Lauri, asombrada, le abrió la puerta a ese hombre peculiar con su hermana mayor entre brazos. La angustia fue un ramalazo repentino, que no le permitió pensar, solo actuar. Le permitió el paso y lo siguió mientras le preguntaba casi en gritos qué había pasado, acompañada por un confundido Kalle, que rompió a llorar cuando vio el estado de Signe. Una palidez azulada reinaba en su rostro no tranquilo, porque la expresión que había en él les evidenciaba que había sido sometida a una intranquilidad muy profunda, como si su último pensamiento antes de desvanecerse fuera completamente negativo.
La acomodó en el sofá y cayó de rodillas frente a ella, sosteniéndole la mano. No los miró, no podía. Kalle se dejó caer a su lado y Lauri corrió hacia su habitación para bajar una manta y cubrir a Signe, que estaba fría. Al regresar y cubrirla, se vio envuelta por las lágrimas. Cuando le rozó el cuello, sintió la sangre seca y el pulso mínimo, como si luchara para seguir respirando.
—Debemos llevarla al hospital —chilló Kalle, y se levantó para agarrar su teléfono.
—¡No! —bramó Alistair, que les ocultaba el rostro para no mostrarles cuánto lo perturbaba verla en tal estado—. Estará bien, me aseguré de ello. Hay que darle tiempo.
Se había mordido la muñeca y dado a beber muy poca cantidad de su sangre para que esta ayudara a la sangre enferma de Signe y circulara con más rapidez para avivarla, cerrarle la herida entre su hombro y cuello, e impulsarla a la vida de nuevo. Había visto a Bastian hacer esto muchas veces cuando no quería que sus víctimas murieran tan rápido. Las retenía y las arrebataba de las manos de la muerte para seguir prolongándoles el sufrimiento. Sabía que no se transformaría porque dicho proceso era muy diferente y él, como un simple transformado, no tenía esa capacidad. Solo Bastian era capaz de convertir a otros en bestias sedientas como él. Le presionó la mano, la alzó y apoyó la frente en ella, sobre su dorso, sin dejar de sostenerla por la palma. Sorprendentemente, fuera de lugar para sí después de tanto tiempo, empezó a rezarle a un dios, a lo que fuera que pudiera ayudarlo a mantenerla con vida.
Aguzó el oído, atento a los latidos de su corazón, y no les prestó atención a los jóvenes, que lloriqueaban y se peleaban. Kalle quería llevarla al hospital más cercano, mientras que Lauri lo retenía, confiando en las palabras del desconocido. Nadie ajeno a su hermana mayor se preocuparía tanto por ella, hasta el punto de rezar en voz baja y dedicarle tanta ternura agarrándole la mano de esa forma. Además, muy en su interior estaba segura de que podrían llevarla al médico luego, cuando recobrara el sentido. En su afán por tranquilizar a Kalle, lo asió de los hombros y lo arrastró a la cocina, donde lo obligó a beber un té de manzanilla. También estaba bastante preocupaba, pero sabía guardar las apariencias. Aparte de eso, el alivio se había paseado en su pecho en cuanto Alistair le aseguró a viva voz que Signe pronto estaría consciente de nuevo. No sabía qué había sucedido ni mucho menos qué le infligió tanto daño en el cuello. No era momento para rebanarse el cerebro con esa cuestión, que más tarde se vería sujeta a una resolución.
Kalle dejó de sollozar y, aún sostenido por Lauri, se acomodó en la silla mecedora que tanto le gustaba a su hermana mayor. Se sentó a su lado, en el sillón de un solo puesto, y agradeció que Eevi estuviera con su maestra de violín, que le había pedido ir a su casa para afinar el instrumento y repasar un poco la melodía para su recital pospuesto. Jugueteó con sus dedos entrelazos y no apartó los ojos aguados del rostro níveo de Signe, que recuperaba el color lentamente. Dejó de morderse los labios y se congeló. Alistair dejó de apoyar la frente en el dorso de la mano que poco a poco se calentaba y, con un gimoteo lastimero, oyó cómo el corazón comenzaba a latir con regularidad, sin tantas pausas. Las lágrimas volvieron a reunirse tras sus párpados y sonrió con júbilo. Acomodó la mano sobre su vientre cubierto por la manta, se irguió y caminó lejos, hasta estar cerca de la puerta. Tragó el nudo que se había hecho en su garganta por la decisión que había tomado mientras desmembraba a Bastian, asegurándose de que no reviviera o no le fuera fácil. Tampoco le extrajo la hoja de la daga del corazón. Ahora debía regresar a su auto y desperdigar sus trozos en distintos lugares, cada uno más distanciado del otro, y, a pesar de que era el dolor más inmenso que cruzaba por el momento, no regresar.
No podía.
Le debía a Signe una vida tranquila, y él estorbaría en ella.
Lo mejor era tomar distancia y visitarla muy pocas veces… si es que podría. Verla le causaría más daño, porque se sentía culpable por el estado en que se vio inmersa. Era su culpa por no haber actuado de otra forma, por congelarse y no luchar hasta con los dientes para que Bastian no bebiera su sangre.
«Maldición, cuánto duele. Mi alma… ya no será la misma», pensó desdichado.
Buscó la mirada de Lauri y le esbozó una sonrisa suave, plagada de lágrimas nuevas.
—Dile que la amo. —Y se dispuso a salir sin mirar atrás.
Estupefacta, lo vio cerrar la puerta y, minutos después, olvidándose de su comportamiento extraño, se lanzó a mirar de cerca a Signe, que había abierto los ojos.
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La melodía de los violines al unísono, acompañada por el sonido que despedía el piano, la hizo ladear la cabeza y disfrutar de los acordes con los párpados juntos, atenta a cada cambio de tonalidad. Era primavera y el recital había sido visitado por todos los familiares de los niños que participaban en él, así como personas externas, conducidas a oír el clamor de los violines. Eevi mantuvo su puesto como el primer violín y se esforzaba al máximo, conmovida por la partitura que tocaba. Era tal que llenaba los corazones de los presentes de desosiego y al mismo tiempo calma.