Contrato floral con el Ceo

7. Perfecta

Callie

—Ochocientos cincuenta mil dólares —suelto cuando el valor llega a mi cuerpo al terminar de leer en silencio el contrato.

El señor Strathmore enarca más la ceja —si eso es posible— y me dedica una mirada de… ¿respeto?

Trago duro. No sé de dónde he sacado la convicción para decir semejante cantidad sin pensarlo dos veces, pero… creo que la vida me ha enseñado a dejar a un lado las consideraciones. Después de todo, mi colaboración le dará acceso total y duradero a su puesto como CEO.

Y él tiene razón: recuperará rápidamente todo lo que está invirtiendo en esto.

—No sólo es una mujer hermosa, también es inteligente —dice Wellesley.

¿Inteligente o simplemente resiliente? Es difícil saberlo.

Siempre tuve consideración con las finanzas de Derek. No me compraba ese vestido caro porque no quería aumentar su tarjeta de crédito. Elegía libros de segunda mano porque uno nuevo podía parecer un lujo innecesario. Ni siquiera me suscribía a plataformas de streaming para ver la última serie de televisión de la que todos hablaban, eran «gastos tontos» y debía apoyar la economía de la casa.

Pero claro… al revisar algunas facturas viejas descubrí que a Macey le compró unos zapatos Louboutin —con un tacón enorme— que ni podrá usar con el embarazo.

Así que sí. No tendré más piedad por las finanzas de los hombres, mucho menos cuando sé que pueden pagarlo.

—Lo sé —confirma el señor Strathmore, desviando la mirada hacia su abogado—. Es perfecta, ¿no crees?

Madre de Dios.

El rubor me cubre las mejillas, y mis manos comienzan a temblar sobre el regazo.

¿Perfecta?

Jamás en mi vida alguien me había llamado así.

Bueno… mi mamá, pero eso no cuenta.

—Lo es —coincide el abogado—. Una excelente decisión, Rowan.

Él sonríe, me mira de nuevo, asiente y dice:

—Seiscientos mil dólares.

Es mi turno de alzar las cejas.

¿Vamos a negociar?

Por supuesto. Es un empresario millonario.

—Ochocientos mil.

—Seiscientos cincuenta mil.

—Setecientos setenta y cinco.

—Setecientos sesenta.

—Hecho —sonrío.

El señor Strathmore esboza una media sonrisa… y suelta una risa baja.

—Haz las correcciones —pide a su abogado—. La señorita Greenwood sabe cómo sorprender a un hombre.

Vuelvo a bajar la mirada, nerviosa.

Nada me preparó para este momento.

—Perfecto —dice el abogado—. ¿Alguna otra corrección en el contrato?

Niego con la cabeza. Es muy específico y no pide nada irracional.

Presentaciones públicas, sesiones de fotos como pareja…

La duración es de doce meses, aunque con la posibilidad de anularlo a los seis si cumplimos con el objetivo. Si yo me retracto antes, debo devolver el adelanto del cincuenta por ciento que recibiré al firmar nuestro matrimonio. Si él se retracta, deberá entregarme el departamento de todos modos y podré quedarme con el dinero recibido.

Pero… tendremos que vivir juntos después de casarnos, y no estoy segura de qué tan buena idea sea eso.

A veces me costaba soportar todas las manías de Derek… y yo lo amaba.

¿Cómo será con un hombre al que no amo?

—Sobre la convivencia diaria —digo.

Pero mi «prometido» me interrumpe:

—Casi nunca estoy en casa, Callie. Y tendremos habitaciones separadas, no te preocupes.

Eso… es un alivio.

—Pero… —empiezo, y luego me detengo. No sé cómo decirlo sin sonar grosera, así que simplemente lo suelto—. Los hombres son complicados a la hora de convivir.

El señor Strathmore frunce el ceño, confundido, pero su abogado suelta una carcajada y asiente.

—Te llevarías bien con mi esposa —dice éste.

—Estoy perdido —admite por fin el señor Strathmore.

—No te preocupes, a eso iba… —continúa su abogado—. Debemos establecer algunas cláusulas llamadas las «innegociables».

—¿Innegociables? —repito.

—Sí, aquellas cosas que no toleras bajo ningún concepto. Porque si van a convivir durante algunos meses y deben fingir que están enamorados… más vale que no acumulen rencores porque el otro dejó la tapa del inodoro levantada.

El señor Strathmore sigue con la misma expresión de desconcierto. Lo noto en su mirada.

»Iré a hacer las correcciones al contrato mientras ustedes negocian estas cláusulas. Anótenlas. No son legales ni obligatorias, pero los ayudarán a… sobrevivir como matrimonio temporal.

El señor Wellesley se levanta y abandona la oficina, dejándonos solos.




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