Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO I

Omnisciente

—Por favor —suplicaba en distintas ocasiones, al tiempo en que con fuerza tiraba de las sogas que le impedían abandonar la camilla—. No se lleven a mi bebé… —imploraba, sintiendo como su corazón se desangraba y desgarraba a causa del dolor.

Intentaba moverse, pero le resultaba imposible. Escuchaba el leve llanto de su bebé, sin embargo, no podía atenderlo; necesitaba consolarlo, pero aquellas personas no se lo permitían.

—Haré lo que me pidan, todo, no importa que —con sus ruegos y promesas, trataba de convencerlos; sin embargo, ninguno la escuchaba, solo la ignoraban.

Adhara no se daba por vencida, puesto que sin importarle el dolor que se encontraba padeciendo, continuaba tirando de las cuerdas, logrando, nada más, el enrojecimiento de sus tobillos y muñecas.

—¡Detente! —El grito y el golpe en su rostro que acababa de recibir por parte de Madame Corbeau la paralizaron y la obligaron a permanecer en completo silencio.

Momentos después de los intentos de las personas a su alrededor por retirar el líquido de las fosas de aquella pequeña criatura, su llanto inundaba con mucha más fuerza la habitación, provocando que Adhara saliera de la parálisis desencadenada por su profesora.

—¡Regrésame a mi bebé!

Su voz volvió a encenderse, pero con rapidez, las manos de Madame Corbeau se estaban posicionando sobre su cuello; Adhara comenzaba a perder el aliento.

—Me perteneces, Adhara y ese bebé, es mío y haré lo que quiera.

—¡No, dame a mi bebé…!

Aún con el impedimento en su garganta y sus manos y pies atados, continuaba peleando. Necesitaba conocer a su bebé, solo eso deseaba. La fuerza abandonaba su cuerpo; empezaba a rendirse, mientras observaba como su bebé era llevado lejos. Adhara lloraba; la impotencia la comenzó a gobernarla y a lo lejos, al igual que el llanto de su bebé, una voz llegó a sus oídos.

—¡Adhara, despierta! —pedían, pero ella se negaba; solo anhelaba estar con su bebé. —Es una pesadilla —Aquella voz, la de su mejor amiga, continuó llamándola.

—Por favor, mi bebé —soltó acompañada de un grito, puesto que sus ojos se abrieron.

—Solo una pesadilla —insistió Sophie, abrazándola.

Sophia Blanche, o solo Sophie, llegó a la Academia cuando recién cumplía diez años. A diferencia de Adhara, que fue abandonada en la puerta, sus padres la llevaron para que se formara y, en algún momento de su vida, fuera desposada por un hombre de estatus y millonario, de renombre y poderoso, que llevara orgullo a su familia.

Desde el momento en que se conocieron, ambas lograron entender que eran diferentes, puesto que Adhara era un alma libre y rebelde, que atraía problemas, al contrario de Sophie, que se caracterizaba por ser obediente y volverse la voz de la conciencia de su amiga, y en algunas ocasiones lograba hacerla retractar y así se le evitaban castigos. Por lo que en ese momento, con casi veinticinco años, aún tenía que alejarla de sus travesuras.

—No es solo una pesadilla, es ese maldito recuerdo que cada día me llena de más dolor porque no sé el color de sus ojos, de su piel, menos de su cabello —expresó, se sentía atrapada en sus memorias, en aquel recuerdo tan desgarrador—. Tampoco si es niña o niño. Siento que muero, Sophie… —Aunque intentaba detenerlo, su llanto regresó al tener presente el de su bebé, aquel que no pudo consolar.

—Cuando salgas de aquí, te casarás con un hombre millonario y podrás encontrar a tu bebé; ya estará grande, y a pesar de ello, lo lograrás. —Mantuvo la fe, pero Adhara ya empezaba a perderla.

Las dos se acomodaron en la cama, por el hecho de que Sophie estaba decidida a acompañarla. De ese modo, lograría apartar de ella aquellos malos recuerdos que con frecuencia la atormentaban.

El tiempo transcurrió y a las seis de la mañana, la alarma que avisaba la hora de despertar, se escuchó en todas las habitaciones, no solo la de las estudiantes, sino en la de los profesores y algunos directivos que habitaban en las inmediaciones de la Academia.

Las estudiantes se prepararon, organizaron sus camas, asearon sus habitaciones y se ducharon, vistieron el uniforme, se maquillaron e hicieron su cabello. Debían lucir perfectas para la hora del desayuno y permanecer de ese modo hasta la cena, dado que luego de esta, regresaban a descansar a sus habitaciones y recuperar fuerzas para un nuevo día.

Cuando todas se encontraban en la mesa, la voz de Madame Corbeau las hizo detenerse y fijaron sus miradas en aquella mujer mayor que estaba a cargo de la Academia. Madame Corbeau era hermosa y elegante; tenía el cabello gris, cubierto por las canas, y los ojos de un color marrón profundo y cálido, que junto a las delicadas facciones de su rostro, generaba confianza en las pequeñas señoritas que llegaban; sin embargo, Adhara conocía a la perfección su verdadera personalidad, misma que al cumplir la mayoría de edad, comenzó a detestar.

—Después de la cena, algunas de ustedes, mesdemoiselles, cumplirán su propósito y serán escogidas como la esposa de hombres millonarios. Van a enorgullecer a sus padres y a la Academia —agregó y muchas se emocionaron; sin embargo, solo las mayores tendrían el «privilegio» de ser presentadas.




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