Contrato de sangre

Capítulo XXII

Ese día, Signe los abrazó con tanta fuerza que se sintieron asfixiados por unos segundos. Los buscó y los reunió en la sala, en donde los abrazó por unos minutos que se prolongaron tanto que se sintieron extraños. Primero los sofocó entre sus brazos uno por uno y luego de descantó por abrazarlos a los tres al mismo tiempo. Eevi exclamó feliz y le devolvió el gesto con la misma fuerza, mientras que Kalle se echó a reír y después se disgustó porque la emoción se le volvió apabullante. Por otro lado, Lauri sintió todo fuera de lugar, como si su hermana se despidiera de ellos para siempre. Le devolvió el abrazo, claro, pero no dejó de martillarse con pensamientos intranquilos. Signe los besó, les pellizcó las mejillas y les revolvió el cabello antes de marcharse. No aseguró que volvería temprano o tarde, solo les sonrió y cerró la puerta detrás de sí. Ahí fue cuando el desasosiego se instaló en el pecho de Lauri. Decidió acercarse a la ventana que daba al jardín delante y que le proporcionaba una buena vista de la calle, y la vio subirse a ese auto que conducía su compañero de trabajo. ¿Cómo se le olvidó decirle que él la había buscado? Presionó la mano a la altura del corazón y no despegó la mirada del vehículo sino hasta que desapareció de su campo de visión. Respiró profundo, cerró los ojos y negó con la cabeza. Era mejor enfocar la mente en otro lado, por lo que, bajo la atención de sus otros dos hermanos, se abrigó y salió al jardín trasero. Se dedicaría a darles un poco de cariño a sus plantas. Entretanto, deseaba que nada malo le ocurriera a su hermana mayor.

Signe mantuvo la vista al frente, con Alistair a su lado, conduciendo. Se dirigían a la cabaña donde vio perecer a la bailarina exótica, Valery. Le sería imposible olvidar su nombre. Observó la carretera y estrujó el cinturón de seguridad entre sus manos.

—Comprobé los efectos de la mandrágora —le informó Alistair, alejándola de su cabeza abrumada por diversas cavilaciones—. Bebí una cantidad muy ínfima, solo una gota, y me provocó malestar. Me mareó y me provocó una leve migraña. Hace mucho no sentía eso, ¿sabes? Me sentí… humano.

Giró la cabeza para mirarlo.

—¿Y cuánto tiempo duró su efecto?

—Alrededor de veinte minutos. —Apretó el volante y aceleró el motor—. Si una gota me puso así, significa que unas diez o un poco más podrán tumbar a Bastian, hacerlo caer en inconsciencia y mantenerlo paralizado. Sea cual sea el resultado, bueno, deberemos aprovecharlo.

Asintió y volvió a enfocarse en la carretera. Estaba solitaria, lo que le permitía a Alistair avanzar con más rapidez.

—No podemos apresurarnos…

—Me temo que ya es tarde para decirme eso —la interrumpió. Su expresión estaba más allá de la seriedad; no sabría dilucidar qué lo atormentaba—. No solo me traje una botella de vino de Lituania, sino tres más. Bastian descorchó la segunda y dejó una buena cantidad en la botella en el minibar, así que, cuando salió por unos asuntos ajenos a mí, diluí una cantidad suficiente de mandrágora en el vino, no como para que se percate. En cuanto volvió, se sirvió más copas y, al parecer, no notó el sabor. Y así también me di cuenta de que en él no actúa rápido. Según lo que pude documentarme incitado por todo lo que me informaste, le hará efecto pronto. Se bebió toda la botella sin sospechas, nada. Sin embargo, sí me miró de forma extraña cuando me pidió la tercera botella. —Frunció los labios y se permitió observarla por unos segundos—. No es tonto, presiente que algo ocurrirá, y hoy estará alerta.

Signe no sabía qué decir. Era tanta información de sopetón.

Repitió sus palabras y maniobró entre los engranajes de su cabeza. Alistair había actuado alentado por el temor de perderla o algo más. Seguramente, también por el hartazgo al que lo conducía Bastian con sus caprichos. Además, según sus palabras en días pasados, era mejor apresurarse y no permitir que el tiempo siguiera corriendo. Debían actuar a la mayor brevedad posible. No obstante, no esperaba que fuera tan pronto. Significa que la llevaría a la cabaña para presenciar lo que él haría en contra de su amo. Asimismo, vio extraño que Bastian le pidiera a su sirviente de «confianza» que la buscara. Sin duda alguna, era una rata que sabía olfatear muy bien los problemas y que sorteaba la trama con el queso recién puesto. Sería difícil atacarlo.

«Me arriesgaré», pensó decidida.

Era la mejor carta que tenía en su mano, y no la desaprovecharía.

Haría uso de ese encanto que le producía a Bastian, no importaba si saldría afectada o si él buscaría por fin entrometerse con ella por completo.

Dejó de asir el cinturón de seguridad y apretó las manos contra su regazo.

—Permíteme ser el anzuelo —dijo al instante, recordando las artimañas de la pesca.

Conocía al respecto por su padre, que era fanático a este deporte. Le gustaba ir a las afueras de la ciudad, incluso más allá, donde hubiera una ribera o un río inquieto, para pescar. Le había enseñado a manejar la caña y a hacer nudos en el anzuelo para que los peces no tuvieran la oportunidad de escaparse. Sabía muy bien que debía fungir como el anzuelo y al mismo tiempo como ese alimento que atrajera a la bestia para que considerara mejor perder el tiempo con ella.

Y Alistair entendió que había hecho uso del as bajo su manga, de modo que no le reprochó.

Era un riesgo muy alto, sí, pero le aseguraba el asestarle el golpe final a Bastian, quien vería un poco raro la disposición de Signe, pero lo más probable era de que pensara que se había resignado por completo. No se complacería tanto, por supuesto, porque le fascinaba que su presa luchara hasta el hartazgo, pero lo entretendría.




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