso se mantuvo en silencio. Era lo mejor.

Sirvió la pasta, le esparció el queso con las manos y acomodó la cantidad suficiente de ensañada y zanahorias en los platos. Le pasó el suyo primero a Eevi, que saltó del regazo de su hermano y se acomodó en la silla a su lado, y luego a Kalle, quien apreció las zanahorias en julianas con una sonrisita satisfecha. Por último, se sentó en el puesto de su hermana mayor y se preparó para comer al unísono. Sin embargo, suspendió el tenedor muy cerca de su boca abierta y giró la cabeza hacia la puerta principal. Alguien la tocaba. Contempló a sus hermanos y le negó a Eevi, la cual estaba dispuesta a abrirla. La pequeña hizo un puchero y siguió enrollando su pasta para poder comérsela. Kalle le asintió para que fuera y se enfocó en hacer lo mismo que Eevi.

Dejó el tenedor al lado del plato y se puso en pie con un suspiro. Seguro era su vecino buscando al cretino de su chihuahua, que solía cruzar la verja a través de un hueco que hacía de tanto debajo, en la tierra, para escabullirse en su jardín y disfrutar de ciertas flores, que masticaba hasta destrozarlas. Había discutido tanto con ese hombre que ya no se agradaban en absoluto y le tenía cierto fastidio a ese perrito del demonio. Abrió la puerta y se asomó. Se asombró al ver a un hombre con cabello grisáceo, como las cajas, y ojos azul apagado. Era alto, un poco más que su hermana, que de por sí sobrepasaba el promedio fácilmente, y vestía un gabán oscuro, traje de tres piezas gris lobo y zapatos de cuero lustrado. El pelo lo tenía un poco despeinado y su expresión no sabía cómo dilucidarla. Parecía preocupada y al mismo tiempo temeroso.

—¿Sí?

—¿Está tu hermana mayor? —le preguntó con voz suave, un poco ronca. Era armoniosa en ese sentido.

Le frunció el entrecejo.

También era desconfiada hasta la médula.

—¿Para qué la necesita? —Decidió salir y cerrar la puerta para que sus hermanos no los oyera. No se preocupó por el frío porque pretendía atenderlo por pocos minutos.

—Soy un conocido del trabajo. Vine a informarle algo respecto a él.

Entrecerró los ojos y se cruzó de brazos. No le creía, pero esa seguridad en su tono la instó a ser franca.

—Está haciendo un trabajo de limpieza en una fábrica a las afueras. No sé cuál.

Él asintió y le sonrió. Era una sonrisa tan delicada que se sonrojó un poco. Era la primera vez que veía una así, que no auguraba nada malo, solo sosiego.




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