Contrato de Sangre

Capítulo 8: Nido de Víboras

La noche amaneció más temprano de lo normal.

Apenas había luz afuera, pero Danaé ya estaba de pie, vestida, con la mente tan despierta como un filo recién afilado. Llevaba el cabello recogido en una trenza tensa que dejaba ver el contorno de su rostro sin adornos, sin excusas. Lo hacía por estrategia. Las mujeres hermosas causaban intriga; las mujeres hermosas que no intentaban agradar… generaban miedo.

Y eso era justo lo que ella necesitaba provocar.

Pidió reunirse con Ivanna en el invernadero.

La mujer llegó puntual, como siempre, con sus lentes sujetos por una fina cadena plateada y la carpeta de registros del día bajo el brazo. Danaé no pidió café. No sonrió.

—¿Conoces a Anastasia Mirkov?

Ivanna palideció apenas.

Apenas. Pero lo suficiente.

—No es un nombre que se diga en voz alta.

—Yo lo acabo de hacer.

Ivanna cerró la carpeta. Con calma.

—Desapareció. Como muchas otras cosas que es mejor dejar atrás.

—¿Tú también lo crees?

—No —respondió Ivanna, y por primera vez en días, sus ojos mostraron una grieta—. Creo que hay cosas que deberían haber salido a la luz hace mucho.

Danaé la observó, sin parpadear.

—¿Estás dispuesta a ayudarme?

—Depende de lo que signifique “ayudar”.

—Significa que juntas vamos a descubrir quién dirige La Roca desde dentro. Y que no voy a parar hasta saber por qué Viktor permitió que ese monstruo creciera en su propia casa.

Ivanna guardó silencio largo rato. Luego, colocó algo sobre la mesa: un pequeño dispositivo, similar a una memoria USB, con una marca grabada.

—Esto intercepta las cámaras muertas. Las que no están conectadas al sistema oficial. Viktor no lo sabe. Marco tampoco. Pero yo sí. Y si tú estás dispuesta a mirar el abismo…

—…entonces que el abismo me mire de vuelta.

La oportunidad llegó esa misma tarde.

Michael Kravitz, como cada miércoles, supervisaba la carga de suministros que salía hacia las propiedades exteriores. Un protocolo que conocía a la perfección, y que utilizaba para camuflar entregas no registradas.

Pero esta vez, alguien intervino.

Danaé no apareció directamente. En su lugar, envió un mensaje al jefe de seguridad con una orden firmada con su nueva rúbrica:

“Revisión completa. Sin excepciones. Instrucción directa de la Sra. Andreev.”

La firma de ella, por sí sola, provocó eco.

A los quince minutos, Michael Kravitz estaba en la oficina de Viktor. Gritando por dentro. Sonriendo por fuera.

—¿Desde cuándo ella tiene autoridad para esto?

Viktor levantó la vista de sus papeles. No parecía molesto. Solo intrigado.

—Desde que detectó una filtración que tú no viste.

—¿Estás diciéndome que le das libertad para auditarme?

—Estoy diciéndote que no necesito darte explicaciones. —Hizo una pausa breve—. Pero te conviene colaborar.

Michael tragó saliva. Y sonrió.

Pero en sus ojos había una amenaza.

Horas después, Danaé recibió un regalo.

Una caja negra, perfectamente envuelta, sin remitente.

Dentro, una rosa azul. Artificial. Fría. Plástica. Con un mensaje corto, sin firma.

“Las flores que no mueren, tampoco sienten dolor. Cuida tus raíces.”

La sostuvo entre los dedos. Luego la partió en dos, sin emoción.

Al anochecer, Danaé se reunió con Ivanna en su habitación. Conectaron el dispositivo a la laptop que Viktor le había entregado semanas antes. Lo que apareció en pantalla fue un enjambre de señales. Tomas desde ángulos ocultos. Imágenes desde pasillos laterales, esquinas de techos, habitaciones de servicio, incluso los jardines.

Todo grabado por alguien que no era el sistema oficial.

Y allí, entre las sombras, una imagen captó su atención.

Michael Kravitz, reunido en un sótano con alguien… que no estaba registrado en ningún otro archivo.

Un rostro nuevo.

Un hombre de piel pálida, cabello gris, expresión neutra.

Al fondo, pintado en la pared, se veía un símbolo: una roca estilizada, tallada con líneas negras y rojas, como un ojo incrustado en piedra.

—Ese es el que lo financia —susurró Ivanna.

—No. —Danaé se inclinó hacia la pantalla, ampliando la imagen—. Ese es el que da las órdenes.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque Michael lo mira como si ya estuviera muerto, y aún así no se atreve a hablar primero.

Antes de dormir, Danaé escribió una sola línea en su libreta, debajo del nombre de Anastasia Mirkov:

Objetivo 2: El Hombre Gris.

Y debajo de todo, una frase sin fecha:

“Cuando el veneno duerme, el veneno crece. No basta con encontrar a las víboras. Hay que quemar el nido.”

Esa noche, Danaé no soñó.

Planeó.

Mientras todos creían que estaba aprendiendo a ser esposa de Viktor Andreev… ella ya comenzaba a levantar su propio imperio, con ojos en todas partes, y un objetivo en el centro:

descubrir quién estaba dispuesto a matar para no perder el poder… y ser más letal que todos ellos.




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