Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO VIII

Omnisciente

—Salga de allí —exigió sin siquiera detenerse a mirar el muro.

Newton no era estúpido y ya había notado que siempre que salía por las noches, Adhara lo seguía. Sin embargo, la presencia de los perros la ahuyentaba y hacía que se diera la vuelta.

—¿Me sintió? Creí que era de piedra, que usted no sentía nada —aseguró ella.

Darle solo besos y algunas caricias era, según Adhara, un crimen de lesa humanidad. Estaba convencida de que Newton no solo tenía un corazón de piedra, sino algo más que lo asimilaba. Estaba adornado con cuatro perlas plateadas, pero eso no era suficiente para ella, siempre la dejaba con ganas de más.

—¿Qué quiere? —preguntó él. Sus comportamientos infantiles, como ese, lo irritaban.

—¿A dónde va? ¿Puedo acompañarlo? —Adhara se acercó, y desde su altura le sonrió, mostrando todos sus dientes.

—No le interesa, y no, iré solo.

—Eros, quiero visitar el invernadero —insistió, atreviéndose incluso a hacer un puchero, ante lo cual él alzó una ceja.

—¿Desea ir solo porque le dije que tiene prohibido acercarse? —indagó ella, sonriendo.

Ya lo había intentado, pero su enorme temor a los perros se lo impedía. Una vez, se asomó por el balcón de su habitación y, con solo observarla, los perros comenzaron a ladrar, lo que aumentó aún más su miedo. Sabía que eran agresivos y él le había advertido que si intentaba huir de ellos, la atacarían.

Adhara pensó en bajar por las enredaderas de las molduras de yeso que había en las afueras de su habitación, pero eso significaba enfrentarse a los perros para poder huir. Su miedo hacia ellos fue más fuerte que el deseo de alejarse de Newton. «Prefiero que este perro infeliz me devore antes que esos aterradores animalitos acaben hasta con mis huesos», pensó, comparando a Newton con los perros. Definitivamente, prefería ser la presa de ese millonario.

—¿Recuerda de dónde me sacó? Vivía encerrada, como un pobre animalito en cautiverio. Nunca he conocido un invernadero. Hasta tuve que preguntarle a la señora Aurélie, y ella me explicó —afirmó, con la intención de ir a ese lugar no solo para verlo, sino también para saber qué hacía él allí.

—¡No! —repitió Newton, manteniéndose firme en su respuesta.

—Haré lo que me pida, solo déjeme ver —rogó ella, juntando las manos y mirándolo de una forma que difícilmente podría resistir.

—¿Lo que yo le exija? —cuestionó él, queriendo asegurarse de que ella comprendiera la gravedad de sus propias palabras. Adhara solo asintió—. Colóquese algo cómodo —sugirió.

—¿Cree que soy estúpida y que va a engañarme como a una niña? —se cruzó de brazos, sintiéndose ofendida.

—Estúpida sí es, de eso no tengo dudas. Por otro lado, ya hace frío afuera, y odio los resfriados —explicó, aprovechando para insultarla.

—No confío en usted, así que venga conmigo —lo tomó de la mano y lo guió hacia dentro de la casa.

Ambos subieron las escaleras y Adhara hizo lo necesario, cambiándose por algo más abrigado. Luego regresaron y, acompañados de los perros, caminaron los ocho minutos hasta el invernadero. Desde su habitación, podía verlo. Se sintió libre, rodeada por la naturaleza, el sonido de los grillos y animales silvestres, además de un aullido aterrador: el de los primos cercanos de Eros, los lobos.

Al llegar, se quedó en la entrada y observó todo. Para ella, era maravilloso; para Newton, un completo desastre. Lo único que él ordenaba y limpiaba era la cama en medio del lugar, justo debajo del tragaluz. Cada vez que iba a ese lugar, se quedaba allí pensando por largo rato, recordando a Angelique.

—¿Una cama? —frunció el ceño al verlo tomar asiento.

—¿Tiene imaginación? —preguntó él. Los ojos de la pelirroja se abrieron de forma desmesurada, y su boca los acompañó.

—Es perverso —jadeó ella, imaginando lo que él y la tal Angelique hacían allí.

—¿Habló la más santa? ¿Cómo la llamo? ¿Pobre virgen? —respondió él, sarcástico.

—¿Lo sabe? ¿Ella se lo dijo? —preguntó Adhara, acercándose a la cama.

—Sí y no. Es imposible no asumirlo, nunca antes alguien había intentado abusar de mí tan descaradamente, y le aseguro que me ha sucedido de todo —recordó cómo ella había llevado las manos dentro de su pantalón. Ambos se rieron.

—Lo siento, bueno, no lo hago, pero para no ser tan sinvergüenza, digamos que me arrepiento —guiñó un ojo y Newton negó con la cabeza.

—Y… ¿es chiquita? —bromeó él, orgulloso de sí mismo.

—Solo diré que me tragué más que mis palabras —afirmó ella, aceptando haber estado equivocada, mientras dejaba caer su espalda sobre las sábanas.

Guardaron silencio por un momento. Al notar que él no se atrevía a acompañarla, Adhara se acercó y tiró del cuello de la camisa de Newton, hasta que lo hizo caer sobre la cama.

—¿Está loca? —preguntó él. Se encontraba en paz y tranquilo; ese lugar tenía un gran efecto sobre él.

Enojarse con Adhara allí era casi imposible, aunque él solo conocía la punta del iceberg de las capacidades que ella tenía para enfurecer a las personas a su alrededor.




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