Había vuelto al semillero para despejar más la mente. ¿La excusa? Comprar más semillas para el futuro huerto de Lauri. Había hecho una lista mental: reina de los prados —Lauri quería incursionar en el mundo de los vinos. Por lo que le había dicho, era un buen aromatizante para ellos—, patatas, legumbres, zanahorias, repollos, otros tubérculos, fresas y, no menos importante, zarzamoras. Lauri estaba tan entusiasmada que le había repetido sus preferencias hasta el punto de que las había memorizado y no necesitaba la lista escrita en un pósit. Le recitó todo al encargado, que le afirmó que podría hacer el envío dentro de dos días, y pagó en efectivo. Era parte del dinero que se había estado ganando al tratar con Bastian y sus faenas.
El anciano le regresó la sonrisa, así como el cambio, y le señaló la hilera de flores que aún no retoñaban.
—Por si quieres echar un vistazo. Hay milenrama, drácena… Plantas que podrán enamorarte.
—Las miraré, gracias.
Se giró en la dirección señalada y empezó a transitar entre las hileras, inmersa en los nombres que leía en los pequeños trozos de madera lisa frente a las materas, sin percatarse de que chocaría con alguien más. La mujer la sostuvo del brazo cuando la vio tambalearse y la ayudó a mantenerse recta. Avergonzada, alejó el brazo y la observó con disculpa, sorprendiéndose del color de sus iris. Nunca había visto unos ojos como los suyos, de modo que supuso que serían lentillas. Parecían amatistas.
—Ten cuidado —le dijo con una sonrisita que no logró discernir, y profundizó el ceño—. ¿Estás bien?
Arrugó la nariz y ocultó las manos en los bolsillos de su abrigo. ¿Era tan evidente cómo se sentía dentro de sí? ¿Se veía tan fácil la angustia que la carcomía?
La extraña apretó los labios y alzó la mano para mostrarle otra sección, aquella que era sitiada por los herbolarios cercanos.
—¿Has oído hablar de la mandrágora?
La siguió curiosa, hasta que se detuvieron frente a una planta que no había visto antes.
—No, recién oigo sobre ella —se sinceró, y la escrutó. El tallo era verde oscuro, con hojas anchas y una superficie rugosa. La flor, a pesar de estar en pleno invierno, se erguía orgullosa con un suave color blanco violáceo, y deseó tocarla, pero la extraña no se lo permitió.
—Si tuvieras guantes, podrías tocarla, pero como no tienes es mejor no hacerlo. —La miró ceñuda—. Sus frutos salen en otoño. Se nota que el encargado la ha cuidado muy bien para que se mantenga aún en pie en invierno. Es altamente tóxica, y puede afectarte incluso a través de la piel —le explicó, y se permitió rozar las hojas porque sus manos estaban enguantadas—. Antaño se utilizaba mucho para crear remedios y se veía asociada con la brujería, incluso hoy en día, claro. —Se rio y sacudió la cabeza—. Aquí se cultiva porque el propietario es un creyente ferviente de sus… propiedades.
Signe ladeó la cabeza y la contempló. Era alta, igual que ella, y sus rasgos eran asiáticos, tal vez japoneses si tenía en cuenta cómo se veían los actores de las series japonesas que solía ver Eevi junto a Lauri, que obligaba a estar a su lado, porque prefería mejor leer. Eso sí, se mezclaban con los europeos a la perfección. Su cabello era oscuro, como el negro mismo, y era delgada, más que ella, pero se notaba que era porque se sometía a mucho ejercicio por su complexión atlética. Vestía una chaqueta de cuero negra, pantalones del mismo color y botas, tal vez de combate. No estaba segura.
Se cuestionó entonces por qué le hablaba sobre esa planta. Abrió la boca para dejar escapar la pregunta. Sin embargo, ella le sonrió y volvió a señalarle la mandrágora.
—Su sabor no puede distinguirse fácilmente si lo diluyes en algún tipo de alcohol. Vino, por ejemplo. Ni el paladar más entrenado podrá percibirla. —Su dedo índice presionó la tierra debajo del tallo—. Es más tóxica en sus raíces. Los tés que se servían para deshacerse de cualquier estúpido hechos de ella eran más que efectivos. Se solía decir, es más, que servía incluso para… seres que estaban más allá de la humanidad. —Sus ojos buscaron los suyos, y Signe se tensó—. Te ayudará con tu problema —le aseguró en voz baja, con el rostro serio y los ojos brillantes—. Y, bueno, esos son todos los datos curiosos que puedo brindarte. —Retomó su comportamiento aparentemente risueño y tuvo el atrevimiento de palmearle el hombro—. No la cultives si tienes niños o mascotas. ¡Adiós!
Rígida, la vio marcharse. Minutos después, regresó la mirada a la mandrágora y se dejó inundar por preguntas que no resolvería jamás, salvo si se obsesionaba por saber cómo esa mujer pudo entender esa «complicación» que le quemaba el cuello cada vez que tenía oportunidad. Sacudió la cabeza y se apresuró a googlear cómo preparar una infusión o algo similar con esa planta exótica, porque así le parecía. Profundizó en la primera página web y asintió para sí, tomándole captura por temor a olvidar lo leído. Después, buscando sin querer a la extraña, se despidió del anciano y caminó hacia su casa. Buscaría más información, era obvio, y gastaría gran parte de su tiempo libre en ello.
Abrió la verja y se introdujo en la calidez de su hogar. Saludó a sus hermanos, diciéndole a Lauri que en dos día llegarían sus semillas, y se dirigió a su habitación, donde se encerró, como era habitual. El portátil ya la esperaba en su cama, semiabierto. Lo abrió por completo y tecleó para obtener más datos en esos sitios que ya le habían vuelto habituales: Reddit y 4chan. Entretanto, leyó en Wikipedia, aunque no era fuente viable, «La raíz es alucinógena y narcótico. En cantidades suficientes, induce a un estado de olvido y fue utilizado como un anestésico para la cirugía en la antigüedad». Pasó a los siguientes párrafos y los leyó con cuidado.