Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO IX

Omnisciente

—Por favor, Aurélie —rogó Adhara, pero por más que ella quisiera ayudarla, no podía.

—Solo coma, señorita. Está enojado, pronto se le pasará —aseguró Aurélie.

—Aurélie... —chilló Adhara.

Adhara se sentía mal, odiaba estar encerrada; peor aún, encadenada como si se tratara de un animal.

Aurélie abandonó la habitación y dejó la puerta en el mismo estado en que la había encontrado. Caminó un poco más y se detuvo en la habitación de Newton. Ingresó sin avisar, se acercó a él, le quitó la computadora de las piernas antes de cruzarse de brazos y mostrarle su molestia.

—Se lo buscó —respondió Newton, mirando hacia otro lado.

—Por lo que me contó, fue usted quien destruyó todo, no ella. Así que, quien debería estar atado a esa cama tendría que ser usted —lo confrontó y responsabilizó.

Desde lo sucedido, ya había pasado una semana y Newton aún continuaba aborreciendo a Adhara al punto de olvidarse de sus clases y dejarla encerrada. Pretendía mantenerla allí algunos días más, pero sabía que, en parte, Aurélie tenía razón: la culpa era de él. No debió haberse abierto con Adhara, mucho menos continuar con sus juegos. Aunque eran similares, ella jamás entendería lo que estaba sucediendo, ni el motivo por el cual la necesitaba. Tampoco se planteaba decírselo, especialmente considerando que no respetó el invernadero, mucho menos lo haría con un asunto tan importante como el de la fundación.

Mientras Angelique vivía, Newton no tenía preocupaciones con la herencia de sus abuelos; no había nada que perder. Solo se dedicaba a disfrutar de la única mujer que lo entendía y lo amaba tal como era: un ser detestable. Sin embargo, con el paso de los años, Angelique enfermó y, como el dinero de Newton no era suficiente, aprovechó el privilegio que tenía al ser el sucesor del imperio familiar. Junto a Angelique, creó una fundación dedicada a la investigación médica y al servicio de personas como ella, con enfermedades humanamente incurables.

El tiempo pasó y, por más que los investigadores y doctores se esforzaron, Angelique murió. Antes de fallecer, hizo que Newton le prometiera que cuidaría la fundación, que no abandonaría a las personas desahuciadas. Sin embargo, al convertirse en un pozo sin fondo que solo le restaba dinero a la fortuna familiar, la decisión más sensata sería cerrarla y demolerla, utilizando el terreno para algo que pudiera aumentar la herencia a futuro.

Si Newton no se casaba y alguno de sus primos quedaba a cargo, eso sucedería, y la promesa que le hizo a Angelique no se cumpliría.

—De acuerdo —se rindió ante Aurélie, pues Adhara no solo no podía desaparecer, tampoco podía ser reemplazada.

Gracias a los empleados del restaurante donde cenaron aquella noche, el rostro de la pelirroja era noticia local y, pronto, lo sería en todo el país. No había marcha atrás: debía casarse con ella o perder una parte de lo que Angelique le dejó, y eso no era una opción a contemplar.

—Iré… —trató de hablar Aurélie, pero Newton no se lo permitió.

—Yo lo haré, necesito tratar un tema con ella —se ofreció, y la señora Aurélie no lo contradijo.

Después de conversar por unos minutos, Newton se dirigió a la habitación de Adhara y la encontró sobre la cama, dándole la espalda a la comida que estaba intacta. Durante los días que la observó, notó que se negaba a alimentarse, y cuando lo hacía, solo ingería un poco. Había perdido el apetito.

—No quiero más, pueden llevárselo —dijo sin siquiera voltear para ver quién había ingresado.

En completo silencio, Newton se acercó, tomó asiento en la cama y abrió la cerradura. Adhara se giró y lo encontró; lo miró fijamente antes de regresar a su posición y tratar de ignorarlo, pues estaba furiosa y podría decir mil cosas de las cuales se arrepentiría.

—Aliméntese, dúchese y vístase para un evento de inauguración —ordenó, poniéndose de pie y suspirando.

Newton no sabía cómo actuar, mucho menos si debía disculparse por haberla herido, pero ella lo dañó a él primero, así que estaban a mano. Eso pensaba.

—No quiero salir —respondió, cubriéndose un poco más con las sábanas mientras ocultaba su rostro debajo de las almohadas.

—No le estoy dando opciones. Es una orden, simplemente obedezca —exigió.

Pensaba presentarse solo y decir que Adhara había contraído algún virus. Era la excusa perfecta. Además, estaba acostumbrado a asistir a esos eventos sin compañía y luego regresar con alguna afortunada. Sin embargo, esta vez debía comportarse, guardar las apariencias, y qué mejor manera de hacerlo que con quien sería su esposa. Fingirían, se mostrarían atentos el uno con el otro, y de ese modo lograría eliminar las dudas de quienes se encontraban en contra.

—No iré —se negó a acompañarlo.

Newton intentó controlarse, pero no lo logró. Retrocedió, se acercó y, sin delicadeza, la sacó de la cama a la fuerza, zarandeándola. Adhara gimió por el dolor.

—No me interesa si quiere o no salir de la maldita cama. La compré; será mi esposa y, desde este momento, actuará como tal, o la próxima vez no la encerraré aquí, lo haré en uno de los malditos calabozos del sótano.

Adhara no pudo contenerse. Las lágrimas brotaron de sus ojos y solo consiguió ahogar su llanto. Una vez más, les reprochó a los padres que nunca conoció el motivo por el cual la habían dejado en ese lugar, sin ninguna protección ni alguien que realmente la cuidara como merecía.




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