Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO V

Omnisciente

—¿Puedo? —cuestionó Adhara a Aurélie.

Se encontraba con aquel libro en sus manos, el cual le fue entregado para saber todo acerca de Newton. Además de ello, estaba la forma en la que se suponía que se conocieron y parte de la falsa historia que debía contar respecto a su familia, en caso de que alguien la cuestionara al respecto.

—No, señorita Adhara —se negó una vez más—. Como se lo he dicho, el joven Newton solo come lo que yo preparo, ninguna otra cosa —le recordó que no tenía permitido ayudar en la cocina.

—Seré su esposa —insistió la pelirroja—, y de joven no tiene ni un pelo; va para treinta y cuatro años.

—No importa, y lo llamo de ese modo por el cariño que le tengo. Aún cuando cumpla cincuenta años, para mí será el joven Newton —sentenció, retirando las manos de Adhara de uno de los cuchillos.

—Señora Aurélie —volvió a interrumpirla, ya empezaba a irritarla—, ¿qué pasa con él? ¿Por qué me trata de ese modo?

—No puedo hablar al respecto. Mejor dedíquese a estudiar; la cena de hoy es muy importante —dio por finalizada la conversación, y con una de sus manos le invitó a abandonar la cocina.

En medio de reniegos e insultos en voz baja, Adhara se vio forzada a obedecerle a la señora Aurélie. «La idea de envenenarlo y luego aprovecharme de su indefensión cuando se encuentre frío, tieso y espumeante, tal cual una cerveza, ha sido descartada», pensó, comenzando a reírse de sí misma.

Mientras caminaba de regreso a su habitación, meditaba en el hecho de que la casa en donde se encontraba era enorme y un poco extraña, dado que en ninguno de los muros de las habitaciones, que en casi tres días había husmeado, había fotografías o pinturas de personas, de familiares queridos o tal vez amigos; solo había arte, lo cual percibía como algo tenebroso. Al parecer, su Eros estaba más loco que ella.

Entró a su habitación y sus pasos la dirigieron al balcón. Se sentó en una de las sillas y dejó sus pies reposando en otra frente a ella. Inhaló y exhaló el aire fresco, del que en gran parte del tiempo había sido privada en la Academia, y sonrió mientras contemplaba el hermoso campo delante de ella. Desde su posición, podía presenciar cómo las olas se estrellaban contra la orilla y las rocas. A pesar de ser prisionera, descubrió el paraíso.

Su vista regresó a las páginas que narraban parte de la historia de Newton, desde que era un niño hasta aquel momento. Sin poder evitarlo, sonrió y se rió en innumerables ocasiones por culpa de las expresiones faciales que mostraba en cada fotografía.

—Desde niño destila amargura —murmuró, sin saber que detrás de ella había un espectador.

—Para muchas es ácido; otras, un poco más locas que usted, aseguran que es dulce —habló Newton, y el brinco que Adhara dio le obligó a reír a carcajadas, al punto de tomarse el estómago.

—¡Imbécil! —insultó, y como ya era costumbre, se fue en su contra.

Newton la detuvo, tomó sus manos y con una de las suyas, las alojó detrás de la espalda de la pelirroja. La hizo retroceder hasta que su espalda entró en estrecho contacto con las molduras de mármol que adornaban el balcón, provocando que Adhara se quejara por el choque.

—No sea estúpida —aconsejó, pero para Adhara solo constituía uno más de sus insultos.

—Cuando usted deje de ser un imbécil —contradijo.

—¿Qué significan esas risitas estúpidas? —cuestionó, y la pequeña pelirroja se sonrojó al darse cuenta de que la estaba observando.

—Nada —intentó encogerse de hombros, restando importancia a lo que hacía antes de ser sorprendida.

Newton era un imbécil, un animal orgulloso y petulante, al que en cualquier otra vida se juraba a sí misma que odiaría, pero en esta, le atraía. La curiosidad respecto a su comportamiento y forma de ser, sumado a lo que Madame Corbeau y aquel hombre le pidieron hacer, la llenaban de más preguntas para las que sabía que posiblemente no tendría respuesta.

—Es hora de almorzar, la espero en el comedor —avisó, liberándola.

—Lo siento, pero me quedaré aquí; no tengo apetito —se negó de inmediato.

—No le estoy preguntando, menos dándole opciones. Es una maldita orden; solo obedezca —bramó, afianzando las teorías de Adhara: Trastorno de personalidad, una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre y estaba menstruando, o su madre lo dejó caer de la cama cuando era chiquito. Al paso que iban, ella podría asegurar que eran todas.

Mientras lo observaba con desdén, decidió adelantarse y, con fuerza, chocarlo. Newton solo bufó, reprobando su comportamiento tan poco adecuado en una mujer de su edad. Una vez más, se reprochaba haberla escogido, dejándose llevar por los recuerdos de Angelique, pero, aun con sus defectos, entre ellos su rebeldía e insolencia, era perfecta.

Se dio vuelta, la observó y contempló que su trasero en aquella falda diminuta era perfecto. A pesar de ello, conocía sus intenciones, no obstante, él no caería. No tan fácilmente.

Ambos avanzaron, abandonaron la habitación y recorrieron el pasillo hasta llegar a las escaleras y descenderlas. Cuando llegaron al comedor, tomaron asiento de inmediato, pues la señora Aurélie tenía todo listo y en su lugar. En medio de su almuerzo, Newton se esforzó por no perder la paciencia con cada pregunta que le hacía Adhara y sus respuestas. Aquel espectro del inframundo estaba seguro de que en cualquier momento saltaría sobre la mesa y la estrangularía. Aun así, continuaba en su intento por acabar con toda su paciencia.




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