Contrato de Sangre

Capítulo 9: El Hombre Gris

El amanecer trajo niebla. No una niebla densa ni gótica como en las novelas, sino un velo gris, silencioso, que cubría el exterior como una advertencia sin palabras. Desde su habitación, Danaé contempló los jardines envueltos en ese manto opaco. No se veía el final del sendero. Solo formas borrosas, movimiento difuso. Exactamente como se sentía todo en ese momento.

La Mansión Andreev había dejado de ser solo una fortaleza. Ahora era una celda de lujo, un laberinto envenenado… y un campo de guerra.

Y en ese campo, Danaé ya no era una prisionera. Era una jugadora con la mirada fija en el rey… y en la sombra que quería destronarlo.

—Michael se moverá esta noche —dijo Marco Reyes sin rodeos, mientras sostenía una taza de café entre las manos y vigilaba el perímetro a través del ventanal del ala este—. No en esta casa. En el club privado de Krónev, al norte.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo lo seguí. Y porque alguien me advirtió que no lo hiciera de nuevo.

Danaé lo miró. Marco no solía compartir tanto. Ni emociones ni información. Pero su tono ese día era distinto. Era más… comprometido.

—¿Quieres protegerme o protegerlo a él? —preguntó ella, sin suavidad.

Marco desvió la mirada hacia los jardines.

—Quiero que alguien sobreviva al final de esto. Aunque no seas tú. Aunque no sea yo.

La reunión sería a las 23:00. Viktor no estaba en la mansión. Había salido temprano, sin dejar aviso. Nadie sabía su paradero. Ivanna no respondió a sus mensajes. El silencio en los pasillos era una grieta que se expandía sin control.

Esa noche, Danaé no se quedó esperando.

Se vistió con ropa sobria, funcional. Zapatos planos. Cabello recogido. Pistola oculta en la cadera, algo que Marco le había enseñado a usar hacía solo tres días.

No pidió permiso.

No dejó nota.

Solo le dijo a Marco:

—Si no regreso, haz que arda todo.

Y él asintió. Sin discutir.

El Club Krónev estaba ubicado en las afueras, más allá del radio oficial de vigilancia de la mansión. Un edificio disfrazado de elegancia empresarial, con ventanas tintadas, seguridad de lujo y música suave que nunca se detenía.

Danaé entró por la puerta trasera, utilizando un pase digital interceptado del servidor oculto gracias al dispositivo de Ivanna. Cada paso era un riesgo. Cada esquina, una trampa.

Subió al segundo nivel. Desde allí, podía observar la sala de reuniones interna. Vidrio ahumado. Iluminación tenue. A través del reflejo, vio a Michael Kravitz. Y a él.

El Hombre Gris.

Llevaba un abrigo largo, incluso bajo techo. Gesto neutro. No hablaba mucho. Solo escuchaba. Pero cuando lo hacía, todos los demás se callaban. Su presencia era como un cuchillo sin filo aparente… pero que cortaba igual.

Junto a ellos, había un tercer hombre.

Y fue eso lo que paralizó a Danaé.

Marco Reyes.

Su escolta. Su único aliado.

Ahí. Sentado. Sin esposas. Sin presión. Hablando.

Riendo.

El corazón de Danaé se tensó.

No gritó.

No lloró.

Solo retrocedió un paso y se apoyó contra la pared. Sintió que el frío del vidrio le atravesaba los huesos. No podía oír qué decían. No podía entrar. No sin quedar expuesta. No sin morir.

Pero lo vio.

Vio el gesto de Marco cuando señaló una foto. Era la imagen de ella. Tomada esa misma mañana, en la biblioteca. Imágenes de vigilancia que solo podían haber sido extraídas desde adentro.

Y entonces lo entendió.

No la traicionaban solo desde el sistema. La traicionaban desde su guardia personal. Desde lo íntimo.

Cuando volvió a la mansión, no entró por la puerta principal.

Usó el pasadizo subterráneo que había descubierto dos noches atrás, el que conectaba la bodega antigua con el ala de servicios.

Subió lentamente. Paso por paso. Cada respiración era una cuenta regresiva.

No fue a su habitación.

Fue al estudio de Viktor.

Allí, sobre el escritorio, encontró un sobre sin nombre.

Dentro, una sola frase, escrita con tinta negra:

“El hombre gris no necesita matar. Solo necesita que tú te pierdas.”

Y un anexo: una copia exacta de su pasaporte, con una visa sellada, lista para usarse.

Como si alguien, desde adentro, ya hubiera planeado su huida.

O su entierro.

A la medianoche, Danaé no durmió.

Destruyó su teléfono. Cambió el código de la puerta de su ala. Tomó el arma. Cargó una sola bala.

Y escribió en su libreta:

Marco Reyes – Aliado falso.

El Hombre Gris – Dominio emocional.

Y debajo, por primera vez desde que había llegado a esa casa:

Viktor – ¿Dónde estás? ¿Quién eres en esto? ¿Por qué callas?

Alguien tocó la puerta.

Una vez.

Dos.

Tres.

Ella no abrió.

Pero del otro lado, una voz conocida habló:

—No hagas nada impulsivo, Danaé. Ya estás adentro. Y ahora, tú también eres parte de la piedra.

Silencio.

Y luego, pasos alejándose.

Ella no supo si fue Marco… o el mismísimo Hombre Gris.

Pero supo algo con certeza:

la víbora había mostrado la lengua. Y la mordida vendría pronto.




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