Contrato de Sangre

Capítulo 18: El amor no redime, pero condena

El cuerpo de Ivanna fue enterrado sin ceremonia.

Solo tres personas asistieron: Danaé, Viktor y Marco. El resto del personal se mantuvo en silencio, temiendo ser el siguiente nombre en la lista de La Roca. Nadie lloró. No por falta de afecto, sino por exceso de vigilancia.

El suelo estaba frío.

Y el silencio, más helado aún.

—Ella creyó en ti más de lo que yo fui capaz —dijo Danaé, con los ojos clavados en la lápida improvisada.

—Y yo la decepcioné —susurró Viktor—. Como a todos los que alguna vez me amaron.

Danaé no respondió.

No podía.

Porque por primera vez en días, temía que él tuviera razón.

Esa noche, el caos encontró forma.

El Hombre Gris ya no se escondía. Desde la desaparición de Anastasia, se había infiltrado en todos los niveles. Ahora, con Ivanna muerta y el protocolo ALFA-N desestabilizado, la mansión estaba dividida.

Una parte respondía a Viktor.

La otra… lo esperaba caer.

Y Danaé estaba justo en medio.

—Nos superaron —dijo Marco al revisar los registros internos—. Veintitrés agentes se han ido. Catorce cambiaron sus códigos. Ocho están fuera del radar.

—¿Y las mujeres de la red? —preguntó Danaé.

—Esperando tu orden.

—No quiero venganza sin estructura —respondió ella—. Quiero inteligencia, no caos.

—Y Viktor… —Marco dudó—, Viktor no resistirá otro golpe.

Ella lo sabía.

Viktor apenas comía.

Apenas dormía.

Y esa noche, lo encontró en la habitación de Anastasia.

Sentado en la cama. Con la medalla rota entre los dedos.

—¿Sabías que ella me salvó una vez? —dijo sin mirarla—. Cuando yo era joven. Cuando aún creía que podía hacerlo todo con mis manos. Fue ella quien me dijo que los imperios se construyen con silencio… pero se sostienen con verdad.

Danaé se sentó a su lado.

—Y tú elegiste el silencio.

—Porque la verdad me daba miedo.

—¿Y ahora?

—Ahora ya es tarde para cambiarlo.

Silencio.

—No me pidas que me quede —dijo ella.

—No lo haré —respondió él.

—Pero tampoco voy a huir.

Él la miró.

Y por primera vez, sus ojos estaban rotos.

—Entonces quédate… pero como eres. Como mi enemiga, si es necesario.

—No quiero ser tu enemiga, Viktor.

—Tú eres lo único real que me queda. Y lo que más duele.

Danaé lo besó esa noche.

No como reconciliación.

Sino como despedida.

Al día siguiente, el fuego empezó.

El ala norte ardió primero. Luego, la sala de control. Las cámaras cayeron. Las comunicaciones se bloquearon. Y en el centro del desastre, apareció el mensaje:

“La piedra se parte. Y lo que estaba dentro, ya está libre.”

El Hombre Gris había llegado.

—Tenemos que evacuar —dijo Marco, sangrando por el brazo.

—No —respondió Danaé—. Esto termina aquí.

—Danaé, si te quedas…

—Ya tomé mi decisión.

Corrió por los pasillos derrumbados.

Llegó al salón principal.

Allí lo encontró.

Viktor. De pie. Solo. Esperando.

Del otro lado… el Hombre Gris. Y seis de sus hombres.

—No te muevas —ordenó el enemigo.

Danaé levantó las manos.

—No vine a negociar. Vine a elegir.

—¿Elegir qué?

—Quién muere primero.

Y entonces, disparó.

Uno. Dos. Tres hombres cayeron.

Pero el cuarto la alcanzó.

Un balazo al abdomen.

Cayó de rodillas.

Viktor gritó.

Pero no huyó.

Sacó su arma.

Y mató a los tres restantes.

Quedaron él y el Hombre Gris.

—No vas a sobrevivir esto —dijo el enemigo.

—No vine a sobrevivir —respondió Viktor—. Vine a corregir.

Disparó.

Pero también recibió un disparo.

Ambos cayeron.

Danaé se arrastró hasta él.

Sangrando. Fría.

—¿Ves lo que hicimos?

—Lo veo.

—¿Valió la pena?

—Tú lo valiste todo.

Danaé lloró.

No por el dolor.

Sino porque lo amaba.

Incluso ahora.

Incluso así.

Él murió primero.

Ella… minutos después.

La mansión Andreev quedó en ruinas.

Pero las mujeres del invernadero sobrevivieron.

Tomaron lo que quedaba.

Y reconstruyeron en las sombras.

Sin Viktor.

Sin Danaé.

Pero con su historia.

Años después, una niña jugaba en un jardín nuevo, bajo un árbol de rosas azules.

Su madre le entregó un libro sin título.

Dentro, una frase:

“Amar a un hombre como él fue mi mayor error.
Y mi único acto de verdad.”
—D.C.




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