Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO IV

Omnisciente

—Eros, chiquitín —la voz de Adhara resonaba por todo el corredor.

Acababa de abandonar su habitación, cubriendo su cuerpo con dos de las diminutas toallas que había encontrado en el baño, ya que momentos antes se había duchado.

—¡Eros! —continuó.

Siguió recorriendo el pasillo e intentó abrir las puertas de las habitaciones con la intención de encontrar al desgraciado que la había comprado, pero no había rastro de nadie, ni siquiera algún alma en pena o fantasma de navidades pasadas. Regresó sobre sus pasos y, en una de las habitaciones, escuchó un estruendo. Intentó nuevamente con la manija y, para su sorpresa, una mujer mayor apareció.

—Buenos días —dijo Adhara, tan avergonzada que su rostro se tiñó de rojo.

—Señorita —sonrió la mujer amablemente—. Mi nombre es Aurélie y soy el ama de llaves —se presentó, extendiendo su mano. Por error, Adhara la tomó, dejando caer la pequeña toalla que utilizaba para cubrir sus senos.

—¡Carajo! —gritó, tratando de taparse de nuevo.

—¿Qué son esos malditos gritos? —vociferó Newton, abandonando su habitación en compañía de una rubia.

Adhara lo observó, y su rostro, que había mostrado diversión al darse cuenta de que lo había enfadado, se desvaneció; una mueca se instaló en su lugar.

—¿Quién es ella? —la pelirroja se acercó, visiblemente molesta.

—Esa pregunta debería hacerla yo —refutó la rubia, quien vestía una de las camisas de Newton, el hombre en discordia.

—¿Podemos conseguir una piscina y llenarla de gelatina? —ignoró a ambas mujeres y se dirigió a Aurélie, quien frunció el ceño de inmediato.

—¿Usted la limpiará? —cuestionó Aurélie, cruzándose de brazos. Newton rodó los ojos; no se prestaría para sus juegos.

Newton guardó silencio mientras su vista se deleitaba con la desnudez de Adhara, quien, por culpa del repentino enfado, olvidó que había dejado caer ambas toallas al cruzarse de brazos.

—¿Quién es? —insistió la rubia, una de las muchas amantes de Newton.

—Su prometida —Adhara se adelantó, furiosa y con razones de sobra.

«Si estaba con una mujer, ¿qué sentido tenía que buscara una esposa? ¿Para qué me compró?», se preguntó.

Por un maldito capricho, seguramente un harem de mujeres, había decidido alejarla del único lugar donde podrían darle noticias del robo de su bebé.

—¡¿Prometida?! —se alteró la rubia.

—¡Lárguese! —el tono de su voz aumentaba con cada palabra, al punto en que la mujer, un poco mayor que ella, tembló, y Newton solo sonrió.

En tan solo unas horas en ese lugar, aún desconocido para Adhara, ya comenzaba a hacer valer su posición. Para ella, si iba a ser su esposa, tendría voz y más poder del que Newton planeaba concederle, lo que aceleraba su corazón y lo llenaba de placer, algo mucho mejor que la sumisión.

—Newt… —no la dejó terminar.

—La escuchaste, recoge tus cosas y vete —apoyó a la pelirroja, y los ojos de su amante se agrandaron de sorpresa.

—Pero…

—¡Qué te largues, Sabine! —demandó.

Tomándola del brazo sin la menor delicadeza, la regresó al interior de la habitación, donde se encontraban su ropa, zapatos y cartera tirados en el suelo. Con desconcierto, Sabine recogió sus cosas, y con Newton detrás, sin decir nada más, abandonó el cuarto. La señora Aurélie le ayudó a llegar a las escaleras.

—No es más imbécil porque no es más grande, ¿cierto? —lo cuestionó con los brazos cruzados, y Newton intentó ocultar su diversión.

«Está loca, eso me gusta», pensó, intrigado por el comportamiento de la pelirroja.

—Puede crecer, lo juro, solo debe darle un poco de cariño y le sorprendería lo mucho que disfrutaría —comentó Newton, refiriéndose a su entrepierna, provocando una reacción violenta de Adhara, que se acercó y comenzó a golpearlo.

—Imbécil —su chiste respecto a su miembro no le causó gracia.

—¡Quieta, espectro infernal! —gritó él, mientras se esforzaba por huir de la pelirroja como un niño.

Por primera vez en mucho tiempo, se divertía de esa manera, a causa de los celos de una mujer.

—¡Eros, hijo de…! —intentó articular, hecha una fiera, pero las acciones de Newton la detuvieron.

Sus cuerpos colisionaron con fuerza cuando él se dio vuelta, y ambos terminaron sobre la cama, con Adhara encima de Newton.

—Cuide su vocabulario —advirtió Newton, sujetándola con fuerza por el mentón.

—Quiero irme de aquí —confesó Adhara, mirando hacia un costado. Consideró que no haber puesto más resistencia ante él había sido un error.

—Jamás se irá, se quedará aquí, junto a mí —susurró él, acomodándose en la cama y sujetándola con fuerza, impidiendo que pudiera moverse.

—No lo entiendo, si la tiene a ella, ¿por qué buscó a alguien más?

—Solo es sexo… Bueno, lo era. Usted la echó —se rió Newton.




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