Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO VII

Omnisciente

—Eros, chiquitín —llamaba Adhara, mientras caminaba desnuda por el corredor del segundo piso. Sabía que al referirse a él de esa manera lo enfurecería—. Chiquitín —insistió.

La pelirroja estaba molesta. Odiaba a su futuro esposo, y no solo planeaba aprovecharse de él en su indefensión; pensaba castrarlo en vida por cada ocasión en que no se dignó a concluir lo que había iniciado.

Se acercó a la habitación del rubio sin preocuparse por avisar que iba a entrar. Simplemente lo hizo y, sin pretenderlo, lo encontró en el balcón, escuchando su conversación.

—Mi vida, claro que te amo y te extraño. Solo te diré que cuento los meses, días, horas, minutos, segundos y milésimas de segundo para verte de nuevo —le decía Newton. Adhara lo oyó y se disgustó aún más—. Yo te amo mucho más, mi princesa hermosa —continuó él, pero lejos de inspirarle ternura, los celos comenzaron a consumirla.

«Yo aquí matándome por conseguir algo de este imbécil, ¿y él diciéndole cosas lindas a una cualquiera? Ahora sí que voy a envenenarlo, castrarlo, pasarle un camión por encima, y si queda algo, voy a triturarlo y dárselo a los perros», pensó Adhara, furiosa, alimentando su odio.

—No, nunca amaré a nadie más, princesa —Newton hablaba con suavidad, y Adhara respiró profundo—. Eres la única princesa, Giselle —pronunció su nombre y, al girarse, sus ojos se encontraron con los de la pelirroja.

Newton la miró furioso por haberla sorprendido espiando su conversación. Levantó la mano, indicándole que lo esperara, pero ella simplemente rodó los ojos y siguió su camino. Su plan inicial era presentarse ante él sin ropa, aunque a la hora de la verdad, su excusa fue ir a buscar el gel de baño que se le había acabado.

Entró a la ducha rápidamente, tomó el gel y, al intentar regresar a su habitación, se topó con el pecho de su futuro esposo, bloqueándole el paso.

—¿Qué le dije acerca de pasearse desnuda por toda la casa? —le cuestionó, sujetándola con una mano, mientras la otra daba color a su pálido trasero.

—¡Eros! —se quejó Adhara, aunque en realidad lo disfrutaba. Cada vez que él le azotaba el trasero, su excitación aumentaba, y su entrepierna se empapaba.

—¿Qué le dije? —insistió Newton, sujetándole el mentón, obligándola a mirarlo. No solo buscaba una respuesta, sino su obediencia.

—Solo en la habitación, pero… —murmuró Adhara, no obstante, antes de que pudiera continuar, Newton volvió a azotarla—. Pero… —repitió, esperando más. Cerró los ojos y se refugió en su pecho, aferrándose a su camisa mientras aguardaba por su corrección.

Newton entendía perfectamente lo que Adhara pretendía. Sabía que, aunque deseaba que ella desempeñara su papel de esposa, debía complacerla de alguna manera. La tomó en sus brazos y la llevó hasta la cama, donde no solo castigó su trasero, sino que recorrió cada rincón de su cuerpo con labios y lengua. Los jadeos de Adhara, combinados con el uso de su nombre, despertaron todos sus sentidos. Para Newton, ella era una obra de arte, fascinante en la forma en que su cuerpo se retorcía de placer, rogándole sin parar por más.

Sin proponérselo, Newton descubrió la manera de manipular y controlar a Adhara. Sin embargo, ella no tenía idea de cómo lograr lo que realmente planeaba.

La tarde avanzaba. Resolvieron parte del pequeño inconveniente —los celos de Adhara por aquella llamada—, y después del almuerzo, ambos se dirigieron a una de las universidades más prestigiosas e importantes de la zona. La familia de Newton tenía influencia allí; eran grandes benefactores, y él estaba a punto de cobrar uno de los muchos favores que les debían desde siglos atrás: Adhara estudiaría allí.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó ella. Su único papel era ser su esposa, algo que aún no sabía cuándo sucedería.

—Todos se van a cuestionarse respecto a qué se dedica. Tiene veinticinco años; si no trabaja, debe estudiar, y eso es lo que hará —le explicó Newton mientras avanzaban por el campus—. ¿Qué le gustaría estudiar? —le preguntó, dejando la decisión en sus manos.

—Debe haber algo que me ayude a descifrarlo… Y que no me engañe en la cama. ¿Es posible? —pensó en voz alta, y Newton rió—. Hablo en serio. Necesito una clase que me enseñe cómo llegar a la cama con Newton Bellerose, alias Eros, no a sus estúpidos juegos —se quejó, frustrada. Necesitaba algo más que caricias.

Desde la última vez que Adhara estuvo con un hombre, casi había pasado mucho tiempo. Era justo y necesario que su cuerpo recibiera la atención masculina que tanto anhelaba.

—Adhara… —trató de hablar, pero ella lo interrumpió.

—Pero… —pronunció, mientras su deseo y malicia la gobernaban. Newton, por su parte, negó con una sonrisa.

Había algo en Adhara que lo atraía. No era solo su parecido con Angelique, aunque se sentía en la necesidad de descubrirlo. Su personalidad y la forma en que lo trataba le dificultaban ver más allá. O quizás era el hecho de que, en su ignorancia, no entendía que Adhara, en lugar de desempeñar su papel de esposa, pensaba que sería mejor como viuda.

—Cocina —dijo Adhara frente al entrevistador encargado de su admisión.

«Así prepararé una agüita de calzón efectiva y lo tendré a mis pies. O mejor, yo estaré en frente de los de él», pensó y se rió discretamente.




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