Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO X

Omnisciente

Ambas descendieron, y Aurélie se sentía feliz del efecto que había logrado en Newton, ya que fue ella quien se atrevió a llevar aquel vestido a la habitación de Adhara. Sabía que él se enfadaría, pero aun así lo hizo.

—No soy ella —sentenció Adhara al encontrarse frente a él.

Trató de continuar su camino, mas no pudo. Newton la sujetó con fuerza de uno de sus brazos y la detuvo.

—No me toque —se liberó con furia, dándole una mirada de desprecio que, por supuesto, le afectó.

Newton se quedó pasmado, paralizado, y solo la dejó avanzar, ya que no supo cómo reaccionar. Era Angelique, pero al mismo tiempo alguien distinto. Usar ese vestido reafirmaba su parecido; su actitud, luego de lo sucedido, también. Sentía que jugaban con él y no sabía qué hacer.

—Nunca más —le exigió a Aurélie—. Jamás —insistió.

—La pequeña Gisselle no va a usarlos, y a la señorita Angelique no le hubiese gustado tenerlos allí, acumulando polvo —respondió con suma seguridad y autoridad. Luego, llevó sus manos a la corbata de Newton, deshizo el nudo y lo elaboró de nuevo—. Que se divierta —sonrió, y antes de que él pudiera decir algo más, se alejó.

Newton abandonó la casa, y Adhara ya se encontraba en la limusina. El conductor avanzó y, durante el trayecto, ninguno habló. Adhara, como de costumbre, observaba el camino, tratando de distraer su mente mientras intentaba comprender cómo era posible que los animales tuvieran mayor libertad que ella. Mientras tanto, Newton no apartaba la vista de su teléfono, no porque estuviera ocupado, sino porque no deseaba ver a Adhara, sentir a Angelique en ella y pensar que, una vez más, la había decepcionado.

—¿Qué es esto? —preguntó Adhara al ver tantas cámaras y representantes de los medios de comunicación, además de la seguridad que los rodeaba.

Estaban frente a un enorme edificio con reflectores en la parte exterior. Había una especie de alfombra roja, donde las personas se detenían y los camarógrafos capturaban cada momento. Adhara se puso nerviosa, y él lo notó.

—Mi hermana inaugura una galería de arte —no dio más detalles del evento.

Estar allí no era su elección, sino una obligación. Su hermana se encargaba de ese campo del emporio familiar, que durante siglos se había expandido, formando cimientos no solo en el sector financiero, sino en prácticamente todos los sectores. Como cabeza de la familia, debía asistir.

—El presidente está invitado, también el primer ministro, personas influyentes en este sector, artistas, socios y amigos cercanos de la familia —explicó—. Así que, por favor, compórtese. Deje sus bromas y estupideces para otra ocasión —sugirió, y Adhara asintió—. No olvide sonreír —dijo antes de que la puerta se abriera.

Descendió y la ayudó. Rápidamente, la atención de los medios se dirigió a ellos. Eran noticia, pues la familia Bellerose era una de las más importantes del país, y quien quedara al mando tendría un gran poder sobre la economía y la política.

—Ignore a las personas, solo fíjese en las cámaras. Esto pasará rápido —le indicó, y ella asintió. Obedeció.

Tal como él lo predijo, la breve sesión de fotos transcurrió con normalidad. Se dieron un par de besos, sonrieron, y las cámaras los capturaron como la pareja del momento: una pareja perfecta. Sin embargo, cuando estaban por concluir, unas preguntas desataron el fuerte temperamento de Newton.

—¿Soy solo yo o todos notamos que tiene un gran parecido con Angelique Le Monnier? —inició una reportera—. ¿Acaso es un reemplazo? —inquirió, y Newton se tensó.

—Todos saben que tengo el mejor gusto en mujeres, y es hermosa; nadie puede negarlo —contestó tras respirar profundo. Rodeó a Adhara por la cintura, acercándola a su pecho, y depositó un beso en su cuello.

Aquella reportera, el karma de Newton, le guardaba mucho rencor, ya que para él solo fue una más, y eso la dejó herida.

—Señor Bellerose, ¿no es muy confuso para la pequeña Gisselle que su madrastra sea idéntica a su madre? —insistió, sabiendo que las memorias de Angelique lo desestabilizaban.

Newton se separó de Adhara y se acercó a la mujer que, para él, solo había significado una aventura. Sin importar la presencia de los demás, la sujetó con poca delicadeza por el mentón.

—Solo fue sexo —restó importancia a sus encuentros—. Parece que no lo entendió y que no es profesional —dijo ante las cámaras—. Le recuerdo que usted y todos tienen prohibido hablar de mi hija, mencionar su nombre o siquiera pensar en ella —aludió a la enorme disputa que los había llevado a los tribunales en los últimos años.

Luego de la muerte de Angelique y de las especulaciones sobre lo sucedido, la responsabilidad fue atribuida a Newton. Fue acusado de asesinato, y la custodia de la pequeña Gisselle tuvo que ser disputada en los juzgados. Después de lo ocurrido, Newton decidió alejarla de todos e intentar darle una vida tranquila, lo que incluyó enviarla a un internado fuera del país, con la promesa de visitarla cada mes y pasar las vacaciones a su lado. Todo eso, hasta que creciera y fuera capaz de manejar la presión de los medios.

—Si no desea otra demanda, y esta vez no terminará en un acuerdo, le sugiero que se reserve sus malditos comentarios sobre mi hija o prepárese para disfrutar el resto de su vida en prisión, Clarisse —amenazó, lo que no la enfureció tanto como el hecho de que no recordara su nombre.




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