Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO III

Omnisciente

Desde el cristal de la limusina, Adhara observaba el lugar donde creció. Meditó unos segundos y comprendió que, a pesar de que en los próximos meses no tendría voluntad propia, nada podría ser peor que la Academia.

Según algunos relatos de los empleados, el día en que llegó a ese lugar solo tenía unos meses de nacida. En ese momento, el clima era terrible y ninguno de los habitantes comprendía cómo pudieron dejarla allí, en la puerta, en una cesta de estambre. Adhara se esforzaba por creer que su madre o el padre que la abandonó lo hizo por su bien, pensando que era un orfanato. Decidió mentirse, imaginando que sus padres no tenían dinero ni nada que ofrecerle y que solo buscaban que alguien con muchos recursos le ofreciera una vida mejor.

—Adiós —dijo Madame Corbeau, pero la pelirroja no contestó; solo giró el rostro—. Espero que cumplas con nuestro acuerdo, o jamás conocerá el paradero de su bebé —le advirtió. Las lágrimas se acumularon en los párpados de Adhara, pero no las dejó salir.

¿Asesinar? Nunca pensó que tendría que hacer algo similar. Pero si deseaba volver a ver a su bebé, debía cumplir con aquel nefasto trato. No solo tenía un contrato, sino dos, y ambos se contradecían.

Mientras se dirigían al que sería su nuevo hogar, la prisión que no podría abandonar fácilmente, Adhara se rindió ante el cansancio. Y como la palabra "vergüenza" solo aparecía en su diccionario personal al encontrarse desnuda ante Eros, terminó reposando sobre él, especialmente su rostro sobre la varita de poder, a lo que Lucien y Raphaël, su amigo y abogado, reaccionaron de inmediato.

—¿De verdad, Newt? —cuestionó Lucien una vez más. No estaba de acuerdo con su decisión.

A ninguno le parecía buena idea que escogiera a la pelirroja. Aunque se mostraba inteligente, divertida, y hermosa en todos los rincones de su cuerpo, pensaban que no era una buena elección.

—¿No dirás nada? —alentó Lucien a Raphaël. Era el abogado. Se suponía que debía ser la voz de la conciencia de Newt.

—¿Qué carajos deseas que diga? —lo interrogó—. Es su dinero, su decisión, y aunque me opusiera, haría lo que quisiera, no lo que yo pidiera —dejó claro que no iba a interferir, solo se encargaría de que todo fuese legal y que el matrimonio de Newton y Adhara se llevara a cabo.

—Eres un cobarde —arremetió Lucien una vez más.

—Si deseas a una, cómprala, hay muchas —sugirió—. Lo importante aquí es: ¿por qué ella? —Se dirigió a Newton, quien solo acariciaba a Adhara.

La observaba, sabiendo que si lo deseaba, podría obtener mucho de ella; podría convertirla en un nuevo juguete, pero había un inconveniente: a diferencia de otras mujeres, ella era suya y no iba a desecharla como al resto. Adhara le pertenecía.

—Es sencillo —elevó su rostro y los observó a ambos. Sonrió—: no solo necesito a alguien que me obedezca; para que sea lo más próximo a la realidad, debe haber tensión de cualquier tipo, deseo y aborrecimiento, y entre esta habladora y yo, la hay —explicó—. Que sea "perfecta" solo levantaría sospechas, y debo ser quien herede —dijo Newton. No estaba dispuesto a perder, y no se trataba de dinero.

Su familia era una de las más poderosas de toda Francia y nadie más que él merecía heredar y conservar aquello que era tan preciado para él: el recuerdo más valioso de su mujer.

Newton quiso escoger a alguien más, pero entendió que aunque se convertiría en un dolor de cabeza y fuese una fiera difícil de domar, debía ser ella. Estaba claro que para muchos no era perfecta, pero para él sí; Adhara era justo lo que necesitaba.

Durante el trayecto, la noche cayó y cuando llegaron a la casa, eran más de las doce, y la pelirroja aún dormía, por lo que delegó que llevaran las pocas cosas que trajo consigo a la habitación, mientras él se encargaba de llevarla en sus brazos.

Con agilidad, subió las escaleras, atravesó el pasillo, ingresó a la habitación que le designó, justo al lado de la suya, y la dejó sobre la cama. Comenzó a desvestirla, empezando por su camisa y luego su sostén; su mirada se dirigió a sus pechos, y una vez más, su boca se llenó de saliva. No pudo resistir la tentación de acercarse, y, presionando con sus dientes, tiró, provocando que Adhara soltara un gemido que puso en aprietos su entrepierna.

—¿Qué? —preguntó Adhara, abriendo los ojos, y lo encontró esbozando una enorme sonrisa.

—Duerma —le ordenó, permitiéndole a su lengua calmar el ardor.

Adhara hizo caso omiso a sus palabras; en su lugar, comenzó a acomodarse sobre la cama, despegando su espalda de las sábanas. Newton puso los ojos en blanco, ya que enseñarle a obedecer sería más difícil de lo que imaginó. Aun así, aprovechó la oportunidad y le quitó la falda, junto con su ropa interior.

Desnuda una vez más ante su intimidante y ardiente mirada, la pelirroja trató de cubrirse, pero él se lo impidió.

—Me esperará desnuda en su habitación, sobre su cama —recitó, observándola fijamente. Su cuerpo vibró; su voz sobre su piel la llenaba de placer.

—Pero… ¡imbécil! —se quejó, sin poder terminar lo que deseaba decir, ya que, a diferencia del placer que sintió con el mordisco anterior, su pellizco en el pezón le dolió.

—Se lo advertí —le recordó mientras aplicaba golpes en su trasero. Ella guardó silencio y retiró las lágrimas que descendían por su rostro.




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