Contrato floral con el Ceo

1. El ramo número 97

Callie

He pasado dos años intentando embarazarme y, hoy, mientras espero los resultados de otra prueba inútil, lo único en lo que puedo pensar es que dejé mi carrera, mi hogar en California y todos mis sueños por un hombre que ni siquiera se molestó en acompañarme.

Intento que las lágrimas no me ganen. Nunca es buen negocio que la florista esté llorando sobre las petunias.

Así que, con una respiración profunda, me recompongo y reviso los pedidos del día.

Por supuesto, el primero es para la afortunada novia del señor Strathmore.

Sin embargo, esta vez su pedido es distinto.

Hoy quiere un «Jardín de invierno», un ramo en espiral compuesto por peonías blancas, rosas en tonos blush y un par de anémonas como toque especial.

Es curioso. No tiene el colorido de siempre. Parece… más serio. Más elegante. Tal vez más definitivo.

Pero es el ramo número noventa y siete que preparo para ella, aunque no conozco su nombre.

¿Qué se sentirá recibir noventa y seis ramos de tu novio, simplemente por existir?

No por un cumpleaños, ni un aniversario. No por pedir perdón. Sólo… porque sí.

Debe ser lindo.

Nunca lo he vivido, pero supongo que lo es.

Yo nunca he recibido un ramo.

Irónico, ¿verdad?

Más aún cuando llevo años trabajando en una de las florerías más populares de Manhattan.

Paso los días elaborando arreglos para mujeres afortunadas, cuando yo ni siquiera sé lo que se siente recibir uno.

Por alguna razón, presiento que este ramo es especial.

¿Será el definitivo?

¿El que viene con un anillo escondido y una pregunta que te cambia la vida?

¿Qué se sentirá que te pidan matrimonio?

Con un suspiro atrapado en el pecho, me dirijo a la trastienda para concentrarme en la elaboración del Jardín de invierno.

Ada, la otra florista, permanece en la parte delantera atendiendo a los clientes.

Tomo las flores de sus recipientes uno por uno y las acomodo sobre la amplia mesa de trabajo. Voy con tiempo de sobra. El señor Strathmore pasa después del mediodía, siempre puntual, para entregar el ramo a su novia cuando se reúnen a almorzar.

No es que me lo haya contado, pero lo deduzco. Supongo que después de ver a alguien durante noventa y seis entregas, una empieza a notar patrones.

Sus ojos grises siempre brillan al recibir el ramo, como si pudiera imaginar con claridad la sonrisa de esa mujer cuando lo vea.

¿Qué se sentirá vivir un amor así?

Respiro hondo y me pongo a trabajar.

Tengo tiempo para hacerlo con calma, sí… pero igual quiero que quede perfecto. Esa mujer debe ser maravillosa para inspirar un amor tan constante, tan elegante.

Recuerdo que, hace años, antes de abandonar la universidad, soñaba con algo así. Con un amor que me hiciera vibrar la sangre.

Y creí tenerlo con Derek.

Por eso dejé todo.

Abandoné mis estudios para seguirlo a Nueva York, donde había conseguido una oferta en uno de los bufetes de abogados más prestigiosos.

Me prometió que nos casaríamos en cuanto se estabilizara.

Ahora es uno de los abogados más importantes del despacho… y aquella propuesta todavía no ha llegado.

No sé si algún día llegue.

Derek sueña con ser padre. Me ha dicho muchas veces que, si tuviéramos un hijo, todo sería diferente.

Quiere que nuestro hijo esté presente cuando nos casemos, como si eso hiciera el momento más especial.

Es bonito, supongo. Aunque no entiendo por qué deberíamos hacer las cosas al revés.

Aun así, lo he intentado. Por dos años he intentado quedar embarazada. Sin éxito. He pasado por diferentes médicos, diferentes tratamientos… Siempre sola.

Y hoy no será diferente.

Derek tiene una junta importante a la que no puede faltar, así que iré sola a recibir los resultados de una nueva evaluación.

Si todo está en orden, iniciaré el proceso de inseminación artificial.

Es nuestra última opción.

Mis ojos se llenan de lágrimas mientras termino el ramo.

Ha quedado precioso. Tal vez uno de mis mejores trabajos.

Eso me da un poco de alegría, aunque sea pequeña.

Quizá yo nunca reciba un ramo así, pero formo parte de la felicidad de otra mujer.

Y eso, de alguna forma, también me hace feliz.

El señor Strathmore atraviesa la puerta, y sus ojos grises brillan, como de costumbre, cuando le extiendo el ramo desde un costado de la recepción.

—Ha elegido un ramo hermoso, señor Strathmore —lo halago con una sonrisa.




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