Contrato de Sangre

Capítulo 1: La Deuda

La lluvia no dejaba de golpear con furia los ventanales del estudio, como si el cielo mismo intentara advertirle lo que estaba por venir. Danaé se mantenía de pie frente a la chimenea apagada, con los brazos cruzados sobre el pecho, como si eso bastara para calmar el temblor que le recorría la espalda. La última carta del banco descansaba abierta sobre el escritorio de su padre. Ni siquiera necesitaba leerla para saber lo que decía.

Estaban acabados.

—¿Y bien? —la voz quebrada de su madre rompió el silencio como un cristal estallando en mil pedazos—. ¿Qué dice?

Danaé giró lentamente, con el rostro helado, los ojos secos. Ya no quedaban lágrimas. Las había derramado todas cuando supo que su padre hipotecó la casa por tercera vez. Cuando se enteró que los socios lo habían abandonado. Cuando vio que no solo perderían el apellido, sino la dignidad.

—Nos dan cuarenta y ocho horas —respondió, sin más.

Su madre se desplomó en el sillón como si le hubiesen arrancado el alma. El salón parecía más pequeño ahora. Más frío. Como si el tiempo hubiera decidido detenerse solo para que ellos pudieran caer en cámara lenta.

Pero el reloj marcaba las seis. Y a las seis y treinta, alguien tocó la puerta.

Un golpe seco. Preciso. Como el de un verdugo que no necesita anunciarse dos veces.

Danaé fue la primera en reaccionar. Cruzó el pasillo con pasos lentos, arrastrando el corazón con cada uno. Al abrir, lo vio. Alto. De traje negro. Sin corbata. Sin sonrisa. El hombre que su padre había descrito una vez, con una mezcla de respeto y terror: Viktor Andreev.

—Señorita Cassel —dijo él, con un tono que no era ni cálido ni cortés, sino exacto—. Podemos hablar.

Detrás de él, dos hombres más. De negro también. Todos empapados por la lluvia, pero sin parecer afectados. Como estatuas de mármol que se negaban a deteriorarse.

Danaé tragó saliva.

—Mi padre no está —susurró.

—Lo sé. Ha sido… apartado de la negociación. —Su mirada bajó un milímetro, apenas lo suficiente para clavarse como un bisturí en el pecho de ella—. Ahora el trato es contigo.

Viktor no esperó invitación. Entró. Caminó por la sala como si ya fuese suya. Se quitó el abrigo con un movimiento seco y lo dejó sobre el sofá. Las gotas de agua mancharon el piso de madera, pero nadie dijo nada. La madre de Danaé apenas podía mantenerse en pie.

—La situación es simple —dijo, mientras se acomodaba los puños de la camisa—. Tu familia me debe quinientos mil dólares. Tu padre apostó lo que no podía pagar. Nadie más quiere cubrirlo. Y mi paciencia tiene un límite.

Danaé apretó los puños.

—No tenemos esa cantidad. Ni siquiera una fracción.

Viktor asintió con lentitud. Luego, se acercó un paso. Solo uno. Pero bastó para que la temperatura descendiera aún más.

—Entonces hagamos un nuevo trato.

—¿Qué clase de trato?

Él se inclinó hacia ella, tan cerca que pudo oler el perfume caro mezclado con pólvora. Su voz bajó, pero su tono fue aún más cruel.

—Tú te casas conmigo.

La frase cayó como un disparo en la sien. La madre de Danaé soltó un gemido. Danaé se quedó paralizada. ¿Había escuchado bien?

—¿Es una broma?

—No. Es un contrato. Uno limpio. Legal. Y efectivo. Te casas conmigo y la deuda queda saldada. Tu familia conserva la casa, y tú… bueno, tú tendrás un nuevo apellido. Uno que nadie se atreverá a cuestionar.

Danaé lo miró con rabia. Con asco. Con algo parecido al miedo… y también al instinto de supervivencia. Ese hombre no estaba jugando. No necesitaba hacerlo. El poder no necesita gritar.

—¿Y si me niego?

—Entonces la deuda se traslada a tu hermano menor. Él firmó algunos documentos sin saberlo. Y tú sabes que no duraría una semana en prisión.

Viktor se enderezó, ajustando el reloj de su muñeca. Todo estaba calculado. Medido. Como si su corazón también funcionara en segundos y minutos.

—Te dejo hasta mañana a esta hora. Lo piensas, lo firmas, y entras en mi mundo. O lo rechazas, y miras cómo el tuyo se destruye.

Se dio media vuelta y caminó hacia la puerta sin esperar respuesta. Antes de salir, se detuvo.

—Por cierto… el vestido será blanco. Pero eso no significa que tu alma esté limpia.

Y entonces se fue.

Dejando la casa más oscura que antes. Dejando a Danaé con el alma rota. Y con una elección que no era elección.




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