El sótano no aparecía en los planos actuales.
Ni en los digitales, ni en los que Viktor le había entregado semanas atrás. Solo existía en el plano viejo que Ivanna había conservado como una reliquia, garabateado a mano, con pasillos sin nombre y zonas marcadas con cruces negras.
Allí, al fondo, una habitación sin etiqueta, conectada por un pasillo oculto detrás del archivo muerto.
Y una fecha escrita a lápiz junto a la puerta: 2 de noviembre.
—¿Estás segura? —preguntó Nadja, envuelta en un abrigo largo, la capucha cubriéndole media cara.
—Nunca estuve tan segura de algo —respondió Danaé.
La noche era fría. Nadie en los pasillos. Marco no estaba asignado a su vigilancia esa noche. Viktor tampoco había preguntado por ella. Ivanna, en cambio, les había dejado las llaves correctas, con una nota que decía:
“No pregunten. Pero si llegan… no olviden cerrar al salir.”
El acceso al archivo muerto era por una escalera metálica detrás de una estantería. La bajaron en silencio, respirando el polvo, las telarañas, la humedad del tiempo detenido.
Al fondo, tras mover una estantería oxidada, apareció la puerta.
Era distinta a todas.
Antigua.
De madera gruesa. Sin cerradura visible. Solo un pequeño símbolo tallado en el centro: una roca partida, como un corazón fragmentado.
—¿Qué es esto? —susurró Nadja.
—Un sello. Un ritual. Algo que no era para ser abierto por cualquiera.
Danaé apoyó la mano.
La madera estaba helada. Pero al presionar en el centro, una leve vibración recorrió el marco.
La puerta cedió.
Se abrió con un sonido profundo, seco. Como si liberara un aliento viejo atrapado desde hace años.
El pasillo era estrecho. De piedra. Iluminado por una hilera de luces rojas empotradas en el techo. Olía a humedad, a encierro… y a algo más: un leve perfume floral, añejo, flotando en el aire como una memoria olvidada.
—Ese aroma… —dijo Nadja, temblando—. Anastasia usaba esa fragancia.
Danaé no respondió. Solo avanzó.
Al final del pasillo, otra puerta.
Esta sí tenía cerradura. Un código numérico. Pero el teclado estaba cubierto de polvo, como si no se hubiera usado en años.
—¿Qué fecha probamos? —preguntó Danaé.
Nadja no dudó.
—El día que ella desapareció.
Danaé tecleó: 0211.
Un clic.
La puerta se abrió.
El cuarto era… atroz.
No por lo que contenía, sino por lo que transmitía.
Era pequeño, sin ventanas. Solo una mesa, una silla. Una cámara antigua empotrada en la esquina. Y en las paredes, decenas de hojas pegadas, con letras desvanecidas. Registros. Notas. Preguntas.
Y en el centro, una silla de acero.
Con correas.
—Esto no es una habitación —dijo Nadja, paralizada—. Es una sala de interrogatorio.
Danaé caminó lento.
Tocó los papeles. Muchos estaban firmados con iniciales que no reconocía. Otros eran anotaciones de voz transcritas. Pero una hoja en particular la detuvo.
Un interrogatorio.
A nombre de: A. Mirkov.
“Insiste en que no lo hizo por traición. Dice que hay alguien más moviendo los recursos. Niega contacto directo con La Roca. Afirma que Viktor desconoce la corrupción interna. Pero se niega a revelar los nombres de sus cómplices.”
Abajo, una firma ilegible.
Y al margen, garabateado con furia:
“No habla. Pero llora por alguien llamado Nadja. Presionar por ese lado.”
Danaé sintió la sangre congelarse.
Nadja cayó de rodillas.
—La usaron. Me usaron. Para quebrarla.
No había lágrimas.
Solo un grito contenido que temblaba en el aire.
Detrás de la mesa, una caja cerrada. Dentro, una cadena de plata con una medalla rota.
—La llevaba siempre —dijo Nadja, tocándola como si tocara un fantasma.
Y debajo, una foto impresa: Anastasia con un ojo morado.
Danaé la sostuvo con ambas manos.
Y supo.
Esa habitación no había sido un lugar de paso.
Fue el final.
O el comienzo de un nuevo horror.
Al salir, sellaron la puerta otra vez.
No hablaron hasta que llegaron al pasillo principal.
Y allí, Danaé se detuvo.
—¿Dónde está el cuerpo?
Nadja negó con la cabeza.
—Nunca lo supimos. Solo dijeron que se fue. Pero ella nunca se hubiera ido sin decirme adiós.
Danaé se volvió.
La miró con los ojos llenos de fuego.
—Entonces no vamos a buscar justicia. Vamos a buscar venganza.
Cuando llegó a su habitación, encontró algo nuevo.
Un sobre rojo.
Sin remitente.
Dentro, una hoja:
“La serpiente desciende. Pero el suelo está lleno de fuego. El siguiente paso arderá.”
Y al reverso, escrito a mano:
“No vayas al invernadero mañana. No estarás sola. Y no serán aliados.”
Danaé encendió una vela.
Quemó el mensaje.
Se sentó frente al espejo.
Y escribió con su lápiz negro, sobre el vidrio:
Objetivo 4: Descubrir qué pasó con el cuerpo.
Objetivo 5: La red femenina existe. Expandirla.
Anastasia no desapareció. Anastasia fue silenciada.
Y en la parte inferior del cristal, escribió lo más importante hasta ahora:
Viktor sabía. Y no hizo nada.