Contrato de Sangre

Capítulo 14: La grieta en la piedra

El amanecer llegó sin color. Solo una luz pálida filtrándose entre las cortinas como una confesión a medias. Danaé se sentó en el borde de la cama, con la carta en la mano, el nombre de Ivanna aún vibrando como una acusación. Pero algo dentro de ella se resistía. No era ingenuidad. Era una grieta. Una que se abría entre la certeza y la duda.

Ivanna había sido más que una aliada. Había sido testigo. Puente. Voz. ¿Por qué traicionarla ahora?

Danaé guardó la carta sin romperla. Ese día, no creyó en advertencias anónimas.

Bajó a desayunar. No estaba sola.

Viktor la esperaba.

—No sabía que aún desayunabas aquí —dijo ella, al sentarse frente a él.

—No suelo hacerlo. Pero últimamente, siento que me estoy perdiendo cosas importantes.

La taza de té entre sus manos tembló un poco.

Él la notó.

—¿Qué ocurre?

—¿Tú confías en Ivanna?

—Depende de qué signifique “confiar”.

—Significa si crees que podría traicionarte.

Viktor dejó la cuchara sobre el plato. No contestó de inmediato.

—Ivanna ha hecho cosas que preferiría no saber. Pero también ha hecho cosas que nadie más se atrevió a hacer por mí. Eso no se llama confianza. Se llama lealtad… aunque duela.

Danaé bajó la mirada. Había algo en su voz esa mañana. Una tristeza sin armadura. Un cansancio de años.

Después del desayuno, no volvió a su habitación. Caminó por el jardín, entre las sombras de los árboles desnudos. Y por primera vez, recordó lo que le dijo Marco en la primera semana: “A veces, proteger y vigilar se parecen demasiado.”

Ahora lo entendía.

Cuando cayó la tarde, recibió una nota de Ivanna. Solo una dirección: La Cripta de Piedra, un almacén abandonado en el límite este de la ciudad. Y dos palabras: “Viktor lo supo”.

Podía ignorarlo. Podía quemarlo. Podía entregarlo a él.

Pero Danaé fue.

Entró sola.

El lugar era un mausoleo de secretos. Cuadernos viejos. Archivos quemados. Fotografías en blanco y negro. Rostros mutilados por el tiempo y la tinta. Allí, entre todo, un dossier marcado con un nombre: El Proyecto Serpiente.

Y una imagen.

Ella.

No una foto cualquiera. Una captura desde hacía meses. Antes de conocer a Viktor. Un seguimiento previo.

Danaé sintió un escalofrío helado recorrerle la espalda.

Viktor la había elegido desde antes. Desde siempre. Y no por amor.

Por algo más.

Al volver a la mansión, él la esperaba en la biblioteca.

—¿Fuiste? —preguntó, sin rodeos.

Ella dejó el dossier sobre la mesa.

—¿Desde cuándo sabías quién era?

—Desde antes de que tú lo supieras.

—¿Entonces todo esto fue planeado?

Viktor se acercó, sin prisa.

—No. Pero sí fue previsto. Hay una diferencia.

Danaé lo miró con los ojos llenos de algo que no quería ser llanto.

—¿Por qué yo?

—Porque eras la única que no me debía nada. La única que no temía mirarme a los ojos sin bajar la cabeza.

Silencio.

Ella se acercó. Lo suficiente para oír su respiración.

—Y ahora… ¿qué somos?

Viktor levantó la mano. Rozó su mejilla. Por primera vez, sin dominio. Sin posesión.

—Una grieta en el muro. Un error que no quiero corregir.

Esa noche, Danaé no durmió sola.

No fue pasión.

Fue entrega.

Fue la rendición de dos soldados que sabían que estaban en bandos distintos… pero eligieron compartir una tregua antes de la guerra final.

Al amanecer, él seguía allí.

Ella se levantó primero.

Caminó hasta el espejo.

Y con un trazo lento, escribió una sola palabra:

Viktor.

Luego la borró.

Porque sabía que amarlo no lo salvaba.

Y que traicionarlo… tal vez, tampoco la salvaría a ella.




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