Contrato de Sangre

Capítulo 5: Sangre Fría

El clima no cambió. Siempre gris. Siempre imponente. Como si el cielo mismo se hubiera acostumbrado a guardar silencio sobre lo que pasaba tras los muros de la mansión Andreev.

Era lunes. O tal vez martes. Danaé comenzaba a perder la noción del tiempo. Las horas se estiraban entre desayunos impecables, paseos vigilados y tardes largas en la biblioteca del ala este. Un paraíso construido sobre lava.

Pero ese día fue distinto.

—El señor Andreev solicita su presencia —dijo Ivanna al mediodía.

No “quiere verla”. No “le gustaría conversar”. Solicita su presencia. Como si fuera parte de una agenda.

Danaé se puso un abrigo beige y la siguió. No hizo preguntas.

Cuando entró al despacho principal, lo primero que notó fue el olor a cuero, café y pólvora. Lo segundo, la presencia de un hombre desconocido sentado frente a Viktor. Joven. Aparentemente amable. Demasiado relajado para estar allí.

—Danaé, este es Leonid Kuznetsov —dijo Viktor, señalando al invitado—. Dirige una de nuestras redes de distribución en Europa del Este. Vino a discutir términos… y a conocerte.

Leonid se puso de pie de inmediato, como si cada movimiento suyo estuviera coreografiado para agradar.

—Es un placer. Mucho más que un deber —dijo, besándole la mano con una sonrisa falsa que no alcanzaba a sus ojos.

—Encantador —respondió ella, midiendo cada sílaba.

Se sentó al lado de Viktor. Él no la miró. Solo se limitó a intercambiar papeles con Leonid. Danaé observaba. Callaba. Tomaba nota.

—¿Así que esta es la esposa del temido Viktor? —preguntó Leonid mientras firmaba un documento—. Esperaba algo más… frío.

Danaé le sostuvo la mirada.

—Y yo esperaba algo menos predecible de un adulador de quinta categoría.

Hubo un silencio espeso.

Viktor levantó una ceja. No sonrió, pero sus dedos tamborilearon levemente sobre el escritorio. Leonid tragó saliva. El aire cambió.

—Agradezco la firma, Leonid —dijo Viktor finalmente—. Puedes irte.

El hombre no discutió. Se levantó. Hizo una reverencia forzada. Salió del salón.

—¿Era necesario? —preguntó Viktor, cruzando los brazos.

—¿Tener opinión? Siempre lo es —replicó ella, de pie—. Ese hombre te desprecia. Cree que me casé contigo por dinero. Y está seguro de que tú no confías en él.

—Tal vez tengas razón —respondió él, acercándose lentamente—. Pero a veces se necesita mantener a ciertos traidores cerca. Para no perderles el rastro.

—¿Y eso te funciona?

Viktor se detuvo a menos de un metro de ella.

—Hasta ahora, sí.

Danaé no retrocedió. No esta vez.

—Pues prepárate. Porque no soy solo tu esposa. Si me vas a meter en este juego, aprenderé las reglas. Y si las aprendo… puedo llegar a reescribirlas.

Esa noche, Marco Reyes le entregó algo en un sobre cerrado.

—Encontré esto en la oficina de Leonid. Estaba intentando salir con una copia sin permiso. Tal vez quieras verlo antes que él lo note.

Danaé abrió el sobre. Dentro, una carpeta con registros falsos, rutas de transporte duplicadas, y pagos a nombres desconocidos. Un esquema completo de malversación dentro del imperio Andreev.

Un enemigo dentro del círculo.

—¿Por qué me lo das a mí? —preguntó ella.

Marco se acomodó contra la pared.

—Porque no confío en nadie más aquí. Ni siquiera en él. Pero tú… tú aún no te has corrompido.

En la madrugada, Danaé dejó el sobre sobre el escritorio de Viktor.

Sin notas. Sin explicaciones.

Horas después, lo encontró en la biblioteca, con la carpeta entre las manos.

—¿Cómo lo obtuviste?

—¿Importa?

—Sí —respondió él, observándola fijamente—. Porque si alguien dentro de mi casa te está ayudando, hay más cosas que no sé.

—Bienvenido a mi mundo —dijo Danaé—. Uno en el que nada es lo que parece.

Viktor se quedó en silencio un momento. Luego cerró la carpeta y se acercó a ella.

—Acabas de salvarme de una traición millonaria.

—No lo hice por ti —respondió ella.

—Lo sé. Pero lo hiciste igual.

Un gesto mínimo, casi imperceptible, se dibujó en sus labios. Una curva leve. Un indicio. No era ternura. No era afecto.

Era respeto.

Y Danaé lo entendió en ese instante: Viktor podía temer muchas cosas… pero admirar solo a una persona a la vez.

Y ella estaba comenzando a ocupar ese lugar.




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