El amanecer no trajo claridad. Solo sombras más largas.
Danaé despertó con el cuerpo enredado en el de Viktor, la habitación aún envuelta en penumbra. Por primera vez desde que había entrado a esa mansión, no sintió frío. Pero tampoco paz. Había algo más profundo latiendo en su pecho. Un eco incómodo.
No se movió. Lo observó dormir.
Ese rostro, temido por tantos, ahora parecía humano. Roto. Expuesto. Y eso fue lo que la desarmó.
Porque no lo odiaba.
Ya no.
Y eso la volvía peligrosa.
Cuando Viktor despertó, no hubo palabras dulces. Solo una mirada silenciosa que decía más que cualquier frase. Él le acarició el rostro con dedos ásperos, acostumbrados a mandar, no a tocar con ternura.
—Si supieras todo lo que he hecho… —murmuró.
—¿Dejaría de mirarte así? —preguntó Danaé, sin apartarse.
—Sí —respondió él con brutal honestidad—. Lo harías.
Ella no contestó. Solo se levantó, se vistió en silencio y se fue antes de que él dijera algo más. No por miedo. Sino porque, por primera vez, sentía que si se quedaba, no podría seguir adelante con su plan.
Ivanna la esperaba en la biblioteca.
—Tu habitación fue registrada de nuevo anoche —informó—. No por el sistema interno. Por alguien con llaves.
—¿Viktor?
—No. Él estaba contigo. Alguien más quiso saber si seguías adelante… o si ya te habías rendido.
Danaé sacó la carta que recibió la noche anterior, la que mencionaba su nombre.
—¿Tú escribiste esto?
Ivanna la leyó. Luego negó.
—No con esa caligrafía. Pero te juro algo: si yo quisiera traicionarte, ya estarías muerta.
Danaé no sabía si eso la tranquilizaba… o la asustaba más.
Esa tarde, Nadja apareció con lo prometido: una pequeña caja de madera, con un símbolo tallado en la tapa. Dentro, una carta escrita por Anastasia.
**“El verdadero nombre del Hombre Gris no es una persona. Es un legado. Un programa que Viktor autorizó antes de conocer el precio. El nombre que buscan no es un hombre… sino un comando. ALFA-N.”
Debajo, una frase:
“Si llegas a leer esto, haz lo que yo no pude. Y si lo amas… hazlo temblar con la verdad.”**
Danaé apretó el papel entre las manos.
El Hombre Gris no era un traidor externo.
Era una creación del propio sistema. Una figura intercambiable. Un actor invisible operando bajo la autorización de Viktor desde el inicio, antes de que todo se saliera de control. Él lo permitió. Y aunque lo hubiera olvidado, o deseado ignorar… el monstruo había nacido con su firma.
Esa noche, Danaé volvió a la habitación de Viktor.
No a buscar consuelo.
Sino respuestas.
—¿Qué es ALFA-N? —preguntó, mirándolo fijamente.
Él no fingió sorpresa. Solo se sentó.
—Una estructura de mando independiente. Fue creada cuando pensé que todo podía controlarse desde la distancia. Fue mi error.
—¿Y lo apagaste?
—Intenté. Pero alguien más lo retomó. Le dieron rostro. Voz. Y ahora me vigila incluso a mí.
—El Hombre Gris.
Viktor asintió.
—No puedo detenerlo sin destruir todo.
—¿Y tú quieres destruirlo?
Él la miró.
—¿Y tú?
Silencio.
Ella ya no sabía qué responder.
Porque lo amaba. A pesar de todo. Lo amaba no por lo que hacía, sino por lo que callaba. Por la culpa que cargaba. Por las grietas que dejaba ver solo frente a ella.
Pero también sabía que ese amor no bastaba para perdonar.
Ni para olvidar.
Antes de dormir, Danaé escribió una sola frase en su libreta:
Objetivo 7: Elegir entre el imperio o él.
Porque salvarlo… tal vez signifique destruirlo.
Y al pie de la hoja, por primera vez:
¿Puedo amar a alguien y seguir queriendo verlo caer?
La respuesta aún no llegaba.
Pero la caída… ya había comenzado.