Pasaron cinco años.
La Mansión Andreev ya no existe. Solo quedan escombros sellados por el tiempo y el silencio. Nadie reconstruyó sobre esas ruinas. Ni los poderosos, ni los leales, ni los traidores. Porque sabían que aquel lugar no estaba maldito…
Estaba completo. Su historia había sido contada con fuego.
El mundo olvidó los nombres.
Pero no las consecuencias.
En las sombras, una red silenciosa de mujeres se expandió. No hablaban de Danaé Cassel. No la glorificaban. No necesitaban hacerlo. Bastaba con dejar una rosa azul en ciertos lugares. Bastaba con decir ciertas palabras en voz baja, como quien reza una plegaria secreta.
“No sobrevivió. Pero nos enseñó cómo dejar de escondernos.”
Nadja lideró la reconstrucción del sistema desde la base. No bajo un imperio. No bajo un apellido. Bajo una promesa:
Que ninguna mujer más sería silenciada entre muros dorados.
En una biblioteca del sur, dentro de una caja sellada, una joven encontró un diario.
Cubierta de cuero. Sin título.
Solo un símbolo en la tapa: una "S" invertida, trazada con tinta casi borrada por los años.
Dentro, páginas escritas a mano. Con rabia. Con ternura. Con lucidez.
“Este no es un diario de amor.
Es un diario de guerra.”
“Amé a Viktor Andreev.
Lo amé con todo lo que era.
Y por eso me rompí por dentro.”
“No quería destruirlo.
Solo quería que viera el mundo como yo lo veía.”
“Pero algunos hombres no nacieron para mirar.
Solo para arder.”
Nadie supo quién era realmente el Hombre Gris.
Nadie descubrió qué pasó con los archivos sellados en la sala del sótano.
Pero los nombres que importaban…
esos quedaron escritos en otra parte.
En las paredes de una nueva historia.
Una que no necesita héroes.
Solo memoria.
Y una verdad:
Las serpientes que sobreviven al fuego… no vuelven a ser las mismas.