Contrato de Sangre

Capítulo 13: Hijas de la Ceniza

El mensaje había sido claro:
“No vayas al invernadero mañana. No estarás sola. Y no serán aliados.”

Por eso, Danaé fue.

La amenaza escondía un error: asumía que aún actuaba como víctima. Pero el lenguaje del miedo ya no la conmovía. No después del sótano. No después de descubrir que Anastasia había sido silenciada por una red que ahora intentaba reactivarse… usando su rostro como estandarte o como advertencia.

Danaé sabía que no era bienvenida. Por eso, llegó temprano.

La niebla aún colgaba del techo de cristal. El invernadero, usualmente cálido y perfumado, parecía otro lugar: más húmedo, más oscuro. Como si la naturaleza misma se hubiese retraído ante la presencia de algo oculto.

Y entonces, vio a las tres figuras.

No se escondían. La esperaban.

Mujeres. Todas mayores que ella. Rostros duros, curtidos por el tiempo y la obediencia. Vestían de negro. No hablaban entre ellas. Una de ellas —alta, de cabello gris recogido en una trenza impecable— sostenía una rosa azul en la mano.

No dijo su nombre.

Solo habló con una voz firme, sin emoción:

—Te advertimos.

—Y yo decidí venir —respondió Danaé.

—Eso fue un error.

Danaé dio un paso más.

—¿Dónde está Anastasia?

Un segundo de silencio.

La mujer del centro inclinó la cabeza.

—Anastasia está en todas las que aún recordamos su nombre. Pero su cuerpo… lo enterraron con mentiras.

Danaé se mantuvo firme.

—¿Fueron ustedes?

—No. Pero no hicimos nada para impedirlo.

—¿Entonces por qué ahora?

La mujer de gris se acercó.

Le ofreció la rosa azul.

—Porque tú has hecho lo que ninguna se atrevió: entraste al sótano. Dijiste su nombre en voz alta. Y lo escribiste en sangre sin derramarla.

Danaé tomó la rosa.

La sostuvo con fuerza, como si fuera un símbolo de algo que no comprendía del todo.

—Entonces díganme lo que saben.

—No aquí.

La reunión no fue secreta.

Fue invisible.

En una sala de jardinería abandonada, sin cámaras, con las ventanas cubiertas por enredaderas y años de polvo. Allí, Danaé se sentó en el centro de un círculo improvisado. Ocho mujeres. Algunas empleadas de bajo perfil. Otras antiguas secretarias, cuidadoras, asistentes personales que ya nadie recordaba.

—¿Cómo sabían de mí? —preguntó Danaé.

—Ivanna nos avisó —respondió una mujer de voz áspera—. Nos dijo que una nueva esposa había llegado, pero que no era como las anteriores.

—¿Cuántas hubo?

—Cinco. Antes de ti.

Danaé tragó saliva.

—¿Y todas...?

—Una murió. Dos escaparon. Una desapareció. Y la última… se rindió.

—¿Y qué quieren de mí?

Silencio.

La mujer del cabello gris habló:

—No queremos nada. Queremos ver si puedes sostener lo que empezaste. Si puedes ir más lejos que Anastasia. Si puedes hacer que tiemblen los que se creen dueños de este mundo.

Danaé miró a cada una.

Lentas. Cansadas. Heridas.

Pero vivas.

—Entonces ayúdenme —dijo—. Denme los nombres. Los movimientos. Las traiciones que se ocultan detrás de los papeles y las puertas cerradas. Yo me encargo del resto.

—¿Y qué nos das tú a cambio?

Danaé se inclinó hacia adelante.

—Un lugar en el nuevo imperio. Uno donde no tendrán que esconderse detrás de plantas ni pasillos. Un lugar donde puedan hablar sin que las maten.

Antes de salir, la mujer de gris se acercó por última vez.

—Anastasia dejó algo más. Nadja no lo sabe. Nosotras lo escondimos. Si sigues adelante, te lo daremos.

—¿Qué es?

—La llave del nombre verdadero del Hombre Gris.

Danaé no parpadeó.

—Lo quiero.

—Primero, necesitas sobrevivir a esta noche.

Cuando regresó a su habitación, encontró su cama deshecha.

No como si alguien la hubiera usado.

Sino como si la hubieran registrado.

Todo seguía allí: su ropa, sus notas, su libreta.

Excepto una cosa.

La foto de Anastasia.

Y en su lugar, una nueva carta.

“La rosa se marchita. Y la víbora que la carga no siempre es la enemiga. Hay serpientes en tu jardín, Danaé. Algunas llevan tu rostro.”

Abajo, un nombre escrito con tinta corrida:

Ivanna.

La noche fue un susurro constante.

Pasos lejanos.

Voces cortadas.

Presencias que se retiraban justo antes de ser vistas.

Pero Danaé no durmió.

Solo escribió.

Objetivo 6: Identificar traidora interna.

Ivanna – ¿Lealtad? ¿Manipulación?

Y al final de la página, con trazo lento:

No confiar en nadie que me haya salvado sin pedirme nada a cambio.

El imperio ardía.

Aún no por fuera.

Pero por dentro…
las cenizas ya estaban calientes.




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