Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO VI

Omnisciente

—Adhara —susurró, y su cuerpo se estremeció.

Intentó huir, pero de inmediato la tomó del cuello y la acorraló, provocando que los recuerdos y el miedo que la habían gobernado noches atrás regresaran. Los recuerdos la abordaron y no tuvo la fuerza para detenerlos.

Cuatro noches atrás…

—¡Suélteme! —exigió en el instante en que Madame Corbeau la sujetó del brazo y la guió en dirección contraria a la que pretendía ir.

—Vendrás conmigo —ordenó mientras la arrastraba contra su voluntad—. Entra —demandó, empujándola hacia una de las puertas que en el corredor estaba abierta.

A tropezones, Adhara logró ingresar; sin embargo, por culpa de una silla cercana a la puerta, terminó en el suelo, sobándose las rodillas. Intentó ponerse en pie, pero una presencia oscura, no solo por el atuendo negro que cubría por completo su rostro, se lo impidió.

—Te quedas ahí —exigió, y ella se paralizó. Por un momento, su respiración se detuvo.

—Lo lamento —se disculpó Madame Corbeau, refiriéndose a que su plan había fracasado.

—No quiero lamentos, quiero una maldita solución —vociferó furioso.

—Ella lo hará —aseguró la mujer mayor, señalando a Adhara, que aún se encontraba en el suelo sin entender nada—. De no ser así, la matamos. Diremos que tomó un arma y se disparó, que no pudimos detenerla —propuso, y los ojos de la pelirroja se abrieron en grande.

—¡¿Qué?! —No solo la sorpresa invadió a Adhara, también lo hizo el miedo y la desesperación, la misma que la Academia le provocaba al no conocer el paradero de su bebé.

—Matarla no servirá de nada. Se marchará y no confiará en este lugar. Buscará a alguien más para ser su esposa, y lo necesito muerto —aseguró.

Eros debía morir, pero no por un accidente que requiriera una exhaustiva investigación. Lo necesitaban muerto, pero por causas aparentemente naturales.

—Hace nueve años le quitamos a su bebé. No sabe ni siquiera si es niño o niña —murmuró Madame Corbeau.

—¿Saben dónde está? —preguntó Adhara—. Díganme dónde está, por favor —rogó, dejándose invadir por las lágrimas. Aún con lo mucho que odiaba a aquella mujer, se arrastró hasta ella y se arrodilló—. Por favor —imploró, humillada. Madame Corbeau sonrió.

—Harás lo que te pidamos y te diré dónde está tu bebé —se reservó el revelar si era niño o niña, solo para jugar con ella y aumentar su desesperación.

—Pero… —la interrumpieron.

—Es eso o te envío a un maldito nido de ratas donde jamás sabrás qué pasó con esa criatura —amenazó, y Adhara entendió que era el momento de guardar silencio.

Madame Corbeau comenzó a explicarle lo que debía hacer, detallando cada paso para que pudiera conocer el paradero de su bebé. Adhara asintió, aceptando, aun sabiendo que lo que le pedían era incorrecto. Pero ¿hasta dónde sería capaz de llegar una madre desesperada en su situación? Pronto lo descubriría, y Eros sería el más perjudicado.

—Abre las piernas —ordenó Madame Corbeau, con un objeto extraño en las manos.

—¿Qué? — Una vez más, Adhara se mostró horrorizada.

—Sujétenla… —exigió.

Actualidad…

Adhara cerró con fuerza los párpados, deseando salir de aquel mal recuerdo, de lo espantoso que había sido el momento en que le instalaron aquel rastreador.

—¿Hiciste lo que te pedimos? —preguntó el hombre cuya cercanía, como noches atrás, le provocaba incomodidad.

—Sí —mintió, pues no deseaba hacerlos enfurecer.

—Qué bien —palmeó su rostro—. Más te vale que sigas todo de acuerdo al plan, o yo mismo me encargaré de enviarte la cabeza de esa mocosa —amenazó.

—¿Es una niña? —Su corazón palpitó con fuerza, enfocándose en la revelación de que era una pequeña.

—Sí —afirmó el hombre.

La tela que cubría su rostro se deformó. Sin preverlo, reveló información crucial. Aun así, saber que el bebé que le habían arrebatado era una niña, una que seguramente tendría el color de su cabello y ojos, era una motivación para Adhara.

—Espero que cumplas con nuestro acuerdo, o te arrepentirás…

Aquel hombre se alejó, dejando a Adhara con sentimientos confusos. Saber que, en algún lugar del mundo, tenía una princesita esperando por ella la llenaba de alegría, pero el precio a pagar por estar cerca de su hija era asesinar a alguien que no conocía. Una persona que, al parecer, sufría tanto como ella. Todo era confuso, y cada aspecto de su vida se volvía más doloroso.

Adhara se tranquilizó. Permitió que las lágrimas se evaporaran y que los latidos irregulares que la noticia sobre su hija y el chantaje habían provocado volvieran a su ritmo natural. Después de unos minutos, fue en busca de Newton y su familia. Sin mayor dificultad, los encontró en un enorme salón con muros altos, acabados hermosos, y, sobre una gigantesca mesa, un fabuloso candelabro de cristal que iluminaba todo el lugar.

Cuando Newton notó su presencia, se levantó y se aproximó a ella.

—Su mano —exigió, atreviéndose a besarla, logrando que la atención de todos se centrara en sus labios y no en el anillo de compromiso que colocaba en uno de sus dedos. Lo había olvidado.




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